Ciudad Rodrigo

Ciudad Rodrigo, la antigua Mirobriga, es una población de la provincia de Salamanca en la frontera con Portugal. Se levanta sobre un promontorio coronado por el castillo lamido por un río con nombre de mujer: el Águeda. Entre sus murallas conserva un conjunto monumental de primer orden.

Que este es un lugar habitado desde antiguo lo demuestran los grabados rupestres de Siega Verde, a 12 kilómetros al noroeste de la ciudad, datados en el Paleolítico Superior, declarados Patrimonio de la Humanidad en 2010. En sus peñas pueden verse dibujos de caballos, bóvidos, ciervos, cabras y otras especies de animales.

De la Edad de Bronce se conserva el llamado ídolo de Ciudad Rodrigo, que puede verse en el Museo Arqueológico Nacional en Madrid.

Más moderno -de la Edad del Hierro- es el verraco del puente, escultura zoomorfa que mira con ojos de piedra al castillo.

Los romanos llamaron al lugar Mirobriga, de donde procede uno de los gentilicios de sus habitantes -mirobrigenses, también rodericenses y civitatenses- además de las Tres Columnas, incorporadas a su escudo en la Edad Media.

Se cree que fue en el siglo XI, durante el reinado de Alfonso VI de León, cuando el conde Rodrigo González Girón reconstruyó y repobló el antiguo poblado vetón, dando nombre a la ciudad y a otros lugares próximos como Aldearrodrigo o Castelo Rodrigo. El testimonio más antiguo referido a la población es un documento de la catedral de Salamanca de 1136, donde se dice que los salmantinos compran la aldea de Civitatem de Roderic.

Ya en el siglo XII Fernando II de León refuerza la zona creando una plaza fuerte frente a los almohades por el sur y a los portugueses al oeste. El rey amuralla la ciudad, le da fuero y le dota de obispado.

Tiempos turbulentos aquellos, la población vivió las consecuencias de las guerras civiles interiores, como las que mantuvieron los partidarios de Pedro I -conocido, según se mire, como el Cruel o el Justiciero- y su hermanastro Enrique II de Trastamara. Este llegó a poner sitio a la ciudad en 1370, sin llegar a tomarla. Luego, ya rey, reforzó y elevó la cerca y construyó el alcázar.

No menores fueron los conflictos derivados de su condición fronteriza. En 1384 las tropas portuguesas entraron en Ciudad Rodrigo, invasión que acabaría en la derrota castellana de Aljubarrota. La ciudad era por entonces una de las plazas fueres de la corona de Castilla y León, con Tuy y Badajoz.

Empero, este permanente hostigamiento le llevó a dudar acerca de la conveniencia de pertenecer a la corona castellana o a la portuguesa. Así ocurrió durante el enfrentamiento entre Pedro I y Enrique II, y, luego, en la Guerra de Sucesión entre Isabel de Castilla y su sobrina Juana -mal llamada la Beltraneja- y Alfonso V de Portugal. Finalmente se inclinó por la primera y no le fue mal pues los Reyes Católicos le concedieron el mercado franco los martes, después ratificado por Carlos I.

La decisión real de expulsar a los judíos en 1492 también favoreció a la ciudad, que se convirtió en centro de afluencia desde Castilla a Portugal, y punto de retorno de algunos de ellos, que volvieron para bautizarse, consolidando por esta vía una importante población conversa👇.

Aunque la ciudad volvió a vivir el desgarramiento entre partidarios y contrarios de las Comunidades, el siglo XVI fue el de oro para Ciudad Rodrigo. Pudo al fin conocer la estabilidad política y el bienestar económico, viendo florecer hermosos edificios civiles y religiosos que hoy conforman su notable patrimonio.

