Amsterdam

Amsterdam es una ciudad compleja en la que se mezclan grandes museos, hermosos canales, un barrio rojo, algunos mercados, muchas flores, muchas bicis y muchos jóvenes bebiendo cerveza y liando canutos en la plaza Dam.

La ciudad era la última etapa de nuestro viaje por Bélgica y Países Bajos que realizamos en junio de 2013, para celebrar la jubilación del Colega. Antes de abandonar Bélgica habíamos pasado por Amberes, a orillas del río Escalda, con su gran catedral y sus cuidados edificios del siglo XIX, que han sido adaptados como grandes comercios de moda y de marcas internacionales. Rubens, Van Dyck y Teniers nacieron aquí. En la ciudad late el corazón del mercado de diamantes. Como los diamantes no eran nuestro negociado, yo aproveché para comprarme en la Grosse Platz un pañuelo de seda con un grabado de El beso de Klimt a un precio razonable creyendo que hacía la compra del año. Resultó que el mismo modelo estaba en todos los top-manta hispanos. No sería nuestro único fiasco del viaje.

Camino de La Haya, pusimos el pie en tierra holandesa en Middelburgo, ciudad que hace honor a su nombre, es una ciudad media, apacible y cuidada, que se extiende en torno a su abadía. Nos sorprendió que las ventanas de las casas mostraran abiertamente el interior, hábito propio de los pueblos reformistas. Parece que de este modo expresan que no tienen nada que ocultar y que sus moradas están ordenadas, como sus vidas.

La Haya, capital administrativa del país, nos recibió con un cielo nuboso y triste y una lluvia mansa. Nos alojamos en un hotel junto al nuevo ayuntamiento, que refleja el carácter holandés: en él se mezclan las dependencias administrativas con galerías comerciales. A la mañana siguiente paseamos hasta el Binnenhof o Estados Generales, institución que agrupa el Congreso y el Senado, heredera de la asamblea de representantes -nobleza, clero y burguesía- creado por los duques borgoñones en el siglo XV. Nos fotografiamos ante ella.

Lamentablemente, nos quedamos con las ganas de ver La joven de la perla, de Veermehr, porque el museo Mauritshuis estaba cerrado por obras. Como por entonces estaba reciente la coronación del nuevo rey, las ciudades neerlandesas estaban plagadas de adornos alusivos y fotos de la pareja real. Incluso vimos la casa donde trabaja el rey, según el guía. El mercado municipal ocupa un edificio modernista, donde tomamos un café. Al final, La Haya resultó ser más agradable y hermosa de lo que pensábamos.

Me gustó especialmente la visita al Palacio de la Paz, sede del Tribunal Internacional de Derechos Humanos.

En el trayecto hasta Amsterdam atravesamos los famosos diques con los que el país ha ido ganando tierra al mar, a base de secar las lagunas, creando barras de contención y luego expulsando el agua, los famosos polders. Los primeros se construyeron en el siglo XVII, financiados por los ricos comerciantes. Actualmente, el 30% del territorio neerlandés está por debajo del nivel del mar, zonas de buenos pastos en los que habitaban 5,5 millones de vacas, una por cada tres habitantes. Soplaba el viento con fuerza para hacer girar las aspas de los molinos eólicos que jalonaban la carretera.

También hicimos una visita rápida a Delft, cuna del pintor Veermehr. Llovía ligeramente, lo que confería a la ciudad una luz especial, quizá como la que conoció el pintor, que tan magníficos cuadros nos dejó.

El hotel de Amsterdam estaba lejos de la ciudad, al contrario de lo que habíamos disfrutado a lo largo del viaje. Eso nos impidió poner el pie en la llamada Venecia del Norte ese mismo día y hubimos de contentarnos con verla a lo lejos.

En ese hotel alejado del centro y saturado de turistas vivió el Colega un segundo fiasco. Siguiendo su costumbre, antes de acostarnos, mientras yo leo las noticias en la habitación, preparo la ropa del día siguiente o repaso las notas él va al bar y toma un café y un coñac. En este caso pidió un armañac, por el que le cobraron 36 euros. Los tiene clavados en el corazón, indisolublemente unidos al nombre de la ciudad. Hasta tal punto que cuando en los primeros meses de 2023 el Rijksmuseum organizó una exposición de la obra de Veermehr, que a ambos nos gusta mucho, le propuse hacer un viaje a Amsterdam para verla y él se dedicó a poner excusas para no ir. No es necesario que pidas otro armañac, insistía yo. Ni por esas.

Empezamos la visita en grupo con un recorrido por los canales. Al contrario que en Venecia, en Amsterdam está permitido todo tipo de tráfico rodado: coches, autobuses, tranvías y bicicletas. Las bicis son las reinas de las calles, nos dice el guía. Y tiene razón, antes de dar un paso hay que mirar a todos los lados para evitar que te embistan.

