Oporto (II)

La Ribeira de Oporto es un barrio antiguo y colorista dedicado hoy al turismo y cuajado de restaurantes para todos los gustos. Con una advertencia a tener en cuenta: los menús lusos son un punto excesivos, puedes probar a compartir, pedir medias raciones o tapas.

Después de una buena comida, nada mejor que un paseo por la ribera hasta el puente Luis I, uno de los que comunican ambas orillas del río Duero. Este puente vino a sustituir al primitivo, el Pênsil, del que quedan dos obeliscos junto a la estructura del nuevo. Enfrente de este punto se abre una escalera que termina en la explanada de la catedral; cerca está también el acceso al funicular que va reptando por la montaña hasta las inmediaciones de Batalha. Quien lo diseñó sabía bien lo que son escaleras.

El puente Luis I es el más fotografiado de los seis que comunican las dos orillas del Duero a su paso por Oporto. Fue proyectado por el ingeniero Teófilo Seyrig, que ya había proyectado el de María Pía, aguas arriba, construido por la empresa de Eiffel, el de la famosa torre parisina. El de Luis I tiene dos tableros o niveles, el superior está reservado al tráfico de la línea amarilla del metro y el inferior al tráfico rodado. Ambos tienen aceras peatonales.

Utilizamos el tablero inferior para cruzar a la orilla sur del río que, en puridad, es un municipio distinto a Oporto: el de Vila Nova de Gaia, donde están las bodegas que elaboran el oro líquido de la zona, el famoso vino de Oporto. Las bodegas pueden ser visitadas y, algunas ofrecen además actividades culturales complementarias. Otra sugerencia es la de sentarse en cualquiera de las muchas tabernas que orlan la ribera y saborear un oporto en cualquiera de sus variedades mientras contempla el perfil urbano de la ciudad. Nosotros elegimos la Taberninha do Manel y salimos muy contentos.

Deseando surcar las aguas del río Duero, hicimos un mini crucero desde el puente Luis I hasta las inmediaciones de la desembocadura, lo que nos permitió contemplar sus puentes, desde el de Freixo, el más oriental, con una longitud de tres kilómetros y una anchura de 150 metros, hasta el de Arrábida, el más moderno y occidental de los existentes. Se construyó en 1963 y entonces era el de mayor arco de hormigón del mundo. Tiene 615 metros de largo y 27 de ancho.

La travesía se hace en embarcaciones de recreo y en viejas barcazas rabelas dedicadas hasta los años 60 al transporte de toneles de vino desde Gaia al valle del Duero, algunas de las cuales se hallan atracadas en las orillas para deleite de fotógrafos y de simples mirones.

En los cuatro días que permanecimos en esta ocasión nos acercamos varias veces a la Foz del Duero, con el recuerdo aún vivo del espectáculo invernal que nos había ofrecido el Atlántico, que por aquí se manifiesta sin contemplaciones. Nada que ver con la imagen que nos ofrece en esta ocasión: el Duero se abandona en brazos de la mar océana que lo recibe amigablemente. En lo que llaman la Foz, la Villa Vieja de Oporto, se ha levantado en los últimos años una nueva población que coexiste con las viejas piedras del Fuerte de San Juan, los antiguos edificios de vacaciones y enormes paseos con frondosa vegetación, que en verano están muy frecuentados. Bordean la ribera un sinfín de establecimientos en los que tomarse un respiro o un refresco.

Desde allí contemplamos la caída del sol tras el horizonte, en uno de esos ocasos maravillosos que el astro rey reparte a discreción, mientras dábamos cuenta de una pequeña cosecha del mar. Coincidimos en que no podíamos pedir más y nos dimos por compensados de la visita invernal.

Entre el centro histórico y la Foz Oporto ha trazado una ciudad moderna con largas avenidas como la de Boavista. Dos edificios simbolizan este ensanche de la ciudad: el Museo de Arte Moderno de la Fundación Serralves, diseñado por Álvaro Siza, interesante por su contenido y por su continente y rodeado de un amplio y muy hermoso parque; y la Casa de la Música, construida con ocasión de la capitalidad europea de 2001, según un proyecto del arquitecto holandés Rem Koolhaas. El metro nos deja casi en la puerta. Ambas merecen una visita sosegada.

Frente a la Casa de la Música, en el parque de Alburquerque, se levanta una columna de 45 metros coronada por un león vencedor del águila, en cuya base se perpetúan en piedra escenas de la Guerra Peninsular. El monumento evoca la victoria de las tropas anglo lusas frente al ejército francés de Napoleón.

Muchos son lugares interesantes que ofrece Oporto, cada visitante encontrará sus itinerarios personales, que son los que hacen cada viaje único e intransferible. No obstante, nos permitimos sugerir un paseo nocturno entre una y otra orilla del Duero sobre el tablero superior del puente Luis I, itinerario vigilado por personal de Prosegur, sea por razones de protección personal o para evitar tentaciones desesperadas. La imagen de Oporto reflejado en las aguas del río es un regalo para el ánimo.

Cerca de la plaza de Batalha, frente al acceso al funicular, se levanta un pequeño oratorio: la Capilla de los Alfalates (sastres). Suele permanecer cerrado pero, en nuestro deambular por la ciudad, encontramos la puerta abierta y nos colamos. Siguiendo su costumbre, el Colega pegó la hebra con la persona que atendía el oratorio y así supimos que la capilla original se levantaba frente a la catedral pero en 1935 fue demolida para abrir la actual explanada de la seo y reedificada en su emplazamiento actual –al otro lado de la calle de Saraiva de Carvalho-. Preside el retablo manierista una imagen de la Virgen y a un costado, una urna de cristal guardaba la talla en madera de una mano. Curiosos como somos, preguntamos a quién correspondía la talla y la misma persona nos explicó que, cuando el traslado, descubrieron que la imagen había perdido una mano y el restaurador talló una nueva procurando que la incorporación no desentonara del conjunto. Tiempo después, apareció la extremidad perdida y, por tratarse de la original, la conservaron porque nunca se sabe qué puede deparar el futuro. De donde nos hemos encontrado con una Virgen de tres manos, lo que no está mal teniendo en cuenta que es patrona de los sastres, concluyó con humor.

Antes de abandonar Oporto, de donde tan buenos recuerdos nos llevábamo, nos regalamos un paseo en el tranvía que cada media hora salía frente a la Capilla de los Sastres, llegaba hasta la Torre de los Clérigos y volvía al punto de partida. Lo conduce una mujer que hace gala de una santa paciencia cuando a mitad de trayecto encuentra la vía ocupada por un coche de gama alta. La conductora para el tranvía sin que ninguno de los ocupantes haga comentario alguno, ni bueno ni malo. Transcurren los minutos hasta que hace sonar la campana; de un comercio próximo sale una pareja de edad media sin ninguna prisa, se mete en el coche y con toda parsimonia lo aparcan en la acera de enfrente. En el tranvía, ni una mala palabra. El Colega, que es quien conduce, se admiró muy mucho de la serenidad lusa.

De vuelta de nuestro paseo en tranvía, nos despedimos de la ciudad en el Café Java, junto al Teatro Nacional de San Joâo, en la misma plaza de Batalha. El Java cumplía en 2014 un siglo de existencia y, aunque no tiene la fama del Majestic ni su elegancia, en la primera mitad del siglo pasado fue sede de tertulias literarias y políticas y, en su decadencia, conservaba un aire de cafetín culto. Anoté en mi haber que allí fue donde degusté la famosa francesinha. Quien la probó sabe que eso no es algo baladí.

Fotos: ©Valvar

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