La armonía duró poco. Las guerras de Restauración o Independencia de Portugal (1640-1668) y la de Sucesión de la corona española (1700-1714) con sus asedios, incursiones militares, robos de bienes y de ganados supusieron un nuevo desgaste. A cambio, las relaciones económicas, sociales y culturales se multiplicaban en tiempos de paz, a un lado y otro de la Raya. Ciudad Rodrigo abastecía a Castilla de productos portugueses y a Portugal de productos castellanos.

Ya en el siglo XIX, en 1810 fue sitiada y ocupada por los franceses, después de causar graves destrozos en su muralla. Dos años después, las tropas aliadas al mando del inglés Wellington, recuperaron la ciudad, lo que le valió al general el título de duque de Ciudad Rodrigo.

Las desamortizaciones de ese mismo siglo ocasionaron graves daños en una ciudad con fuerte acento eclesiástico, agravado con la suspensión de la diócesis en el concordato de 1851, recuperado en parte en 1884 con un prelado como administrador apostólico. Tendrían que pasar décadas hasta que en 1951 recobrara el obispado.

A comienzos de marzo de 2024 hicimos una visita a Ciudad Real, alojándonos en el palacio de Enrique II👇, hoy convertido en parador nacional. Primer punto a favor, el antiguo castillo ha sido muy bien restaurado ofreciendo la belleza de la época de su construcción y el confort del tiempo actual. Desde nuestra habitación podemos contemplar el río Águeda y el puente viejo y disfrutar de preciosas puestas de sol.

Empezamos nuestro recorrido paseando por la muralla, paredaña al castillo, que tiene una longitud de dos kilómetros. En una de las puertas descendemos del adarve en busca de la Oficina de Turismo, ubicada en los bajos del Ayuntamiento. La señora que lo atiende nos informa cumplidamente, nos proporciona planos y folletos y nos anima a conocer otras fortificaciones de frontera próximas. Gracias le sean dadas.

Volvemos a la cerca, fotografiamos alguna de sus puertas, por las que entran y salen peatones y coches. Descubrimos que un tramo del paseo que bordea la muralla lleva el nombre de Fernando Arrabal. El escritor y dramaturgo tiene incluso un monolito con busto en su honor.

Nos enteramos así de que el padre del escritor, militar leal a la República durante el levantamiento de 1936, estuvo preso en la cárcel de Ciudad Rodrigo, entre otros penales. El niño Arrabal fue confiado a los abuelos en Ciudad Rodrigo mientras la madre buscaba trabajo en Burgos a cuyo penal había sido trasladado el padre. Fuentes oficiales informarían a la familia de que en el crudo invierno burgalés de 1942 el preso huyó del hospital vestido únicamente con el pijama, desapareciendo sin dejar rastro. La información👇 nos deja un poso de tristeza por el dramaturgo y por las generaciones de españoles que soportaron y soportamos la dictadura.

Volvemos a entrar en la ciudad por la puerta de las Amayuelas, que nos conduce a la catedral.

Tardorrománica en su origen a finales del siglo XII, en el reinado de Fernando II, tiene tres puertas grandiosas. La norte, del Enlosado o de Amayuelas.

A un costado del muro norte descubrimos un pequeño relieve en el que un caballero lucha con un oso. Es el recuerdo de una leyenda según la cual en el siglo XII, comenzando las obras de la catedral, cada noche se producía un gran estruendo y a la mañana siguiente aparecía destruido lo construido el día anterior. Los mirobrigenses estaban persuadidos de que era el mismo demonio quien trataba de impedir que se erigiera la catedral. Hasta que un caballero valeroso decidió acabar con la situación. En la oscuridad de la noche atacó con su espada al causante del estruendo y de las ruinas, que resultó ser un enorme oso.

la meridional o de las Cadenas, con sus magníficas esculturas del Salvador, flanqueado por San Juan, San Pedro, San Pablo y Santiago. Sobre el arco escarzano, una galería de doce arcos con otras tantas esculturas ya góticas con personajes del Antiguo Testamento: de izquierda a derecha, Abraham, Isaías, la reina de Saba, Salomón, Ezequiel, Moisés, Melquisedec, Balaam, David, Elías, San Juan Bautista y Jeremías.

