Burdeos

Burdeos, también conocida como la perla de Aquitania, es Patrimonio Mundial de la Unesco por sus muchos e importantes monumentos, por sus espectaculares plazas y por su arquitectura de hermosas fachadas.

Tenida como la hermana pequeña de la capital francesa, la visita a Burdeos es cómoda y agradable, el núcleo central puede hacerse a pie sin gran dificultad. Estuvimos por primera vez en 2017, hemos vuelto en septiembre de 2025 en esta ocasión acompañados por una pareja amiga. Lo que descubrimos entonces lo hemos saboreado ahora.

Nos alojamos en un hotel junto a la plaza Gambetta, frente a un parking. Pusimos especial empeño en el aparcamiento para acceder fácilmente pero, a la hora de la verdad, el gps se despistó obligándonos a un tour involuntario por la ciudad hasta llegar a nuestro destino. Peccata minuta.

Empezamos el recorrido por la catedral de San Andrés. Sus cimientos se remontan al siglo XI, en el estilo románico. En este lugar contrajeron matrimonio en 1137 Leonor de Aquitania y quien había de ser rey de Francia como Luis VII y, cinco siglos después, Ana de Austria -hija de Felipe III de España- y Luis XIII.

Los siglos posteriores fueron particularmente tumultuosos en esta zona, las luchas feudales entre ingleses y franceses, o entre los Plantagenet y los Anjou, que se prolongaría durante cien años causaron enormes daños en esta y otras iglesias que obligaron a su reconstrucción en el siglo XIV, ya en estilo gótico. Durante la Revolución se utilizó como almacén y en el siglo XIX fue pasto del fuego.

La construcción está enmarcada por dos torres gemelas de 81 metros de altura. Su interior impresiona por su majestuosidad, mide 124 metros de largo y 23 de alto. En la Puerta Real (siglo XIII) se representa la Última Cena, la Ascensión y el triunfo del Redentor.

Anexa a la iglesia se alza la torre Pey Berland, que toma el nombre del obispo que ordenó su construcción, una torre campanario lo suficientemente fuerte para sostener las campanas que hubieran derribado las agujas de la catedral. Cuando se construiyó en 1440 se remataba con una flecha, que una tormenta derribó en 1617, entonces sustituida por una cruz. La imagen dorada que ahora se contempla es la de Notre-Dame d’Aquitaine, instalada en 1863. La campana de la torre pesa once toneladas y es la cuarta mayor de Francia. Se puede acceder a ella a condición de superar los 231 escalones. Reto que nosotros gustosamente cedemos a los jóvenes.

Otra torre igualmente exenta que también sirve de campanario es la de la basílica de San Miguel, de 114 metros de altura.

La iglesia, de estilo gótico florido, se encuentra en obras, visitamos su interior y seguimos camino. Las fotos exteriores corresponden a la visita de 2017.

Desde aquí nos acercamos al mercado de los Capuchinos, cita imprescindible para los aficionados a las ostras, que es nuestro caso.

La ciudad tiene otras dos iglesias que ostentan el título de Patrimonio de la Humanidad por su condición de hitos en el Camino Jacobeo: Saint Seurin y la Santa Cruz.

Saint Seurin (Severino) fue el cuarto obispo de la ciudad, su iglesia es la más antigua de las que se conservan en Burdeos. Situada extramuros de la ciudad, se llega a ella por las calles Judaique y Mártires de la Resistencia. El primer templo fue levantado en el siglo V, destruido en el VIII, reconstruido en el IX sobre la cripta donde reposan los restos del santo. La fábrica actual corresponde a la construcción del siglo XIII. De las pocas iglesias no destruidas por la Revolución, fue modificado durante el siglo XIX; a este tiempo corresponde la portada cubierta por un porche neo románico.

Cuenta la tradición que esta iglesia poseyó durante siglos el olifante de marfil de Roldán, el héroe muerto en Roncesvalles, depositado por el mismo Carlomagno. La reliquia desapareció antes de la Revolución.

La actual iglesia de la Santa Cruz es lo que resta de la antigua abadía benedictina medieval que conformaron este barrio bordolés. El primer edificio religioso del siglo VII fue incendiado el año 732. La tradición dice que fue restaurado por Carlomagno y arrasado por los normandos mediado el siglo IX. En el siglo X el conde Guillermo V el Bueno funda el monasterio benedictino, en torno al que se levanta una población que vivía de la pesca en el río Garona y de la vid. En el siglo XIV el Ayuntamiento construye el amurallamiento que encerraba la abadía y el nuevo barrio.

La Revolución confiscó sus terrenos y cerró los edificios abaciales, destinados a hospicio para ancianos y desheredados. En 1860, el arquitecto Charles Burguet restauró el coro de la iglesia, mientras el arquitecto Paul Abadie reconstruía la fachada, tan espectacular como discutida.

Encontramos la iglesia rodeada de obras que dificultan el acceso y hacen imposible captar una foto decente. Abierta, como todas las iglesias de Francia -país tan laico y tan dispuesto a dar a conocer su patrimonio religioso- somos los únicos visitantes a esa hora. El Colega pega la hebra, como suele, con un señor que parece estar para responder sus preguntas. Philippe, que así se llama, es la amabilidad hecha persona. Es él quien nos muestra el órgano, uno de los tesoros de la iglesia, obra maestra de Dom Bedos, restaurada a finales de la década de 1990 por François Chapelet, organista que también restauró el órgano de la colegiata de Covarrubias, a quien nosotros admiramos.

