Santa Cristina de Lena es una ermita prerrománica, tenida como la primera de este tipo, con influencias visigóticas, datada en el siglo IX, declarada patrimonio de la humanidad en 1885. Para colmo de dichas, tiene un horario de apertura casi todo el año.
Los aficionados al románico nos llevamos muchos disgustos cuando nos encontramos cerradas iglesias que sabemos esconden preciosos tesoros. A cambio, a veces se nos aparece la virgen, esto es, tenemos suerte de darnos con un auténtico tesoro y lo encontramos abierto. Es lo que nos ocurrió en Santa Cristina de Lena.
Volvíamos a la meseta después de una plácida y soleada excursión por tierras gallegas, a punto de adentrarnos en el antaño temible puerto de Pajares, perseguidos por una tormenta de viento, agua y nieve, cuando un cartel al borde de la carretera nos señala la salida a Santa Cristina. Estamos al lado, dijo el Colega, alborozado, podíamos desviarnos un rato. Nos desviamos. Siguiendo las indicaciones llegamos, efectivamente, a los pies del montículo en el que se alza la ermita, que en la distancia parece una primorosa maqueta.
Tomamos el camino blanco y estrecho, en el que apenas cabe un coche. Como coincidamos con uno de bajada, a ver quién da la vuelta, aventura el Colega. Coche, no, pero como a mitad de camino nos encontramos a una señora de mediana edad. ¿Van ustedes a la ermita?, nos pregunta. Sí, ¿sabe si está abierta?, preguntamos nosotros. Yo les abro, responde. Suba al coche y le acercamos, propone el Colega. No, llego antes andando, dice ella.
Ya me parece raro que en este camino, en medio de un temporal nos encontremos como por casualidad con quien tiene las llaves. Cuando reanudamos la marcha comento: Si llega antes que nosotros es una aparición. Seguro que sí, contesta el Colega.
Cuando llegamos junto a la ermita encontramos un coche maniobrando para salir del camino. Ocupamos el espacio que ha dejado y cuando nos apeamos, vemos a la señora en la campa de la ermita. Te he dicho que es una aparición, no ha tenido tiempo de subir por su propio pie, insisto. Da igual, si nos abre como si es el ángel de la guarda, dice el Colega.

Acelero para acercarme a la señora. Vaya día desapacible, comento, por decir algo. Sí, hace un poco de aire. El poco de aire nos lleva en volandas hasta la puerta de la ermita, que ella abre con una llave que a ojo bien podría ser románica. Qué suerte hemos tenido de encontrarla, dice el Colega, temíamos que la iglesia estuviera cerrada. No, señor, menos los lunes y todo el mes de noviembre, en invierno yo abro todas las mañanas de 11 a una. La señora nos da nuestras entradas, pagamos dos euros (332 ptas.) cada uno y nos disponemos a disfrutar del privilegio de tener el monumento para nosotros solos. A los pocos minutos suena un teléfono. La señora lo coge y enseguida pega la hebra con su interlocutor/a. Parece que en estos tiempos las apariciones se cuelgan al teléfono como tú, me dice el Colega con sorna.

La ermita es una pequeña y sencilla construcción que se encuadra en la etapa ramirense -de Ramiro I (842-850)- del prerrománico asturiano, cuando la arquitectura del reino astur alcanzó su apogeo, con la trilogía de Santa María del Naranco, San Migel de Lillo y la propia Santa Cristina. De la estima que desde antiguo ha merecido esta ermita baste decir que fue declarada monumento histórico artístico ya en 1885.

Lo primero que sorprende es lo bien conservada que se encuentra, tras las restauraciones llevadas a cabo a finales del siglo XIX y en la década de los 30 del XX. Se cree que la construcción pudo corresponder a una fundación monástica o bien tratarse de la capilla de un palacio de recreo de la familia real, teoría que se fundamenta en la existencia de la tribuna regia y que el lugar se sitúe en las inmediaciones de Vega del Rey. La advocación de Santa Cristina se estima que pudo ser posterior a su construcción.
La iglesia se configura a partir de una sola nave a la que se adosan cuatro estancias en cada uno de sus lados: la cabecera orientada al este siguiendo el canon, un nártex a los pies, y sendas cámaras al norte y al sur, de fechas posteriores. Esta distribución es rara en el prerrománico asturiano, donde predominan las plantas basilicales, y la relaciona con las construcciones visigóticas. Por la simetría de sus volúmenes cúbicos exteriores y los contrafuertes que respaldan sus muros, se la conoce como la iglesia de las esquinas.

En la fachada poniente se abre la puerta de acceso, un arco de medio punto dovelado, apeado sobre columnas entregas sin decoración. Se accede al interior a través de un nártex abovedado, sobre el que se sitúa la tribuna regia. Recorre los muros interiores una galería de arcos ciegos de medio punto que descansan sobre semicolumnas adosadas al muro, rematadas en los capitales troncopiramidales propios del estilo ramirense.


En las emjutas de la arquería se encuentran tres medallones o clípleos en relieva en cuyo interior se adivinan siluetas de cuadrúpedos. En el hastial norte se distinguen dos paneles en los que aparecen jinetes cabalgando y portando una lanza.




Llama la atención la arquería transversal tras el último tramo de la nave, a la manera de iconostasio, que separa el presbiterio y el altar del resto de la nave, destinado a los fieles. La arquería consta de tres arcos de medio punto sobre columnas de mármol y capiteles de tipo clásico. Estamos ante una estructura única en las construcciones medievales hispanas, relacionadas lejanamente con las arquerías de la mezquita de Córdoba o con la iglesia mozárabe de San Miguel de Escalada (León).



Igualmente llamativas son las cinco celosías que animan el iconostasio para cuya elaboración se utilizaron placas visigóticas. En una de ellas se conserva un epitafio dedicado a un tal Telio en el año 681 de la cronología visigoda, nuestro 643.


Para reforzar la barrera litúrgica najo el arco central de la arquería se colocaron tres piezas monolíticas visigóticas también reaprovechadas y decoradas con clípeos y formas vegetales de buena labra. «El abad Flaino lo ofrece en honor de los apóstoles del Señor Pedro y Pablo», se lee en las piezas ensambladas.

Excepcionalmente también, Santa Cristina de Lena presenta un solo ábside cuadrangular, frente a la mayoría de construcciones contemporáneas suyas, triabsidales.



Los muros del templo estuvieron cubiertos de pinturas murales, que no se han conservado. A destacar igualmente las ventanas de tres vanos separados por dos columnillas -tríforos- del muro de la cabecera y de la capilla lateral, así como las celosías cruciformes, reproducciones del original que se encuentra en el Museo Arqueológico de Asturias.
Ateridos de frío, permanecemos un rato largo en la pequeña iglesia. Finalmente, nos despedimos por señas de la señora quien, sentada en un lugar recogido tras la puerta, sigue hablando por teléfono. Veo que al Colega se le está poniendo cara de pitorreo sobre la aparición, así que me adelanto. También a ti se te ha aparecido la virgen, que ni en sueños pensabas encontrar la iglesia abierta, le digo, mientras el viento zumba a nuestro alrededor.

Antes de volver al coche echamos una última mirada a la ermita donde hace doce siglos se reunían los creyentes. La autovía, allá abajo, parece de otro mundo.
Fuentes:
Fotos: ©Valvar