Siendo esta una portada espectacular, me gusta especialmente una escultura que ocupa un arco en el muro a la derecha: una Virgen sentada – sede sapientiae- con el Niño Jesús en sus rodillas de transición al gótico.

En el muro exterior sur de la nave vemos unas bellísimas ventanas también tardíamente románicas.

En el interior de la iglesia se encuentra el Pórtico del Perdón o de la Gloria👇, ya del siglo XIII, con un doble acceso dividido por una columna en la que se apoya una Virgen con Niño. Seis arquivoltas profusamente engalanadas con escenas de la vida de Cristo y de la Virgen, coronada por su hijo en el remate superior.

La capilla mayor es de Gil de Hontañón. El retablo original ha sido sustituido por una imagen de la Asunción, de Juan de Mena, procedente del monasterio de la Caridad.

El claustro es gótico, construido entre los siglos XIV y XVI. En el ángulo suroeste se enterró al cantero que dirigió la obra de las crujías góticas. Un calvario señala el sepulcro, bajo el que una inscripción reza: AQUI YAS BEN/EITO SÁNCHEZ MAESTRE QUE FUE/DESTA OBRA Y DIOS LO PERDONE AMEN

Las otras dos crujías fueron realizadas entre 1526 y 1539 por Pedro de Güemes, retratado en un medallón con un compás, símbolo de su oficio.

Nos llaman la atención los abundantes relieves que adornan las basas de estas pandas. Al terminar la visita preguntamos si estas figuritas son originales. Originales son, pero del siglo XX, nos responde la persona que atiende a la entrada. Por entonces, encontrándose dañados los muros de esta parte del claustro se encomendó la restauración a José Tarabella, quien se vino arriba y dejó su impronta en el claustro. Al Colega le parece casi un sacrilegio, pero a mí me hacen gracia. ¿Quién, pudiendo hacerlo, no caería en la tentación de dejar su impronta en un lugar como este? También intervino en el palacio de los Águila y esculpió un lagarto o una rata, añade la señora que nos atiende.

Acudimos, pues, al palacio, obra del siglo XVI promovida por Antonio del Águila, alférez mayor y alcaide de la fortaleza. El patio plateresco es el escenario de la intervención de Tarabella, que se distingue fácilmente del original por el color más claro de la piedra. Efectivamente, ahí está la lagartija invasora.

Pasear por Ciudad Rodrigo es una sucesión de hermosas sorpresas, aquí y allá surge un palacio, empezando por el episcopal o el del primer marqués de Cerralbo, de Moctezuma o de los Cornejo, de Miranda, de Vázquez; una casona, la de la Cadena, el Cuartel de Artillería. Tomamos un café en el bar Los Arcos de la plaza Mayor, donde hace tertulia una clientela que parece asidua. Desde allí contemplamos la Audiencia y la casa de los Cueto. Acercándonos al bello edificio del Ayuntamiento divisamos el de Correos y la torre de San Agustín. Más allá, el románico mudéjar de San Isidoro. Fuera de la cerca, San Andrés y las ruinas del convento de San Francisco.

En el parador nos informan de que los huéspedes podemos acceder a la torre del homenaje a cualquier hora. ¿Cuántas escaleras son?, pregunto. Ochenta y cuatro, me responden. Barandilla mediante, subo a la torre, disfrutando de la magnífica vista de la ciudad que ofrece la atalaya. A nosotros nos pareció que marzo es un tiempo tan bueno como cualquier otro para disfrutar Ciudad Rodrigo pero, si eres amante del jolgorio lo tienes garantizado en el carnaval del toro, entre el viernes de carnaval y el miércoles de ceniza. Y si prefieres la cultura, en agosto es escenario de la feria de teatro de Castilla y León.

Fotos: ©Valvar

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