Nimes tiene origen celta pero su principal patrimonio monumental es romano. Venimos por la afición del Colega a todo lo galo -empezando por Asterix y Obélix- pues la información que hemos recabado es más bien desalentadora: Nimes no es la bulliciosa Marsella, ni la elegante Montpellier, ni la amurallada Avignon, la torera Arles, la teatral Orange, la ducal Uzès o la veneciana Sète pero comparte el sol, una cierta calma plácida entre sus habitantes. Le falta decir, puede usted pasar de largo. Se diría que la ciudad está necesitada de una buena campaña publicitaria.

Pero el colega quería venir a Nimes y aquí estamos, pisando el albero de la Arena, el anfiteatro romano mejor conservado del mundo, dice la información turística, construido a finales del primer siglo de nuestra era. Aparentemente está bien conservado, lo que parece milagro, teniendo en cuenta la afición de los nimeños a meter mano en él a lo largo de los siglos. Los vizcondes de Nimes tuvieron la idea de construir dentro su palacio-fortaleza, con el tiempo se fueron levantando casas alrededor del palacio hasta contarse unas cien viviendas y dos capillas. Así, hasta que en el siglo XVIII se derribaron todas ellas y se le devolvió su aspecto original. En el coso se celebran corridas de toros y espectáculos varios. Nuestra visita coincide con la celebración de los festivales de verano así que el anfiteatro aparece semicubierto con una estructura metálica muy poco romana, francamente.





La historia de Nimes arranca en el siglo VI antes de nuestra era, cuando la tribu celta – los volcos arecómicos-, se instala en torno a una fuente de agua abundante, a la que levantan un templo. El año 120 a.C. los volcos reciben a los romanos, con quienes pactan una alianza para ayudarlos en la Guerra de las Galias, a cambio de mantener su religión y su cultura. Los romanos bautizan a la ciudad como Nemausus y la llenan de monumentos como espejo de la romanización en la Galia. Premonitoriamente, los romanos la convierten en lugar de apacible retiro para muchos de los veteranos de Julio César.
En el 462 cae en poder de los visigodos, en el 719 es conquistada por los árabes y en el 754 por los carolingios, que le hacen sede de un condado. En 872 pasa al conde de Tolosa. En 1215 es ocupada por los cruzados de Simón de Montfort pero un año después vuelve bajo la soberania de los vizcondes de Trencavel hasta que Luis IX lo incorpora a la corona. Fue un bastión hugonote durante la reforma y, tras un periodo de decadencia, en el siglo XIX inicia una etapa de prosperidad económica. El vecindario trabaja, primero, en la industria textil, cuya producción se exporta a Europa y América y, luego, el cultivo de la vid y la elaboración de vinos, que se transportan a través del canal del Midi y del ferrocarril. En la segunda década del siglo XXI Nimes es una pequeña ciudad de unos 150.000 habitantes.
Su patrimonio principal son el anfiteatro o Arena, la Maison Carrée, las murallas, la Torre Magna y el Templo de Diana, estas últimas en los jardines de la Fontaine.



La Maison Carrée –la Casa Cuadrada- es un templo de mármol construido en el año 16 a.C. por Augusto, con seis columnas en la parte frontal y diez en los laterales, de las que ocho están integradas en los muros. Es el templo más antiguo que se conserva íntegramente. Lo cual tiene su mérito porque nimeños y visitantes acostumbran a solazarse sobre las venerables piedras y, según nos contaron en el lugar, los fines de semana es punto de reunión para la movida local.

En la misma plaza, ocupando el lugar del foro, Norman Foster ha ideado un edificio transparente que mira a la Maison Carrée y que acoge el museo de Arte Contemporáneo. Al Colega le parece un edificio insustancial, a mí, en cambio, me gusta.

En un lateral de la plaza se extienden varias mesas, con sus correspondientes sombrillas, atendidas por un cafetín que toma el nombre del monumento. Elegimos el lugar para comer a un paso de la Maison Carrée y erramos. El Café Carrée tiene una carta mediocre y un mal servicio. Nos hacen esperar bajo un sol que no logra paliar la sombrilla, comemos regular y nos vamos asados al punto mientras los camareros se pasean entre las mesas como si fueran modelos de alta costura.