Nos llaman la atención las casas flotantes de los canales, algunas decoradas con multitud de macetas, y la inclinación de las casas debida al asentamiento del terreno. Amsterdam se llamó inicialmente Amster dam, que significa presa del Ámstel, el río que atraviesa la ciudad. Existía ya en el siglo XII como una pequeña ciudad de pescadores. Su casco antiguo es Patrimonio de la Humanidad.

El corazón de la ciudad es la Plaza Damm, donde también está el Palacio Real y el famoso museo de cera de Madame Tussauds. Hay un tráfago permanente de gentes de todo el mundo. De aquí parten tranvías y autobuses que se distribuyen por toda la ciudad. En torno al obelisco toman posiciones los jóvenes turistas a liar un canuto o en inmensos botellones.

El ambiente es justo lo contrario en torno al Beguinaje, que aquí sigue vivo pues en sus casas siguen residiendo mujeres solas y autosuficientes, donde está la casa más antigua de la ciudad. El lugar invita a quedarse.

La Estación Central, otro punto neurálgico de Amsterdam, es como un ventilador de personas, entrando y saliendo para subir a un tren o bajándose de él. En la fachada hay dos mecanismos, uno mide el tiempo, el otro, el viento. Coincidimos allí con dos viejos roqueros que ofrecían un concierto al aire libre con canciones soul y rock sinfónico. Vivimos un momento mágico, que allí dicen lekker. Como volver a los años mozos. El Colega se emocionó y les compró un disco.

Habíamos llegado a Amsterdam con la ilusión de visitar el Rikjsmuseum, especialmente La ronda nocturna de Rembrant, a cuyo fin ya habíamos reservado entradas. Madrugamos y entramos entre los primeros, lo que nos permitió verlo con relativa tranquilidad. La ronda es en el Rikjs lo que la Gioconda al Louvre o las Meninas al Prado hasta el punto de que en una plazoleta le han dado cuerpo en bronce, con el que nos fotografiamos, como buenos guiris.

Con más sosiego pudimos contemplar los pequeños cuadros de Veermehr: La lechera y La mujer de azul, entre otros. Terminamos la visita tomando un café en el mismo museo, entonces recién rehabilitado.

La plaza de los museos, donde se levantan el Palacio de la Música, el Museo Van Gogh y el de los diamantes, además del Rikjs, es un compendio de armonía y belleza.

Yo también tenía interés en conocer el barrio de los provos, grupos que en los años 70 parecía que iban a cambiar el mundo. Aquellos jóvenes se han hecho fuertes en torno a una calle colorista pero ellos, como nosotros, hace tiempo que dejaron de ser jóvenes.

El barrio rojo, donde las mujeres se exhiben en escaparates, estaba a rebosar de gente muy joven, aunque lo visitamos a mediodía. Está expresamente prohibido hacer fotos a los escaparates. Con los coffe shops, donde se vende droga, eran la atracción turística de los jóvenes.

En los tres días que permanecimos en Amsterdam recorrimos la ciudad de norte a sur y de este a oeste. Visitamos el mercado de las flores, el museo de la ciudad, tomamos cervezas, comimos los dos solos en un restaurante del centro -The old dutch de Rozenboom- y, en una de esas, perdimos al grupo con el que viajábamos. Tuvimos que pedir prestado un móvil para encontrarnos porque el guía se había olvidado de nosotros.

Pasamos por delante de la casa de Ana Frank, hoy convertida en atracción turística, con colas que daban vuelta a la manzana. No entramos, nos daba la sensación de que era una forma de banalizar el mal que supuso el nazismo.

Descubrimos que las mochilas que cuelgan en algunos balcones junto a la bandera nacional indican que el estudiante de esa casa ha aprobado el curso. No pudimos comer un bocadillo de arenques, que nos apetecía mucho, por falta de oportunidad.

Con todo, el momento más emocionante del viaje lo vivimos en el Museo Van Gongh. En la duda de si tendríamos tiempo libre para la visita no habíamos sacado entradas. Así que de nuevo madrugamos para llegar pronto. Tanto, que en la primera planta estábamos solos disfrutando de las obras maestras del pintor, hasta el punto de que tuvo que hacernos la foto el vigilante. Salimos medio levitando.

Nuestra gira por Bélgica y Holanda fue divertida, un poco pesada en ocasiones por tener que acomodarnos al grupo, pero estimulante y reveladora de la importancia social que los Países Bajos y Flandes tuvieron durante la baja Edad Media y el Renacimiento.

Fotos: ©Valvar

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