Beaulieu-sur-Dordogne

Cuenta la leyenda que Beaulieu-sur-Dordogne 👇 (en lengua antigua Belloc, Bellolugar) fue fundado por Rodolphe de Turennes, quien, asombrado de la belleza del espacio abrazado por un meandro del río Dordoña, lo bautizó con tal nombre y mediado el siglo IX decidió crear una abadía benedictina para atraer a los peregrinos. Lugar fotogénico donde los haya, es la imagen viva del encanto del Valle de la Dordoña.

A nosotros nos trae la iglesia de Saint Pierre con su tímpano del siglo XII, su tesoro y sus innumerables canecillos que parecen burlarse de los ajetreados visitantes del siglo XXI.

En el siglo XI había entrado en decadencia, en manos de la familia Castelnou, pasando a la tutela de Cluny, en la que permaneció hasta 1213, mientras alrededor suyo crecía la población. También aquí las guerras de los Cien Años y de religión afectaron gravemente a la abadía y al pueblo. El monasterio fue saqueado y la iglesia pasó a ser templo protestante. En 1661 la abadía pasó a la congregación de Saint Maur, hasta que en 1789 la Revolución acabó definitivamente con la comunidad. De todo aquello se conserva la iglesia y la sala capitular.

Lo más notable es el tímpano, protegido por el portal, datado en 1130, donde se representa el Triunfo de Cristo, rodeado de los elegidos; en la parte inferior, las bestias infernales.

Aunque se aprecian los daños de tantas guerras, la portada sigue siendo extraordinaria.

Dentro de la iglesia se conserva una imagen románica de la Virgen y una arqueta, ambas de un delicado trabajo.

Beaulieu sur Dordogne (hay otro Beaulie, este sur Mer, en el Mediterráneo) es un pueblo turístico, de un turismo tranquilo, que se mueve sin prisas, recorre sus calles, se para en los monumentos, en los comercios, ocupa sus terrazas. Parece un pueblo vivo.

Tomamos un café frente a la portada, deleitándonos en la vista tan próxima, y, mientras el Colega paga, entro en una tienda de regalos. Al salir no hay rastro suyo. Espero un rato, dos ratos, y sigue sin aparecer. Lo llamo por teléfono y no lo coge. Rodeo la iglesia y no le veo.

Me paro un rato en la Place de la Bridolle, frente a la puerta oeste de la iglesia, fotografiando la llamada Maison Renaissance, que es monumento histórico desde 1928, con sus retratos de la antigua nobleza de Belloc: Gilbert de Hautefort y su segunda esposa Brunette de Cornil. La fachada está decorada con esculturas: un angelote, sirenas, un hombre salvaje, un alarbadero, un arquebucero, que recuerdan las fiestas organizadas durante el viaje de Catalina de Médicis para presentar al reino a su hijo Carlos IX entre 1564 y 1566.

En el centro de la fachada, un escultor de época posterior añadió la figura de una mujer en el baño, popularmente conocida como la ninphe bellocoise -gentilicio de Beaulieu-.

De paso, me entero que la fresa es la fruta típica del lugar hasta el punto de organizar un festival dedicado a ella durante dos fines de semana de mayo y que de mayo a octubre se organizan paseos en gabarra por el río, así como que la última gabarra turística que circula por aquí lleva el nombre de “Adále y Clarisse” en recuerdo de los últimos barqueros que hasta 1970 llevaban a vecinos y visitantes de uno a otro lado del río.

Al fin aparece el Colega, feliz de la vida porque ha fotografiado los innumerables canecillos que orlan el alero de la iglesia. Pues a mí me ha dado tiempo a enterarme de la vida y milagros de la mitad del censo bellocoise, le digo.

Fotos: ©Valvar

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