En las últimas décadas Nimes ha apostado por una arquitectura de vanguardia que, además del mencionado Norman Foster, incluye proyectos de Jean Nouvel, Vittorio Gregotti, Kisho Kurokawa, Mieko Inoue, Martial Raysse y Jean-Michel Wilmotte.
La apuesta vanguardista llega a su propio logotipo, diseñado por Philippe Starck. En él aparece un cocodrilo atado a una palmera, en memoria de la batalla de Actium, en el año 31 a.C., cuando las naves del emperador Augusto, en las que batallaban los guerreros volcos aliados de Roma, derrotaron a Cleopatra y Marco Antonio, lo que suponía la dominación del litoral mediterráneo. En conmemoración de aquella victoria se acuñó una moneda en la que aparecía el cocodrilo atado a la palmera, símbolo del sometimiento de Egipto al Imperio romano, y la leyenda COL NE, esto es, Colonia Augusta Nemausus, expresión de la alianza de Nimes y Roma. La imagen del cocodrilo y la palmera es omnipresente en la ciudad.
En los jardines de la Fontaine se pueden contemplar varios restos arqueológicos: la Torre Magna, que era la más alta de la muralla, y, al estar en la cima del monte Cavalier, puede verse desde cualquier punto de la ciudad. De la muralla romana, que tenía siete kilómetros de longitud, nueve metros de altura y dos de anchura, apenas quedan algunos fragmentos y dos puertas. Ha perdido uno de los tres niveles que tuvo y aún así mide 32 metros de altura. Aunque se puede acceder en coche hasta muy cerca de la torre, ascendemos a pie la cuesta con la esperanza de disfrutar de la vista panorámica que, dicen, se contempla desde ella pero cuando llegamos hace cinco minutos que se ha cerrado al público.



Iniciamos el descenso en busca del templo de Diana, por caminos sombreados y entre trinos de aves diversas. El Colega va entonando un canto a la naturaleza, que se muestra exuberante en este jardín del siglo XVIII, pero yo, que aún no me había recuperado de las escaleras del anfiteatro de la mañana, voy jurando en arameo por lo bajinis.






El templo de Diana se encuentra a la izquierda de la entrada principal del jardín, donde concluye la avenida Jean Jaurés. En realidad son unas ruinas en regular estado de conservación pero con un cierto aire romántico muy a tono con el lugar.

Hacemos una pausa en nuestro recorrido nimeño para tomar un refresco bajo la torre del Reloj, en la plaza que lleva su nombre y que viene a ser el corazón de la ciudad medieval, una zona que durante el día está atestada. Porque en Nimes coexisten tres ciudades superpuestas: la romana, la medieval y la moderna. Las campanas de la torre del Reloj marcaban las horas, advertían de incendios y llamaban a los ediles a las sesiones municipales. Es el símbolo del poder de la ciudad, aunque el Ayuntamiento se trasladó a su emplazamiento actual en 1702. La torre se reconstruyó en 1754, cuando amenazaba derrumbarse. A finales del siglo XIX se derribó el antiguo Ayuntamiento, quedando la torre aislada, convertida en el único adorno de la plaza. Ella y la catedral son los exponentes de la riqueza medieval nimeña.


La catedral de San Castor fue construida en 1646 sobre restos de una iglesia merovingia del siglo XI levantada con restos romanos, demolida y reconstruida dos veces en los siglos XVI y XVII. Estamos a punto de pasar de largo, pero, al acercarnos, descubrimos el friso que se extiende en la parte superior de su fachada, tenido por uno de los mejores exponentes de la escultura románica en el midi francés. A partir de Adán y Eva, ahí está la biblia en piedra. Los seis primeros grupos escultóricos son obra del siglo XI, el resto son algo posteriores.






En cambio, al pasar por la iglesia de San Pablo creemos ver indicios románicos y allá que nos vamos. No hay que fiarse de las apariencias, se trata de una construcción neorrománica-bizantina, del siglo XIX. Los coloristas frescos del interior son obra de Hippolyte Flandrin.


Volvemos a la plaza del Reloj hacia las 7 de la tarde y encontramos que bares, restaurante y comercios hace una hora que han cerrado. A las 8, con el sol todavía alto, no hay nadie en la calle. Este horario, que sin duda es bueno para la conciliación, no es lo que se entiende por un jolgorio. Ahora, como tranquila, no cabe duda de que Nimes es una ciudad tranquila.
Fotos: ©Valvar


