La información oficial sobre Saint Émilion 👇le presenta como un delicioso pueblo medieval situado en el corazón de los famosos viñedos de Burdeos, único por la importancia de sus propiedades vinícolas, la calidad de sus vinos y la majestuosidad de su arquitectura y sus monumentos. El vino, en primer lugar.

Nuestras herederas y algunos amigos nos han insistido en que vengamos a conocer lo que ellos consideran uno de los pueblos bonitos de Francia. Lo incluimos porque nos cuadra en la distribución de jornadas de un viaje largo para dos jubilados muy entrados en años.
Queremos conocer, además, qué efectos tiene en el presente la Carta de Falaise emitida en 1199 por el rey de Inglaterra Juan sin Tierra, duque de Aquitania por herencia de su madre la gran duquesa Leonor. En aquella carta el rey delegaba poderes económicos, políticos y judiciales a una representación de ciudadanos para gestionar la administración general, creando así la Jurade.

La autoridad de la Jurade desapareció con la Revolución de 1789, pero en 1948 algunos viticultores la resucitaron como hermandad; ella es la encargada de regular las denominaciones vinícolas en el Festival de Primavera, que se celebra en junio y de calificar las añadas de la cosecha anual en el mes de septiembre.
La población debe su topónimo a un monje bretón de nombre Émilión que en el siglo VIII escogió el lugar entonces conocido como Ascumbas para retirarse. Durante un milenio los vecinos del lugar se dedicaron a excavar la montaña rocosa en la que se asentaban hasta abrir doscientos kilómetros de galerías subterráneas, cuya piedra caliza utilizaron para construir los edificios de la región y que proporciona el excelente suelo para el viñedo, que es el auténtico protagonista del pueblo y de la comarca, llegando las vides hasta el borde del centro urbano.

El 1999 la Unesco inscribió el paisaje de Saint Émilion en el Patrimonio Mundial de la Humanidad, como “ejemplo notable de un paisaje vitícola histórico que ha permanecido intacto”. Y así sigue.
Lo primero que nos sorprende al llegar es la enorme cantidad de coches aparcados en cualquier hueco desde muchos cientos de metros antes de llegar al pueblo. Ni que decir que las calles están abarrotadas de coches y de gente. En un primer intento no encontramos el hotel, como si el gps se hubiera vuelto loco. En cambio encontramos un hueco en un aparcamiento de pago y buscamos un lugar donde comer. Ahí tenemos más suerte y comemos razonablemente bien, dadas las circunstancias, en un restaurante sin aire acondicionado. Nos salva el abanico.

¿Saint Émilion está así siempre?, preguntamos al camarero. Más o menos, aquí viene gente de todo el mundo a comprar vino, pero además hoy se celebra la Jurade, que atrae a muchos visitantes de los alrededores, nos responde. Por si fuera poco, se está rodando un película. Puntería, la nuestra.


Bien comidos, volvemos a la búsqueda del hotel y, ahora sí, lo encontramos. Es un establecimiento familiar que ocupa una casona antigua, tan antigua que su patio linda con la muralla. El joven que lo atiende nos recibe como si fuéramos de la familia, nos ofrece un refresco y nos da cuatro indicaciones para recorrer el pueblo sin agotarnos.



Empeño inútil porque Saint Émilion es como un tobogán continuo, a una subida le sucede otra y hasta los descensos parecen cuesta arriba. Bajo un sol de justicia nos disponemos a conocer los monumentos locales. Empezamos por la iglesia monolítica, un edificio subterráneo del siglo XII, de 38 metros de largo por 12 de alto, sobre el que se asienta una torre campanario de 68 metros de altura, centro de peregrinación medieval. Descendemos desde la torre por una calleja empinada de piedra tan resbaladiza que han instalado una barandilla de asidero. El Colega baja sin problema pero yo no me rompo la crisma de puro milagro.


