San Pedro de Cardeña

San Pedro de Cardeña es un monasterio próximo a la ciudad de Burgos con una historia trufada de desgracias y leyendas. Por él han pasado varias órdenes religiosas y de él han salido algunos de los códices medievales más hermosos. Visitarlo es vivir una inmersión en la historia.

Situado en un pequeño valle, a diez kilómetros de Burgos, rodeado de arbolado y cultivos, el lugar resulta agradable en cualquier época del año, más aún en otoño, cuando el campo se cubre con todos los tonos verdes y ocres. Y además, la visita es más cómoda porque hay menos gente que en verano.

Eso si no vas a mediodía de un domingo, cuando la explanada ante el monasterio se encuentra atiborrada de coches como el aparcamiento de un supermercado, de los fieles que asisten a la misa de 11 de la mañana y que llenan la iglesia.

A Cardeña hay que llegar advertido de que no es fácil separar la realidad histórica de la leyenda, empezando por su propia fundación. Quiere esta que su creación se remonte al año 537, cuando el infante Teodorico, hijo del rey ostrogodo del mismo nombre y de su mujer Sancha, murió después de haber bebido agua de una fuente, mientras participaba en una cacería. Su madre mandó enterrarlo en una ermita cercana dedicada a los apóstoles Pedro y Pablo, que sería el origen del actual monasterio.

Excavaciones realizadas en 1967 hallaron una estela con una inscripción y cruz patada, datada a finales del siglo IX, y un sepulcro antropomorfo con cabeza en arco de herradura habitual en el siglo X. Documentos del año 899 hablan de que en este lugar se fundó un monasterio encomendado a una comunidad de monjes benedictinos, siguiendo el plan de Alfonso III de repoblar los territorios reconquistados a los musulmanes.

A medio camino entre la realidad y la leyenda están los mártires de Cardeña. La narración sitúa en el 6 de agosto del año 934 el ataque de las tropas de Abderramán III durante el que unos doscientos monjes del monasterio fueron pasados a cuchillo.

Ninguna fuente cristiana contemporánea recogió el hecho ni el Islam facilitaba la recuperación de los cuerpos de cristianos muertos en su territorio. No obstante, el monasterio distribuyó entre los templos del entorno reliquias de los mártires y la iglesia católica los canonizó en 1603. Se admite como posible que el cenobio fuera atacado en alguna razia musulmana y la tradición oral magnificara el hecho.

El monasterio fue favorecido por donaciones de los nobles que ampliaron sus posesiones a tierras de Segovia y Palencia. La bonanza económica permitió levantar una iglesia románica, quizá sobre una anterior prerrománica, de la que solo queda la torre campanario, conocida como Torre del Cid o de doña Jimena, levantada en el siglo XI.

En el XII se construye el claustro románico, luego llamado de los Mártires. Las dovelas de color rojo y blanco de sus arcos evocan las arquerías de la mezquita de Córdoba.

Mientras la fama del monasterio crecía con el eco de sus mártires, entre los siglos X al XII trabajaban en su scriptorium los frailes Díaz, Endura, Gómez o Sebastian, autores de pergaminos y códices de buena caligrafía, bellamente iluminados. En esta producción se incluye la llamada Biblia de Burgos que se conserva en la Biblioteca Municipal de Burgos; el Beato de Cardeña, una parte del cual posee el Museo Arqueológico Nacional; las Etimologías guardadas en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia; un Pasionario y un Becerro tutelados en El Escorial; una segunda Biblia en poder de la catedral burgalesa y un Becerro gótico. Aparte de los libros que han salido al extranjero, como el Pasionario de la British Library de Londres.

Este es el siglo de esplendor de los monasterios de Castilla. Es el tiempo del abad Sisebuto en Cardeña, el de Domingo en la abadía de Silos, de Íñigo en Oña y de García en San Pedro de Arlanza, todos ellos regidores de grandes abadías, todos también elevados a los altares. Es asimismo el tiempo de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, cuya leyenda estará unida para siempre a Cardeña, al que dedicaremos su propio espacio. Castillla, recién nacida como reino, necesitaba de esos grandes monasterios y de héroes legendarios para alimentar su propia identidad y aglutinar a su población.

