La Seu Vella de Lérida

No sé si os pasa a vosotros, que de pronto os parece descubrir un lugar en el que habéis estado antes. A nosotros nos pasó con la Seu Vella de Lleida -la Seo Vieja de Lérida- cuando la revisitamos el 11 de septiembre de 2022.

Confieso que desde hace décadas el recuerdo de este lugar me provoca cierto embarazo. Eran nuestras herederas dos criaturas inocentes cuando pasamos por Andorra y las compramos unos walkman con sus correspondientes cascos. Ellas se conectaron inmediatamente y durante todo el camino de vuelta fueron oyendo su música.

Los coches de entonces -al menos el nuestro- no tenían aire acondicionado y en verano se convertían en lo más parecido a una sauna. Llegamos, pues, a Lérida poco antes de mediodía con una buena sudada. Aparcamos en una explanada llena de gente, dispuesta como nosotros a visitar la Seu Vella. Acababa de poner pie en tierra cuando oí a la heredera pequeña, que, con sus walkman a todo volumen, gritaba a mi espalda: ¡¡¡Mamá, tienes el culo mojado!!! Escalofríos me dan cada vez que pienso en los cientos de ojos fijos en mis posaderas.

En esta ocasión llegamos también a mediodía, disfrutando del aire acondicionado del coche -a una temperatura aceptable para que no dañar al medioambiente-, solos el Colega y yo. Por si acaso, le pedí que echara una mirada a mi retaguardia. ¿Voy bien?, pregunté. Muy bien, respondió sin mirarme siquiera.

Como la mayoría de nuestras catedrales, la de Lérida es el resultado de sucesivos procesos constructivos. Levantada en un alto que domina la ciudad, probablemente sobre una mezquita musulmana; inicialmente fue románica para ser rematada ya en pleno gótico.

La ciudad musulmana de Larida había sido conquistada en 1149 por los condes Ramón Berenguer IV de Barcelona y Ermengol VI de Urgel, así que, una vez asentados los cristianos, se vio la necesidad de construir una catedral. Las obras se contrataron en 1193, encomendándose a Pere de Coma, con su proyecto románico. Se iniciaban en 1203, primero la cabecera, luego las naves y la fachada principal románica para acabar en la cùpula. En 1278 era consagrada por el obispo Guillermo de Montcada, prosiguiendo las obras hasta el siglo XVI, cuando alcanzó su máximo explendor. El resultado es una mezcla de estilos desde el punto de vista estructural y ornamental.

A partir del siglo XVII la Seu vivió una serie de vicisitudes. En la guerra de Els Segadors fue hospital y arsenal; durante la Guerra de Sucesión Felipe V la cerró al culto y luego, se convirtió en cuartel, integrada en la ciudadela militar levantada en este enclave estratégico. La Guerra de la Independencia vino a empeorar el grave deterioro sufrido por el edificio. En 1918 fue declarado monumento nacional, lo que no impidió ser utilizado como campo de concentración durante la guerra civil.

Al perder su carácter religioso los ilerdenses optaron por construir una catedral nueva en lugar menos estratégico pero más accesible. Entre los años 1761 y 1781, reinando ya Carlos III, se levantó en el corazón de la ciudad la barroca Catedral Nueva. La Vieja siguió como cuartel hasta 1947. Poco tiempo después se inició una reforma del monumento que se ha prolongado en distintas fases hasta ayer mismo.

Los accesos y el entorno han sido reformados en los últimos años pero ahora como antaño se puede llegar en coche hasta los cimientos y aparcar cómodamente. Encontramos las zonas de aparcamiento prácticamente llenas, lo que parece indicar que el monumento sigue teniendo tirón. El acceso se realiza ahora por una entrada de visitantes en la fachada oeste. Para sorpresa nuestra, ese día la entrada era gratuita, sea por ser domingo o por celebrarse la Diada de Cataluña.

Así es como nos damos de golpe con el magnífico claustro, iniciado a finales del siglo XIII y plenamente gótico, adosado al hastial de poniente de la iglesia. Es de planta ligeramente trapezoidal, de 48 metros de lado, cerrado por cuatro galerías y diecisiete ventanales, doce de ellos mirando al patio central y los cinco restantes en la galería sureste mirando a la ciudad. De estos diecisiete, solo dos son iguales. Los visitantes se esfuerzan por encontrarlos.

Estas filigranas que asombran al visitante deben su mérito a partes iguales a los canteros originales y a los que llevaron a cabo la restauración necesaria después de los años de utilización militar. En el vértice suroeste del claustro se levanta la torre campanario de 70 metros de altura, construida entre los años 1364 a 1426. Una escalera de caracol de 238 peldaños separa la base de la cima, desde la que se contempla una magnífica panorámica, al decir de la web de la propia catedral, nosotros no nos aventuramos. La torre llegó a disponer de once campanas, de las que quedan dos: Silvestra, de 1418, y Mónica, de 1486. Otras cinco campanas, fundidas ya en el siglo XX, suenan en las festividades señaladas: Bárbara, Cristo, Marieta, Meuca y Purísima.

En el claustro se abren tres puertas -una por cada nave- por las que se accede a la iglesia proyectada por Pere de Coma. Esta es de planta de cruz latina y ábsides semicirculares. La impresión es de grandiosidad, a la que no son ajenas sus dimensiones, 66 metros desde el ábside mayor al hastial, otros 60 metros de longitud del transepto, 34 metros de anchura, incluyendo las tres naves, la central de 19 metros de altura y de 10,40 las laterales. Sorprende la perfecta incardinación entre los prilares románicos y las bóvedas góticas.

