San Pedro de Aulnay de Saintonge es un ejemplo cabal de la arquitectura románica poitevina. Edificada en el siglo XII, es famosa por la riqueza de la decoración esculpida en su cabecera o en cualquiera de sus dos extraordinarias portadas. Situada a 40 kilómetros de Saintes, se encuentra en la Vía Turonense del Camino de Santiago y es monumento histórico desde 1840.

El Camino de Santiago es, entre otras muchas cosas, un itinerario monumental construido a lo largo de los siglos, con destacada presencia de iglesias románicas, un estilo que se nutre en mayor o menor proporción de influencias árabes, bizantinas y romanas. Durante los siglos XI, XII y XIII, miles de canteros trabajaron en tierras que hoy identificamos como Alemania, Italia, Francia y España, imprimiendo su propia seña local, sin perder la unidad de una corriente artística fundamentalmente religiosa. Por su valor arquitectónico, entre otras razones, desde 1998 el Camino de Santiago es patrimonio de la Humanidad.
En aquellos primeros siglos los peregrinos caminaban a Santiago por razones de fe, para purgar sus pecados o saldar sus condenas. Hoy, cientos de miles de peregrinos lo hacen por motivos diferentes, no siempre religiosos. Todos ellos transitaron y transitan por una ruta plagada de arte.
Queriendo aprovechar el tiempo, llegamos a la colegiata de San Pedro en Aulnay de Saintonge a primera hora de la tarde de un día soleado, que no es el mejor momento para conseguir buenas fotos. En cualquier caso, no hay cámara capaz de captar el encanto de este edificio, ubicado actualmente en las afueras del pueblo, junto a un cementerio merovingio, rodeado de jardines y arbolado. Fue mandado edificar por los canónigos de Poitiers entre los años 1130 y 1150. Verdaderamente, se esmeraron.

No sabemos por dónde empezar. Mientras el Colega se dirige a la puerta sur, yo decido empezar por el camposanto. Me gusta visitar los cementerios de los lugares que visitamos, cuando ello es posible.


En el centro del de Aulnay se alza una cruz hossannaire del siglo XV. Este tipo de edículos funerarios, también conocidos como cruz celta, fueron construidos entre los siglos XII al XVI y son abundantes en el oeste francés, donde subsisten un centenar de ejemplares. Se distinguen de las linternas de los muertos en que carecen de sistema de iluminación. Suelen alcanzar los diez metros de altura, una columna generalmente cilíndrica y labrada apoyada en una grada circular de piedra y rematada en una cruz.


La fachada oeste en ese momento recibe el sol da plano. Me apoyo en una de las tumbas antiguas para saborear esta imagen y grabarla en mi memoria. Es una fachada típica del estilo poitevino, flanqueada por dos linternas con una portada central intensamente decorada. La piedra blanca refulge, iluminada por la fuerza del sol a esa hora.

Destaca sobre el conjunto la torre campanario, que se levanta sobre el crucero. Es una construcción posterior, aligerada ya en los siglos del gótico.

En el interior, sorprenden algunos animales exóticos como elefantes, junto a pasajes bíblicos, como Dalida cortando el pelo a Sansón o Caín y Abel y escenas de la vida cotidiana.






La portada sur se abre en el brazo del crucero con cuatro arquivoltas muy decoradas. En la exterior se distingue un abundante bestiario. En la siguiente se despliegan 31 ancianos -incluidos los 24 del Apocalipsis- tañendo instrumentos musicales. En la tercera, 24 personajes portan libros y frascos de ungüentos; se identifican con los apóstoles y los profetas. En la arquivolta inferior, seis series teriomóficas -figuras de animales con anatomía parcialmente humana o representación humana parcialmente animal-.




La fachada oeste está ordenada como un arco de triunfo romano: una puerta central en cuyas arquivoltas se distinguen un zodiaco; combates entre las virtudes -representadas como guerreros- y los vicios -seres monstruosos-; ángeles y las vírgenes necias y prudentes.


Flanquean la puerta dos arcos ciegos dotados de tímpano. El de la derecha está dedicado a la crucifixión de San Pedro; el de la izquierda muestra a Cristo triunfando sobre la muerte entre San Pedro y San Pablo.



Los ábsides de la cabecera son un despliegue total de canecillos, con personajes diversos, algunos atrapados entre tallos. Decididamente, se necesitaría un mes entero para disfrutar tranquilamente de San Pedro de Alnay.








Tan embelesada estoy que no me he percatado de que hace un rato largo que no veo al Colega. Me encamino de nuevo al cementerio, desde donde lo veo ilustrando a un señor desconocido sobre las figuras de la portada. Si quieres, puedes pedir la plaza de guía y nos quedamos a pasar la temporada, le digo. No me contesta, pero me mira con cara de estárselo pensando.

Fotos: ©Valvar