Durante el siglo XII, por decisión del rey Alfonso VII y el beneplácito del obispo, el cenobio pasó a depender de la abadía de Cluny. La experiencia duró tres años al cabo de los cuales volvieron los benedictinos a Cardeña, pasando a depender directamente del papa.

En el siglo XV, el abad don Pedro del Burgos comienza la construcción de la nueva iglesia; sobre los cimientos románicos y prerrománicos, que amenazaban ruina, se levanta una fábrica gótica de tres naves y bóvedas de crucería. Las obras duraron diez años y se costearon con limosnas y donativos que se devolvían en indulgencias concedidas por el papa Eugenio IV a quienes contribuyeran a la construcción del templo.

En los siglos siguientes se construyeron los claustros altos, la sala capitular y la escalera de caracol, atribuida a Gil de Siloé. Entre los siglos XVII y XVIII se levanta la escalera monumental, el claustro herreriano, y la fachada barroca del monasterio, en la que aparece el Cid sobre el caballo, en modo matamoros, como un nuevo Santiago. De hecho, muchos visitantes creen que se trata del santo compostelano. Un incendio ocurrido en 1666 destruyó en parte el llamado palacio del Cid.

El siglo XIX resultó fatídico para Cardeña. Las tropas de Napoleón asaltaron el monasterio y se llevaron cuanto de valor encontraron, ayudados por algunos vecinos, al decir de los monjes, quienes hubieron de huir para salvar la vida. Derrotado el ejército francés, los benedictinos volvieron dispuestos a restaurar lo destrozado, pero en 1835 se vieron obligados a abandonar definitivamente el convento; sus bienes fueron confiscados por el Estado en el proceso de desamortización de Mendizábal.

En 1864 el monasterio fue adquirido por el arzobispado de Burgos para su utilización como hospital y, sobre todo, como Casa de Corrección de los Clérigos que se desviaran de la norma. Las tierras quedaron en manos de particulares. Poco tiempo después, los benedictinos de Solesmes trataron de instalarse en Cardeña, ante el temor de ser expulsados de Francia. El arzobispo los orientó hacia Silos pues ya había ofrecido el convento a los monjes trapenses. Estos tampoco se asentaron, sea por el frío, sea por el alto precio de las tierras circundantes, que ellos precisaban para cumplir su lema Ora et labora. Quienes sí se quedaron fueron los escolapios, pero solo entre los años 1888 a 1901, dedicados a la enseñanza. Tras ellos llegaron los cartujos, con el propósito de alojar a los monjes exiliados de Francia. Pero en 1903, también se fueron.

Las instalaciones monacales fueron entonces ocupadas por los capuchinos de Toulouse, que habían sido expulsados de su país. Como en los casos anteriores, coexistiendo con la Casa de Corrección de Clérigos. En 1921 también los capuchinos volvieron a sus conventos de origen. En 1922 la Diputación de Burgos propuso su utilización como manicomio, propuesta que no llegó a cuajar.

Cardeña parecía abocada a la ruina, como estaba ocurriendo con su vecina San Pedro de Arlanza. Así lo vio García Lorca, que dejó escrito a su paso: “Todo el monasterio, al que ya aman las yedras y las golondrinas, enseña sus ojos vacíos de una tristeza desconsoladora y desmoronándose lentamente deja que las yedras lo cubran y los saúcos en flor”.

Cuando los cistercienses de San Isidro de Dueñas se interesaban por crear una nueva comunidad en Cardeña se produjo el levantamiento militar de 1936 y la subsiguiente guerra civil. Desde 1937 a 1939 el monasterio fue convertido en campo de concentración, ocupado por cuatro millares de presos, muchos de ellos pertenecientes a las Brigadas Internacionales que habían acudido a defender la República.