En la pequeña capilla donde se encuentra la pila bautismal, una talla moderna de la Virgen sostiene en brazos la imagen infrecuente de un Niño Jesús chupándose el dedo. La iglesia y el barrio no viven sus mejor momento. Philippe nos muestra el resultado de un incendio provocado recientemente en un rincón del claustro.

Concluido el cupo eclesial, nos encaminamos a la plaza de la Bolsa, construida en 1720, uno de los símbolos y la moderna tarjeta de presentación de la ciudad por su simetría y la hermosura de sus edificios. Su diseño se debe a Jacques Gabriel, arquitecto de Luis XV.

Inicialmente, ocupaba el centro una estatua del rey, luego sustituida por otra de Napoleón, reemplazada a su vez en 1869 por la fuente de las Tres Gracias.

Georges Haussmann, prefecto de Burdeos y casado con una bordelesa, utilizó el modelo de Gabriel cuando el emperador Napoleón III le encomendó transformar París en una capital moderna, trabajo que le valió en título de barón. En consecuencia, no es que Burdeos recuerde inevitablemente las construcciones típicas parisinas sino que estas son copia del modelo bordelés.

Si la plaza de la Bolsa era ya hermosa, la incorporación del espacio conocido como Espejo del Agua ha aumentado su espectacularidad y el juego de sus simetrías. El Espejo es obra del paisajista Michel Corajoud. Se trata de una alfombra de dos centímetros de agua que cada 15 minutos se vacía y da paso a unos minutos de bruma, cambios que le confieren algo de hipnótico. Es frecuentado por bordoleses y visitantes, niños y mayores. Algunos se animan a pasear sobre las aguas, descalzos o no.

Aunque en el siglo XVIII Burdeos rompió el corsé medieval que impedía su extensión urbanística, quedan algunas puertas de sus viejas murallas. Dos son especialmente populares: la Grosse Cloche y la Porte Cailhaud. La Grosse Clocha (Gran Campana) es el campanario del antiguo ayuntamiento, construido en el siglo XV sobre la antigua Puerta Saint Eloy. Consta de dos torres circulares de 40 metros de altura unidas por un cuerpo central. La campana pesa 7.800 kilos, fue fundida en 1775, mide dos metros de altura y tiene nombre propio: Armande-Louise. Solo suena a mediodía del primer domingo de mes y en seis fechas señaladas del año. Aparte de su valor civil, la puerta es una de las paradas del Camino de Santiago en suelo francés.

La Puerta Cailhaud, también del siglo XV, tiene el aspecto de un pequeño castillo, era la entrada principal a la ciudad, como expresa la efigie del rey Carlos VIII en su fachada. Acompañan a la efigie real el cardenal d’Épinay y San Juan Bautista. Adorna su arco apuntado un escudo de flores de lis. Conserva los elementos defensivos originales: matacanes, aspilleras, almenas desde las que disparar.

Con solo cruzar la calzada, procurando esquivar el ir y venir de tranvías, nos encontramos en los muelles del Garona, también conocidos como Puerto de la Luna, por la curva que aquí hace el río. Los antiguos almacenes portuarios se han convertido en lugares de esparcimiento; los viejos muelles son ahora parques, jardines, tiendas, bares y restaurantes muy frecuentados.

En uno de estos bares hacemos una pausa para refrescarnos. Los chicos se toman una cerveza, nosotras pedimos un Aperol Spritz que tiene la virtud de provocarnos un ataque de risa sin que seamos capaces de recordar de qué nos reíamos. Cosas de la edad, seguramente.

A la derecha se encuentra el Puente de Piedra, otro de los símbolos y privilegiado mirador de Burdeos. Inaugurado en 1822, durante siglo y medio fue el único paso entre los dos orillas del Garona. Cuenta diecisiete arcos, tantos como letras tiene el nombre de Napoleón Bonaparte, su promotor.

En el muelle casi lindante con el Puente de Piedra tomamos uno de los barcos que recorren el río. Como ya nos hemos mojado, optamos por alojarnos a cubierto mientras el resto del pasaje prefiere situarse en la parte superior, lo que nos convierte en los privilegiados únicos pasajeros de este paseo, en el que nos sirven bebida y un típico canelé, dulce de canela típico de la comarca.

El paseo ofrece una imagen del Burdeos moderno, resumido en el edificio de la Ciudad del Vino o en sus magníficos puentes.

Permanecemos dos días en Burdeos, durante los que pateamos de norte a sur y de este a oeste la ciudad. Imprescindible visitar el Gran Teatro, inaugurado en 1780, tenido como uno de los más bellos del mundo, de acústica perfecta. Cerca de él permanece la cabeza del escultor español Jaume Plensa. Volvemos a fotografiarnos junto a ella como ya hicimos en nuestra visita anterior.

La plaza de Quinconces, junto al Garona, es la más grande de Francia, en parte arbolada, sobria y monumental. Rematada por el monumento a los Girondinos, es lugar de conciertos, ferias y mercados.

Nos vamos de la ciudad con deseos de volver por el gusto de pasear sus calles y plazas y saborear su rica gastronomía en cualquiera de sus muchos restaurantes o bistrots. .

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Fotos: ©Valvar

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