El Parque Natural Cañón de Río Lobos es un espacio de una belleza salvaje, que guarda una joya arquitectónica, la ermita de San Bartolomé, mezcla de hermosura románica y misterios a medio resolver.



El Cañón de Río Lobos, tiene una extensión de 12.238 hectáreas y un paisaje bucólico hasta en el nombre. Está declarado Parque Natural, desde 1985, uno de los primeros Espacios Naturales Protegidos en la Comunidad de Castilla y León, catalogado, asimismo, como Zona de Especial Protección para las Aves y Zona de Especial Conservación.




El espectacular paisaje ha sido formado por la paciente erosión del agua y la acción del hielo y el deshielo. En él coexisten los páramos calizos, los cortados y la ribera con su fauna -buitres, águilas, halcones, alimoches, cernícalos, búhos, cárabos, mochuelos, corzos, jabalíes, ardillas, zorros, murciélagos…- y flora -sabinas, pinos, encinas, aliagas, espliegos, tomillos, salvias, sauces, chopos, avellanos, abedules, nenúfares…- propias.




Nosotros venimos frecuentando el Cañón desde nuestra primera juventud, cuando los vehículos podían transitar sin control por los caminos e incluso acampar en el Cañón, pero, afortunadamente, ahora el acceso está controlado y los coches han de aparcar en los lugares designados para ello. Los abundantes carteles distribuidos por el parque solicitan moderación a los visitantes y un silencio respetuoso hacia la fauna autóctona. Así y todo, en nuestra última visita, agosto de 2024, la afluencia al parque era tan numerosa como bullanguera.


Desistimos de pasear por los senderos y nos dirigimos directamente a la ermita de San Bartolomé, que es nuestro objetivo. Queremos aprovechar que ahora permanece abierta durante buena parte del año para conocer su interior. La iglesia está ubicada en un meandro del río Lobos, cobijada por enormes crestones de piedra, que aumentan la impresión de monumentalidad de un lugar sobre el que pesan mitos y leyendas para todos los gustos.


Para empezar, se dice que se levanta en el lugar señalado por la espada del apóstol Santiago, caída durante un salto prodigioso del caballo que montaba el santo. Construida en las primeras décadas del siglo XIII, en un punto equidistante del cabo de Creus y del Finisterre peninsular, por donde sale y se pone el sol en la Península, estuvo vinculada al Temple hasta la supresión de la Orden, lo que explica la simbología de algunos canecillos, cuyo significado permanece oculto para el visitante actual.

Sean ciertas o no las leyendas, se conozca o se ignore el significado de los símbolos que abundan en sus muros, la ermita es de una belleza rotunda. Llaman la atención los rosetones de influencia mudéjar abiertos en los brazos de la iglesia, con una trama formada por una línea sin principio ni fin que forman cinco corazones entrelazados encerrando una estrella de cinco puntos, un pentáculo invertido.


Conviene ayudarse por un buen objetivo -o unos prismáticos- para distinguir los canecillos que se distribuyen por la portada y el ábside. Junto a motivos habituales en el románico -cabezas humanas, pareja de luchadores, un músico itifálico, Adán, el crismón- aparecen otros de simbología más oculta: el sol y la luna, cuatro cabezas formando cruz, la pata de oca, la letra H, que evoca al constructor del templo de Jerusalén-.













Desde el punto de vista artístico, lo más interesante de la ermita está en el exterior pero entrar en un lugar que arrastra tal cantidad de leyendas y mitos sobrecoge un poco.

Estamos en un templo románico de transición al gótico, de planta de cruz latina, con un crucero más bajo que la nave y ábside semicircular, de sobria ornamentación interior. En las capillas que conforman los brazos de la cruz se conservan sendos arcosolios, de carácter funerario.



Preside el altar un Cristo crucificado del siglo XVII, la capilla sur, una imagen de San Bartolomé y la capilla norte un retablo con la Virgen de la Salud, del XVIII, que goza de mucha devoción en la zona. En el borde de esta capilla se observa un losa con el grabado de una cruz patada en la que, según las alineaciones astronómicas estudiadas por Rafael Fuster y Jordi Aguadé, es iluminada por un rayo de sol en el solsticio de invierno.


En nuestra visita de agosto, la mayoría de visitantes brujulea alrededor de la iglesia, dudando si entrar o seguir el paseo. Delante de nosotros una familia se dispone a entrar. La entrada cuesta un euro, poco más que el precio del folletito que entregan al visitante. El marido dice que él no paga eso, que prefiere esperar a la mujer fuera. Él se lo pierde.


Frente a la ermita, al otro lado del río, se abre la entrada a la cueva grande del Cañón, una boca de 25 metros de altura que conduce a un espacio de unos cien metros de largo que se cree estuvo habitado en la prehistoria y que ese día estaba tan concurrido como cualquier calle de una gran ciudad.


Recorremos el camino de vuelta por el itinerario del río, deteniéndonos en las señalizaciones de los árboles que lo bordean y, como en tantos otros lugares, preguntándonos cuál será la forma adecuada de mantener el equilibrio entre el razonable deseo de conocer nuevos lugares y el respeto a parajes singulares como la ermita de San Bartolomé y el Cañón de Río Lobos.
Fotos: ©Valvar
Si quieres ampliar información sobre ambos, clica aquí:
Arteguías: ermita de San Bartolomé 👇
Alineaciones astronómicas en la ermita de San Bartolome de Ucero 👇