En 1942 pudieron por fin asentarse los cistercienses, después de adquirir 132 hectáreas de terreno, para dedicar a la labranza. Una comunidad formada por diez monjes y nueve hermanos, que en 1946 adquirirán su autonomía jurídica. Desde 1948 San Pedro de Cardeña es formalmente una abadía.

El 1 de febrero de 1967 un incendio estuvo a punto de acabar con el proyecto monacal y con el mismo convento. Los daños fueron enormes, pero la comunidad se aplicó a reconstruir los destrozos, añadiendo, incluso, nuevas instalaciones, como una fábrica para elaborar el licor Tizona, o restaurando la bodega donde se guardarán los vinos elaborados bajo la etiqueta Valdevegón. En la segunda década del siglo XXI, siguiendo la tradición cervecera trapense de las abadías belgas, la oferta se ha incrementado con una cerveza que lleva el nombre de Cardeña. Los vinos, licores, el chocolate y la cerveza y algunos productos más procedentes de otros monasterios trapenses se comercializan en la tienda, ubicada en la planta baja de la torre de San Benito. Nosotros, como la mayoría de los visitantes, también picamos en la tienda, nos llevamos vino, chocolate y cervezas. De ello y de la hospedería vive la comunidad.

Las visitas al monasterio se inician en la puerta de la iglesia y son guiadas por el monje Román, un personaje él mismo, que parece sacado de un relato medieval. En confianza, si le pillas con ganas de charla, solo conocerle vale el viaje.

La iglesia se levanta al sur del edificio monacal, su fachada es gótica en su parte inferior, rematada por una espadaña barroca.

Ocupa el tímpano de la portada un grupo escultórico en el que aparece el abad don Pedro de Burgos, promotor de la iglesia, arrodillado ante San Pedro y San Benito, titulares del cenobio.

Remata el hastial una espadaña donde aparecen varias cabezas de personajes vinculados al monasterio: San Benito con báculo abacial; los santos Pedro y Pablo, un tramo más abajo, los personajes históricos: el rey Alfonso III, doña Sancha, Teodorico y Garcí Fernández, como fundadores del monasterio y en el centro, una hornacina con la escultura del Cid.

El interior de la iglesia mide 44 metros de largo, 28 de ancho y 18 de altura. Llama la atención que la cabecera y el presbiterio ocupan dos tercios de su longitud, indicio de que las obras se concluyeron apresuradamente al acabarse el presupuesto. Como en las iglesias cistercienses la ornamentación en naves y columnas es escasa o nula y nunca historiada.

Rematan en bóvedas de crucería sencilla en cuyas claves aparecen escudos de la orden cisterciense, de algunos de los patronos o del papa Eugenio IV, que favoreció su construcción.

En la nave de la epístola se abre la capilla conocida como de San Sisebuto o del Cid, donde permanecen los sepulcros del héroe y de doña Jimena y los restos o el recuerdo de algunos de sus familiares y de los fundadores del monasterio. El retablo de nogal de esta capilla es obra de fray Pedro Martínez, monje del monasterio en el siglo XVIII. A un lado y otro del retablo dos cuadros de temática cidiana, obra del pintor burgalés Cándido. En la remodelación de 1735 se construyó la portada barroca, gemela de la que se abre en la nave del evangelio, dedicada a los Santos Mártires, que comunica con el claustro.
En 1992, cuando se cumplía el medio siglo de la instalación cisterciense, el Cabildo de Burgos devolvió a Cardeña las reliquias de San Sisebuto, que habían sido trasladadas a la catedral tras la desamortización.

El hueco de la torre románica está ocupado por una pequeña capilla dedicada a San Benito, que abre un arco gótico flamígero en el que se cree pudo intervenir alguno de los Colonia.

Sobre el altar reposa una buena talla de San Pedro (s.XVII), en el suelo, dos capiteles románicos, restos de la primitiva iglesia.

La cabecera es rectangular, presidida por una imagen de la Virgen -como en todos los conventos cistercienses- flanqueada por imágenes de San Benito y San Bernardo, santos de la orden, todas ellas del siglo pasado.

