Si visitas el monasterio de Cañas (La Rioja) te admirarás del extraordinario sepulcro de Urraca López de Haro, que aquí está enterrada. Y si visitas el Museo del Retablo en Burgos te encontrarás con otro sepulcro de Urraca López de Haro, procedente del monasterio de Vileña (Burgos). ¿Qué ha pasado aquí?


Eso es lo que nos preguntábamos nosotros. ¿Hubo dos Urracas López de Haro en el siglo XIII? ¿Una misma Urraca fue enterrada en dos lugares distintos? No resulta fácil discernir el entuerto porque incluso las referencias serias -como la Real Academia de la Historia- confunden a ambas damas, cada una de ellas merecedora de un mejor conocimiento. Ambas transitaron por la vida en un tiempo, entre los siglos XII y XIII, en el que las mujeres de la nobleza aún tenían poder efectivo, fundaban monasterios, tejían alianzas, elegían y decidían. Eso es lo que ellas hicieron.
Cronológicamente, la primera de estas Urracas era hija de Lope Díaz, I conde de Haro y IV señor de Vizcaya y de Aldonza Ruiz de Castro. Debió de ser una de las hijas menores del matrimonio, por lo que pudo nacer hacia 1160 pues el padre murió en 1170.
Los Haro eran ya por entonces figuras poderosas en las cortes peninsulares, por lo que no es extraño que Urraca, dueña de posesiones en Tierra de Campos, apareciera en la corte leonesa, mantuviera relaciones con el rey Fernando II y tuviera dos hijos con él -García, muerto a poco de nacer en 1183, y Sancho, nacido en 1184-. La pareja acabó casándose en 1187, cuando el rey estaba en las últimas, pues murió al año siguiente.
Urraca, bien respaldada por los Haro 👇, pretendió que su hijo Sancho heredara el trono leonés, empezando por expulsar de la corte a Alfonso, hijo del rey con otra Urraca, esta de Portugal, quien, finalmente, acabó reinando con el apoyo de la nobleza leonesa. Tan pronto como se asentó en el trono este Alfonso XI se tomó la revancha sobre su madrastra, desposeyéndola de los castillos que habían sido su dote.
Por si fuera poco, Urraca perdió a su hijo Sancho, destrozado por un oso en 1220. Dos años después fundó un monasterio cisterciense en Vileña, de donde fue señora y quizá profesó. La señora del monasterio no era necesariamente monja, ejercía su poder civil como una especie de patronazgo. Algunas de estas nobles protectoras acababan profesando, incorporándose a la comunidad, por lo común para ser abadesas. Aquí murió y fue sepultada en 1224 nuestra Urraca.
El monasterio de Vileña perteneció jurídicamente al cenobio cisterciense de las Huelgas Reales de Burgos, seguramente el más poderoso de Castilla, al tiempo que gozaba de la protección de la no menos poderosa familia Rojas, lo que le proporcionó una existencia saneada, sus muros cobijaron a una comunidad de medio centenar de religiosas y una notable colección de obras de arte, parte de las cuales se encuentran actualmente distribuidas en el Museo de Burgos, incluido el retablo de su iglesia, obra de Pedro López de Gamiz (1581), que habla por sí solo de su pasado esplendor.









La placidez monacal no estuvo exenta de sobresaltos. En el siglo XIV Eduardo de Woodstock, heredero del trono inglés, conocido como el Príncipe Negro, que había acudido en socorro del rey Pedro I en su guerra contra su hermanastro Enrique de Trastamara, asaltó el monasterio, apoderándose de sus obras más valiosas y ocasionándole grandes pérdida económicas. Cuando la comunidad se había recuperado llegaron las tropas francesas de Napoleón, exigiéndole el pago de más de 4.000 reales para evitar la ocupación del monasterio.
Todavía en el siglo XIX, en 1835 llegó la exclaustración decretaba por la desamortización de Mendizábal. La revolución de 1868 suprimió el monasterio obligando a las religiosas a refugiarse en las Huelgas Reales de Burgos. Regresaron en 1872 y dos años después las dieciséis monjas que quedaban dejaron de depender de las Huelgas para pasar al arzobispado de Burgos. Lamentablemente, en mayo de 1970 un terrible incendio asoló el cenobio obligando a las monjas a trasladarse a otro convento de la orden en Villarcayo.



