Barcelos es una ciudad portuguesa perteneciente al distrito de Braga, con una historia que se remonta a tiempos inmemoriales, si hay que hacer caso a los restos arqueológicos aparecidos en su término, pero que empieza a escribirse en el siglo XII cuando don Afonso Henriques le dio fuero y condición de villa y, luego, don Denis concedió a su mayordomo Joao Afonso el título de conde de Barcelos.
Su momento de esplendor le llegó en 1385 cuando el séptimo conde de este título entregaría la villa como dote en el enlace de su hija Beatriz con otro Afonso, este hijo extramatrimonial del rey Joao I. Se amuralla la población, se construye el puente sobre el rio Cávado, la torre de la Porta Nova, el Paço de los Duques y la iglesia matriz.
Pero si por algo es conocido Barcelos en el mundo entero es por su gallo, identificado como el animal totémico portugués. Cuenta la tradición que andaban los vecinos alarmados porque se había cometido un crimen sin que se hallase al culpable cuando un buen día apareció por allí un gallego, convirtiéndose en sospechoso. Fue detenido y acusado del crimen, a pesar de sus protestas y de que aseguraba ser un peregrino de camino a Santiago, y condenado a la horca. Antes de ser ahorcado pidió ver al juez, que a la sazón estaba con unos amigos disponiéndose a comer un gallo asado. “Es tan cierta mi inocencia como cierto es que ese gallo cantará cuando me ahorquen”, dijo el gallego. Y así fue. Cuando el peregrino estaba a punto de ser colgado el gallo se levantó del plato y cantó. El juez corrió a liberarlo y el gallego siguió por su camino miñoto hasta Santiago. Pasado un tiempo volvió a Barcelos y mandó edificar un monumento en memoria del suceso.

La historia guarda muchas similitudes a la que se relata en Santo Domingo de la Calzada, en cuya catedral se conservan un gallo y una gallina vivos en memoria del suceso.
En Barcelos el gallo asado es uno de sus platos tradicionales hasta el punto de que cada año el tercer fin de semana de octubre organiza un concurso gastronómico con este leitmotiv.
Nosotros llegamos a Barcelos el jueves 12 de enero de 2023, de paso hacia la iglesia románica de Galegos-Santa María; al Colega lo del gallo le parecía poco interesante. La elección del día no es casual. Como encargada de la organización del viaje he reservado esta fecha para conocer la considerada mayor feria de artesanía de Portugal, que cada jueves se celebra en el Largo de Feria o Campo de la República. Al colega la feria le interesa menos aún que el gallo así que propone dar una vuelta, tomar café y seguir camino.

Mas, Barcelos tiene un centro histórico entre medieval y moderno que lo hace muy atractivo, todo ello trufado con sus gallos y cerámicas diversas, como procede a una ciudad -proclamada como tal en 1928- considerada referencia en las artes y oficios tradicionales, miembro de la Red de Ciudades Creativas de la Unesco desde 2017.

Enseguida nos topamos con la Torre de la Porta Nova, que formó parte de la antigua muralla y actualmente es un espacio dedicado a las artes y oficios tradicionales. Una pequeña maravilla. Nos gusta tanto que subimos hasta el mirador, todavía adornado con las luces navideñas, desde el que se contempla la iglesia del Bom Jesus de la Cruz y la de Nuestra Señora del Terco, en el Largo de Feria, el Jardín Barroco y la ciudad entera.



En una plazoleta próxima -el largo José Novais- se encuentra la Oficina de Turismo, donde nos proveen de material suficiente para invitarnos a una visita. Allí mismo entramos en otro pequeño museo con figuras increíbles.



Por la rua de don Antonio Barroso llegamos al Teatro Gil Vicente y un poco más adelante el Palacio de los Condes, la iglesia matriz y el solar de los Pinheiros.

La iglesia matriz, dedicada a Santa María, es obra del siglo XIV, con algún resto románico en sus columnas, y el interior cubierto con azulejería del siglo XVIII.







El Palacio de los Condes de Barcelos fue mandado construir por don Afonso, el primer duque de Braganza. Por su estructura, y por dominar el puente de peregrinos sobre el río Cavado, también del siglo XIV, más parece castillo que palacio aunque sirvió de residencia de la familia titular hasta el siglo XVII. Su abandono, primero, y el terremoto de 1755 lo dejaron malparado.








Sus restos ruinosos lo han convertido en museo arqueológico, en el que destaca el crucero de la leyenda del gallo, del que ya hemos hablado.



A un tiro de piedra, en el centro de un jardincillo, se levanta el Pelouriño, una picota gótica del siglo XIV.

No lejos se encuentra el Ayuntamiento, una amplia construcción resultado de unir la antigua Cámara, del siglo XIV, el hospital del Espíritu Santo y la Capilla de Santa María, del XVI, el Hospital de la Misericordia, del XVII, y el Palacio del Concejo, del XIX. Extrañamente, el edificio tiene cierta unidad.

El Colega ha pegado la hebra con un grupo de trabajadores en el Palacio de los Condes y se ha animado a acompañarme al Museo de la Alfarería, que reúne piezas locales y de otros países de lengua portuguesa, antiguas y modernas.




Ya que estamos aquí vamos a dar una vuelta por el mercado, le propongo al Colega. Antes de que empiece a protestar le sugiero que podemos aprovechar para llevar algo a las herederas. Mano santa. Y ahí echamos el rato, yo haciendo fotos y ellas diciendo esto quiero y esto también y el Colega pidiendo que lo envolvieran para el viaje.
Antes de seguir camino nos informan que el mejor tiempo para visitar Barcelos es la primera semana de mayo, cuando se celebra la Fiesta de las Cruces y las calles se llenan de flores, luces, banderas y conciertos al aire libre. O la última semana de julio, cuando organizan un festival de folclore, con cantos y bailes populares. Tomamos nota del consejo, y salimos de Barcelos muy contentos, a pesar de ser enero.
Por fin, indicamos al GPS la dirección de Santa María de Galegos, de la que en teoría nos separan una decena de kilómetros, y nos ponemos en marcha. Después de muchas vueltas, sin encontrar a nadie a quien preguntar, cuando creemos estar al borde del fin del mundo, al fin damos con la iglesia románica.



Casi en medio de la nada, en una explanada solitaria, separada del campo por un murete, una señal de aparcamiento reservado para el párroco. El poder tiene que ser eso, vivir como un cura y con aparcamiento propio, le digo al Colega, que en ese momento está enfrascado y feliz fotografiando la iglesia, objetivo suyo esta jornada.


Aunque hemos madrugado para llegar a Barcelos se nos ha hecho un poco tarde para comer. Nos acogemos a la hospitalidad de un pequeño restaurante de Galegos -Sonho do Cavado- que está lleno de una clientela local, donde degustamos la rica y contundente gastronomía de la región. Una jornada completa.
Fotos: ©Valvar


