San Pantaleón de Losa posee una de las iglesias más singulares del románico castellano. Ubicada en una peña que evoca la proa de un barco presto a surcar las tierras del norte burgalés, rodeado por el río Jerea, conserva un conjunto de esculturas de difícil interpretación y encierra un ramillete de leyendas nacidas a lo largo de siglos.

A nosotros nos gusta sobremanera la iglesia y el entorno, que solemos visitar con alguna frecuencia y adonde llevamos a nuestros invitados. Tantas veces como vayas te sorprenderás al descubrir entre el arbolado la silueta de la peña y la ermita como el puente de mando de una embarcación.


En nuestra última visita tuvimos la suerte de estar acompañados de Elvira, vecina del pueblo, persona muy involucrada en el cuidado y protección de la actual ermita.

A pesar de los arriscado de su ubicación se puede acceder con el coche hasta un aparcamiento habilitado por el Ayuntamiento no lejos de la ermita y desde allí ascender unos metros hasta San Pantaleón. Al margen del interés por la construcción románica, el lugar ofrece un atractivo telúrico: los montes, los valles, el silencio, la hermosura del entorno…



Algo parecido intuirían los primitivos ocupantes, que habitaron el lugar en la Edad del Hierro. Luego, aquí se asentó un castro romano -cerca discurre una vía romana que una la meseta con Cantabria- y, probablemente, durante la repoblación del valle, entre los siglos IX al XI, en la cima de la ahora bautizada como Peña Colorada existiera un castillo o fortaleza defensiva, de la que no quedan restos. Realmente, la peña es una fortaleza en sí misma, donde el río Jerea ejerce como foso, un lugar infranqueable. La población ocupó durante siglos la falda del montículo que remata la iglesia antes de trasladarse al llano, protegida por la Peña.

La iglesia se levantó en el último tercio del siglo XII, si bien con anterioridad pudo existir un templo, pues en 1133 el rey Alfonso VI donaba una iglesia de San Pantaleón al monasterio de Oña. En 1158 pasó a manos del monasterio de San Juan de Burgos al que en 1178 Alfonso VIII reitera la donación. Más tarde es la Orden de San Juan de Jerusalén, conocida como de los caballeros hospitalarios, quien se hace con su propiedad. Una lápida que se conserva en su interior data la consagración del tempo el 27 de febrero de 1207 por el obispo de Burgos García .

La fábrica es un modelo de adaptación a la pendiente pronunciada del terreno, que explica los casi diez metros de altura de fachada y los apenas dos del ábside.

La portada se abre en el hastial a occidente. En su lado izquierdo encontramos una figura de larga cabellera con una piel al hombro, que parece un atlante y que los expertos consideran que representa a Sansón. Abunda en la idea que sobre esta figura se encuentra otra que parece representar un león siendo desquijarado por el mismo personaje bíblico. Adosado a ella otro relieve de una loba amamantando, ambos muy deteriorados.


En el lado derecho queda un resto zigzagueado que, según se cree acompañaba a una imagen de San Pedro, de manera que a ambos lados estaban representados el Antiguo y el Nuevo Testamento, como es frecuente en el románico.


Los capiteles que rematan las columnas en las que apean las arquivoltas de esta puerta representan las formas de martirio que sufrió San Pantaleón, finalmente decapitado.




En la segunda de las arquivoltas aparecen figuras emparedadas de las que solo se ven la cabeza y los pies, imágenes que se repiten en la ventana sur del ábside, sin que se conozca con precisión su significado.


Encima de la portada se abre una ventana con tres columnas rematadas en capiteles con motivos vegetales, una cabeza grotesca que saca la lengua y Adán y Eva acompañados de una enorme cabeza.







En las ventanas exteriores se repiten los motivos vegetales junto a una abundancia de rostros y cabezas similares a las que se encuentran en el monasterio de Estíbaliz y un gluton comiéndose el fuste, motivo frecuente en el románico francés.

El interior es un templo de nave única, con una cúpula sobre pechinas y un ábside semicircular con bóveda de horno. El desnivel del terreno se resuelve mediante escalones que unen la nave con el hemiciclo absidal.

Parece que en el siglo XVI, en momentos de gran afluencia de peregrinos, se vio la conveniencia de ampliar el templo. Como la pendiente del terreno impedía alargar la nave, se optó por abrir un brazo al norte con dos pequeñas naves en estilo gótico, adonde se trasladó un sepulcro románico, protegido por baldaquino. La obra primitiva y su ampliación se comunican mediante sendos arcos en el presbiterio y en la nave.




Entre los capiteles del interior hay dos que muestran a una enorme serpiente mordiendo a un humano, que escenificarían el milagro vivido por el santo al conseguir la resurrección del niño por intercesión divina, lo que condujo a su conversión. También hay una pareja de dragones y el relieve de un gato, animal que se identifica con el mal.

En el presbiterio luce una imagen de la Virgen sedente con el Niño en brazos, copia de la original del siglo XIII que se conserva en el Museo del Retablo de Burgos.
Sostiene la tradición que durante mucho tiempo aquí permaneció una ampolla con restos de la sangre de San Pantaleón que se licuaba cada 27 de julio, coincidiendo con su festividad. En algún momento, la reliquia salió de su ermita y se trasladó al monasterio madrileño de la Encarnación donde los creyentes asisten cada año a la licuación milagrosa.
Los enigmáticos mensajes que emanan de los muros de esta iglesia y su vinculación con la Orden de San Juan, que asumió parte de los bienes y algunas de las tradiciones templarias, han contribuido a rodear a San Pantaleón de Losa de un cierto aire esotérico, vinculado al Santo Grial, esto es, el cáliz utilizado en la Última Cena.
Viene a corroborar esta creencia que la tradición medieval situa el Grial en Mont-Salvat y que el Valle de Losa, donde se ubica San Pantaleón, se cierre en la Sierra Salvada, así como que cerca de la ermita se encuentra el pueblo de Criales, de resonancia similar. Elvira añade que, por la razón que fuere, durante siglos los peregrinos se desviaban del Camino de Santiago para visitar San Pantaleón.


Sobre el arco triunfal de la ermita se levanta una espadaña que debió tener un segundo cuerpo pero que solo conserva uno con dos troneras. En una de nuestras visitas, en 2008, la espadaña lucía aún una campana, que fue robada en hecha indeterminada. En 2020 ya no estaba y ahora, en 2024, tampoco. Elvira expresa su confianza en que sea devuelta como han sido devueltas algunas piezas de un retablo que alguien se llevó y devolvió medio siglo después.
La ermita de San Pantaleón, peculiar por tantas circunstancias, lo es también por la protección que recibe de los -muy escasos- vecinos del pueblo. Ellos -más justo sería decir ellas- realizan pequeñas manualidades para obtener ingresos que revierten en la ermita. Y, pues la Junta de Castilla y León no incluye la ermita entre los monumentos abiertos en verano, es el Ayuntamiento quien costea el salario de la persona encargada de abrirlo al público y explicar su historia. Lo que viene a corroborar una vez más que el patrimonio artístico se salva, en las ocasiones en que se salva, más por intervención de la sociedad civil que por la intervención de los organismos oficiales.
La ermita de San Pantaleón es Monumento Histórico Artístico, además de un lugar interesante y singular, muy por encima de la escasa señalización que anime a visitarlo.
Fotos: ©Valvar
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