Otra parte del patrimonio cultural que atesoraba el monasterio puede contemplarse en el Museo del Retablo de Burgos. Ahí está también el sepulcro de Urraca López de Lara.







Hacia 1169, los padres de esta Urraca, Lope Díaz de Haro y su segunda esposa Aldonza Ruiz de Castro, fundaron un monasterio en la localidad riojana de Cañas, que encomendaron también a la orden del Císter. El monasterio se llamó primero Santa María y luego San Salvador de Cañas. Muerto Lope en 1170, al año siguiente Aldonza ingresó en su fundación con sus hijas pequeñas, al tiempo que hacía una importante donación a la comunidad.

Entre estas hijas pequeñas se encontraba Mencía López de Haro, que salió del monasterio para casarse con Álvaro Pérez de Lara, quien falleció en 1173, al poco de la boda. Mencía, viuda, rica, inteligente y poderosa, fundó se propio monasterio, acogido igualmente a la orden del Císter: San Andrés del Arroyo 👇, del que fue abadesa hasta su muerte, hacia 1228. Como si se tratara de un hábito familiar, en la sala capitular del monasterio permanece el sarcófago de esta mujer del linaje de los Haro.
La segunda de las Urracas era nieta de los fundadores de Cañas, hija de Diego López II conde de Haro, señor de Vizcaya, y de Toda Pérez de Azagra, y sobrina de las fundadoras de Vileña y de San Andrés del Arroyo. Siguiendo la costumbre de las mujeres de la familia, primero casó con Álvaro Núñez, señor de Lara, de Lerma, Montes de Oca y Pancorbo y, como sus predecesoras, enviudó joven, refugiándose en el monasterio familiar de Cañas.
En 1225 fue elegida abadesa, la cuarta desde su fundación y, sin duda, una de las más decisivas 👇. Utilizó sus influencias para obtener donaciones y realizó obras en el cenobio, que en ese tiempo alcanzó un momento de esplendor. La decadencia de la Casa de Haro influyó en la economía monacal, deteniendo las obras. Se recuperarían en el siglo XVI, continuarían en el XVIII y concluirían en el XIX, con sucesivos momentos de crecimiento y paralización, según la situación política y económica de la región.
El monasterio de San Salvador acoge aún hoy una comunidad cisterciense, custodia de unas riquezas que remiten a un pasado de mayor magnificencia.







Esta Urraca López de Haro falleció en 1262, todavía abadesa, con fama de santidad. Su cuerpo descansa en un precioso sarcófago en el centro de la sala capitular, que ella había mandado hacer.










Es una de las joyas del monasterio, para nuestro gusto, la principal del rico y abundante joyero. Obra de los siglos XIII-XIV, la tapa muestra a Urraca con los atributos abaciales, flanqueada por ángeles y novicias. En la caja se representan escenas de su vida, su entierro y su ascenso al cielo, un total de veintiséis personajes: obispos, abades, acólitos, damas y frailes.

Me gusta sobremanera ese diálogo eterno que en una de las esquinas del sepulcro mantienen una sonriente monja y un clérigo.
El cuerpo de la abadesa Urraca ha permanecido incorrupto, según se ha comprobado en las cuatro ocasiones en que ha sido abierto el sarcófago, entre 1898 y 1989. De hecho, la comunidad de Cañas -una docena de monjas en 2024- cada 6 de mayo celebra la fiesta de la “beata” Urraca, pese a que la iglesia no ha iniciado causa alguna para su beatificación.
La abadesa Urraca de Cañas reposa en un sarcófago de mejor factura que el de Urraca de Vileña pero ambos siguen un relato similar. Ocurre, sin embargo, que el de Cañas puede contemplarse a placer por cualquiera de sus lados. El de Vileña estuvo hasta hace un año en la nave de la iglesia de San Esteban de Burgos, sede del Museo del Retablo. Como el lugar es utilizado para actividades culturales, se decidió desalojar la nave para acomodar a los asistentes. El sarcófago de Urraca de Vileña ha sido desplazado a un ala de la planta baja del museo, tan pegada al muro que apenas se puede ver completo. Pobre doña Urraca castigada contra la pared.
Fotos: ©Valvar



Un poco lío con estas Urracas, pero al final, mereció la pena llegar al final.
Recordaba a la de Cañas.
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