El edificio ha vivido idénticas vicisitudes que el resto de templos de la región, devastación en los siglos XIV y XVI, maltratada por la Revolución, restaurada en el siglo XX. La iglesia se dedica al culto con su correspondiente horario de visitas, pero también acoge conciertos y ceremonias como las de la Cofradía de la Jurade. En resumen, este día, precisamente este, la iglesia no se abre por la tarde.

Estamos en el corazón de Saint Émilion, justo al lado se encuentra el mercado cubierto, dominio también de la Jurade, desde donde vigilaban las operaciones mercantiles que se desarrollaban en la plaza. Nos sentamos un rato encomendados al abanico.



Seguimos camino hacia la Torre del Rey, situada dentro del recinto amurallado, levantado sobre una roca. Desde la primera planta a la cima hay una altura de 32 metros y 118 escalones. Es obra del siglo XIII, unos historiadores sostienen que fue mandado construir en 1224 por el rey francés Luis VIII cuando conquistó a los ingleses esta parte de Aquitania, otros aseguran que se debe a Enrique III de Inglaterra en 1237 cuando la región volvió a poder inglés. También hay quien sostiene que fue levantada por la Jurade como sede de la corporación, equivalente al ayuntamiento. Quienquiera que lo ordenara, es la única torre románica de la región de la Gironda
Hacemos una pausa para tomar un helado en un establecimiento cerca del campanario, que encontramos lleno de turistas orientales.


Otro edificio religioso relevante en la parte alta de Saint Émilion es su colegiata, testigo de la presencia de los agustinos entre los siglos XII al XVIII, encargados de velar por el funcionamiento correcto de la vida religiosa en el pueblo. Como hoy no es nuestro día, en esos momentos está a punto de oficiarse una boda y desistimos de visitarla.
Optamos por acogernos a la hospitalidad del hotelero, que nos ofrece una agradable charla sobre la vida local además de unos refrescos mientras descansamos en el acogedor patio hasta que cae el sol.


Salimos de nuevo y optamos por pasear siguiendo el trazado de la muralla hasta llegar a la puerta Brunet, la única que queda de las siete puertas que tuvo la ciudad. Las murallas de Saint Émilion tenían una longitud de kilómetro y medio, más que defensivo eran de carácter suntuario, señalaban la prosperidad de la población. Sin perder la condición de paso impositivo: el lugar donde se pagaban el impuesto de portazgo.




En una pequeña explanada junto a la puerta Brunet encontramos una minibiblioteca con libros de acceso libre. Desde el lugar se divisa una imagen casi idílica de la ciudad, nada que ver con la de la mañana.

Siguiendo el paseo llegamos a lo que queda del monasterio de los “cordeliers”, como se conoce a los franciscanos, en alusión al cordón que ceñía su cintura. Franciscanos y dominicos llegaron a Saint Émilion en el siglo XIII pero el monasterio data del siglo XIV, con su claustro y bodega, que pueden visitarse en horario de visita. Cuando llegamos, acaban de cerrarlo.
Nos rendimos a la fatalidad, al menos hemos constatado la vigencia de la ordenanza del rey Juan sin Tierra y los excelentes resultados en el cultivo del viñedo.




Nos acostamos pronto y al día siguiente madrugamos. Decidimos salir temprano a dar un paseo antes de desayunar. Lo que encontramos nada tiene que ver con el día anterior, excepto las cuestas, que siguen inmutables.







Encontramos el pueblo casi vacío, incluida la colegiata. También se han ido los camiones del rodaje. Así, solos los dos, podemos visitar la iglesia, hoy parroquia, y el claustro, con las tumbas de los poderosos canónigos de los siglos XIII y XIV.

Acorde con los tiempos, el antiguo refectorio está ocupado hoy por la Oficina de Turismo. En una de las pandas del claustro descansas las mesas y sillas de un establecimiento cercano.


Volvemos al hotel, donde nos espera el joven hotelero con el desayuno preparado en el agradable patio. Nos despedimos de Saint Émilion y emprendemos camino de vuelta a casa, cansados pero contentos. Debemos de ser los únicos que nos vamos sin haber comprado ni una botella de vino.
Fotos: ©Valvar


