La segunda etapa por el románico de la Dordoña la dedicamos a visitar pequeños pueblos con encanto y con grandes monumentos románicos: Cénac, Carsac y Souillac. Iglesias, alguna fuera de la población, abiertas al público a cualquier hora del día. Qué envidia.



Empezamos por Cenac y empezamos mal porque, a pesar de los muchos indicadores que señalan el templo, nos perdemos y acabamos en Domme. Como somos de los que cuando a setas a setas y cuando a rolex a rolex, pasamos de largo por este interesante pueblo, sin percatarnos de lo que nos estamos perdiendo.

Finalmente, encontramos la iglesia de Notre Dame de la Nativité de Cénac et Saint Julian, que tal es el nombre de la población. La fábrica inicial data del siglo XII y formaba parte de un priorato dependiente de la abadía de Moissac. De este tiempo conserva la cabecera triabsidal y el transepto, además de la interesante colección de capiteles y canecillos.



De camino a nuestro siguiente destino, Carsac-Aillac, nos encontramos con uno de los muchos castillos que se levantaron en la región, el de la familia Montfort. A Simon de Montfort le entregó el rey de Aragón Pedro I la custodia de su hijo Jaime, que habría de ser el Conquistador. Le hacemos una fotillo de nada y seguimos ruta.


Carsac y Aillac eran dos pueblos diferentes hoy unidos por causa de la despoblación. En su término se encuentran las cuevas de Pech de l’Azé. Nosotros vamos en busca de la iglesia de Saint Caprais, obra de los siglos XI-XII algo retocada en el XIV, en la que destacan su ábside y la torre.



También su colección de canecillos y capiteles, de distinta factura y, probablemente, de distintas épocas.









Concluida la visita, encontramos en el aparcamiento una furgoneta-tienda que vende pescado y otros alimentos a la que acuden las señoras del vecindario.

Terminamos la jornada en Souillac👇, visitando su maravillosa iglesia abacial románico bizantina de Sainte Marie.

Nos alojamos en el Pavillon Saint Martin, una casona del siglo XVIII rehabilitada como hotel con encanto, donde nos brindan un acogimiento amigable y nos ofrecen una habitación enorme cuyo ventanal se abre frente a la cabecera de la iglesia. Llegamos en un día muy caluroso que aliviamos con el agua de limón que los anfitriones han dispuesto para los huéspedes.
Tradicionalmente, Souillac es una ciudad que ha sabido aprovechar su excelente ubicación. Ubicada junto a la carretera que va de Toulouse a París, en una fértil comarca regada por el río Dordoña, ya en el siglo XVII era un punto de tráfico fluvial de sal, pescado o vino. Hoy es un destino turístico por su patrimonio arquitectónico y su oferta gastronómica. Nosotros íbamos buscando lo primero pero disfrutamos de la oferta completa. De haber viajado en el mes de julio hubiéramos podido asistir al festival musical dedicado al jazz.
Aunque conserva una maciza torre del siglo X, la prosperidad de Souillac arranca en el siglo XII cuando se establece un gran priorato benedictino y una abadía románica con una magnífica cabecera y un portal esculpido. También aquí, la guerra de los Cien años (1337-1453) dañó la abadía y asoló la comarca despoblando los alrededores de la ciudad.
Cuando aún no se había recuperado del siglo bélico la abadía fue incendiada y saqueada durante las guerras de religión (1562-1598). La iglesia resistió como pudo tanta desgracia; durante el siglo XVII el conjunto fue reconstruido, pero a finales del XVIII la Revolución expulsó a los monjes, vendió los bienes eclesiásticos y dedicó la iglesia a la Razón. Con la llegada del siglo XIX el templo volvió a sus funciones religiosas, y en 1803 pasó a parroquial.
Cuesta imaginarse cómo hubo de ser la abadía si lo que resta después de tantas calamidades es de tamaña belleza.



El edificio es de nave única, con crucero, cubierta por dos cúpulas con linternas y una tercera cúpula en la confluencia de la nave y el transepto.



La cabecera es consecuencia de la restauración del siglo XVII, tiene un ábside central con tres absidiolos y los laterales simples.


Pero lo que atrae la atención de esta iglesia es su portal, verdadero hito de la escultura románica. En el siglo XVI fue trasladado al interior del templo, donde ahora puede contemplarse. Sobre la puerta, un gran relieve está dedicado a San Teófilo el Penitente, que hizo un pacto con el diablo pero acabó arrepintiéndose, encomendándose a la Virgen y elevado a los altares. Flanquean la escena San Benito y San Pedro.



A la derecha del portal se ha adosado lo que fue columna del mainel original, una maraña de personajes y animales fantásticos, obra maestra escultórica.


A la derecha de la puerta, el profeta Isaías; a la izquierda, Oseas. Las figuras recuerdan las de la portada de Moissac.






Hemos llegado a Souillac a media tarde y nos acercamos a la iglesia con temor de encontrarla cerrada. Tenemos suerte, está abierta y seguirá estando durante el largo rato que permanecemos. Somos los únicos visitantes, testigos privilegiados y admiradores de la obra de los canteros medievales. Quienes trabajaron en esta portada conocían su oficio.
Todavía tenemos tiempo de dar un paseo por el pueblo y cenar en un bistró próximo al hotel. Ni el Colega ni yo somos capaces de acabar la enorme y rica ensalada que nos sirven.
Al día siguiente seguimos ruta, aún impresionados por lo que hemos visto y disfrutado en esta etapa junto a la Dordoña.
Fotos: ©Valvar