El coro de nogal es del siglo XVI, fue traído de San Juan de Ortega, en los años cuarenta y ha sido adaptado al perfil de esta cabecera.

El Cristo de madera policromada, que de lejos parece talmente románico, es obra de fray David, monje de la casa, autor también del retablillo que enmarca el sagrario.

La capilla del evangelio ha estado dedicada a la Virgen desde siempre, pero actualmente guarda una arqueta con reliquias de los Santos Mártires, por lo que ha pasado a ser de Nuestra Señora de los Santos Mártires de Cardeña. Hay que observar detenidamente su bóveda, en cuyas nervaduras aparecen monstruos representantes del mal, y más detenidamente aún su clave, en la que aparece una imagen de la Virgen. Como los jubilados andamos regulinchi de la vista, nos percatamos de ello al abrir las fotos. Tenemos que volver a contemplarlo en directo, le propongo al Colega. Pues la próxima nos van a poner un plato en la mesa, me responde, porque hemos ido dos veces en una semana.

No sería la primera vez que nos ponen plato ni es mala idea la de comer en Cardeña, cuya hospedería ofrece una olla poderida que ya quisiera algún restaurante.

Fray Román sigue su explicación ahora en la sacristía, donde cuelga un Cristo policromado de traza románica que creemos original y lo es, efectivamente, pero de fray David, que es un monje artista total, pues suya es también la casulla bordada al modo del siglo XVIII.

Aquí, como en el resto del monasterio los muros lucen obras de arte realizados por los monjes y por notables artistas contemporáneos: José Vela Zanetti, Juan Vallejo, Próspero García Gallardo y otros.

De la sacristía anterior se pasa a un espacio en el que se cree trabajó Diego de Siloé, autor de la hornacina utilizada como lavabo para las abluciones de los oficiantes. Al otro lado de este muro se encuentra el cementerio de la comunidad. De la pared cuelga un tapiz bordado por las monjas concepcionistas de Burgos que reproduce la expulsión de Adán y Eva del paraíso, ampliación de la escena recogida en la Biblia de Cardeña.

Al salir de este espacio aparece uno de los rincones más bellos del monasterio: la escalera de caracol atribuida a Siloé. Una espiral de piedra trazada en el aire.

La visita concluye en la sala capitular, separada del claustro por un panel de cristal, obra del siglo XIII, de cuyas paredes cuelgan notables lienzos atribuidos a Ribera y a Juan de Juanes. Desde aquí se puede contemplar lo que queda del claustro románico del siglo XII, la panda que linda con la iglesia. La arcada orientada al este es reproducción posterior de la anterior. La otra mitad, de estilo neoclásico, es obra del siglo XVII.

La tradición sostiene que en este lugar fueron enterrados los monjes martirizados. En un costado se conserva la fuente de la que, según se aseguraba, en un tiempo manaba sangre y cada 6 de agosto, fiesta de los Santos, se teñía de un líquido rojizo.

Nos despedimos de fray Román con la esperanza de volver a encontrarlo con el mismo espíritu en otra visita. Una pareja también jubilada procedente de Galicia, con la que hemos coincidido en la segunda de las visitas, sale encantada de la gentileza del fraile.

Antes de volver a casa, echamos una última ojeada a la fachada del monasterio, con su torreón de San Pedro a la izquierda, el de San Benito a la derecha, cobijando sendas imágenes de los santos titulares.

Atraviesan la portada varias personas alojadas en la hospedería, privilegiados ocupantes de un monasterio milenario, cuya historia se escribe con tinta de leyenda.

Fuentes: El monasterio de San Pedro de Cardeña a lo largo de la historia. Sánchez Domingo, Rafael, Coordinador. Diputación de Burgos, 2018

Vamos a San Pedro de Cardeña. Fray Jesús Marrodán, O.C.S.O. Diputación Provincial de Burgos, 2006

Fotos: ©Valvar

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