Las cubiertas son de cuarto de esfera en los ábsides y de crucería en las naves y el transepto. Sobre el crucero se alza un cimborrio octogonal sobre trompas, en el que vuelven a mezclarse el gótico de los ventanales del piso superior con la cornisa románica de arquillos ciegos.

También en la decoración escultórica se aprecian los distintos estilos y las sucesivas etapas constructivas. Los capiteles del interior de la iglesia representan temas del Antiguo y Nuevo Testamento, pero también escenas profanas que ilustran las costumbres de la época: cacerías, músicos, además de una variedad de figuras zoomórficas, y un derroche de ornamentación de influencia mudéjar.

En el interior de la iglesia permanecen algunos restos de pinturas góticas .

A partir del XIV, cuando la catedral luce en todo su esplendor, las grandes familias y los altos cargos eclesiásticos de la ciudad pugnan por ser enterrados en sus propias capillas dentro de la Seo. Destacan entre estas la del obispo Guerau de Requesens, situada junto a la Puerta de los Fillols. Es obra de finales del siglo XIV y conserva la decoración escultórica de los nervios de sus bóvedas, mezcla de la heráldica familiar y el santoral.

La Seo tiene varias portadas, a cual más espectacular. En la fachada oeste, junto a la torre campanario, se abre una puerta del siglo XIV, la única gótica entre todas ellas, conocida como de los Apóstoles, con un Juicio Final en el tímpano.

Del resto de portadas románicas, las que se abren en el transepto, datadas hacia 1215, se conocen como la de San Berengario -al norte- y de la Anunciata -al sur-. Ambas muestran sendos crismones, muy sencillo en la primera, más elaborado el de la portada meridional. Las letras G y L que aparecen en el crismón de la Anunciata se interpretan como la firma del autor: Gilbertus Lapidarius. Esta es conocida también como Puerta del Palacio porque antaño se comunicaba con el palacio arzobispal, hoy desaparecido.

Un poco posterior, entre 1215 y 1220, es la Porta dels Fillols (Puerta de los Ahijados), llamada así porque por ella accedían los recién nacidos que iban a ser bautizados en la catedral. Es la única a la que se le añadió un pórtico en las obras realizadas a finales del siglo XIV y está considerada como la obra maestra del conjunto.

Estas tres puertas son de estilo románico leridano, con influencias islámicas, normandas y tolosanas. Destaca la sobreabundancia decorativa, que más parece obra de marfil: arquivoltas, capiteles, frisos, arquillos entrecruzados, medallones, animales, vegetales…

Nos hemos entretenido tanto en la visita que se nos hace la hora del cierre. Nos alojamos en el Parador, donde comemos muy bien, dicho sea de paso. El edificio que nos acoge fue antes convento de Santo Domingo, del Rosario o del Roser. Obra de la segunda mitad del siglo XVII, fue atacado durante el sitio de Lérida, de resultas de lo cual murieron cuatro personas de los siete centenares que habían buscado refugio en sagrado. Dada la coincidencia del aniversario con nuestra visita encontramos el zaguán del Parador con ramos de flores en memoria de las víctimas. Desamortizado el convento en el siglo XIX, tuvo diversos usos culturales: fue sede de las Facultades de Derecho y de Letras de la Universidad de Lérida, Museo de Arte Jaime Mores o sede de la Escuela Municipal de Bellas Artes. Desde 2017 pertenece a la red de Paradores de España.

A media tarde subimos de nuevo a la Seu Vella. En esta oportunidad utilizamos los ascensores dispuestos para superar el considerable desnivel que media entre el caserío y el altozano catedralicio. Las instalaciones son modernas; ambas muestran los signos de los tiempos, a saber, pintadas en su interior y unos contenedores de residuos en el exterior. En la terraza que forma el terreno en la vertiente sur se ha instalado un bar en el que, además de calmar la sed, se disfruta una magnífica perspectiva de la capital leridana por un lado, y de la Seu Vella por otro.

Volvemos a recorrer con calma el perímetro del monumento, deleitándonos en sus portadas meridionales, de la Anunciata y de los Fillols. La web de la Seo insiste en que el XIV fue su momento de mayor esplendor y sin duda tiene razón si nos atenemos a la riqueza de sus patronos, pero yo me deleito en imaginar la vida de la ciudad en las primeras décadas del siglo XIII, cuando se realizaron unas obras tan extraordinarias. Me pregunto dónde habían aprendido su arte los cientos de canteros, llegados quizá de la Normandía francesa, de Toulouse, de los reinos árabes del sur peninsular, de otros puntos de los reinos hispanos; adónde fueron después, a quién enseñaron su oficio; a quién retrataban o en quién pensaban cuando esculpían esos rostros que nos miran…

El sol ilumina con su último aliento la torre campanario en torno a la cual revolotean los grajos. Ambos tenemos la sensación de haber mirado la Seu Vella por primera vez.

3 respuestas a «La Seu Vella de Lérida»

  1. Una entrañable mezcla de recuerdos, vivencias personales y datos interesantes.
    Como sugerencia creo que el titulo debería ser homogéneo. Si es Seu Vella, debería ser de Lleida.

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  2. ¡Yo creo que a pesar de las vicisitudes, que son simpáticas, es imposible explicarlo mejor, con todo lujo de detalles .
    ¡Ambos habéis hecho un buen trabajo, las bellas fotografías de Jaime y tu estupenda pluma.
    ¡Gracias!

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