Poitiers y Talmont: Santa Radegunda

Santa Radegunda, mujer de vida digna de un folletín, es titular de dos de las iglesias románicas más interesantes de nuestra ruta francesa: una en Poitiers y otra en Talmont, en el estuario del Garona.

Radegunda (520-587) fue princesa de Turingia. En el año 531 el rey franco Clotario conquistó su reino y se llevó con él a la adolescente y a su hermano. En el 538 Clotario enviudó y tomó por esposa a Radegunda, contra la voluntad de esta. En el 550 la esposa supo que el rey había mandado matar a su hermano y abandonó la corte para dedicarse a la vida religiosa.

Enseguida fundó un monasterio en Poitiers, el primer convento de monjas en Francia, nombrando abadesa a su compañera Inés y quedando ella como simple monja, en alguna medida ejerciendo el mando bajo cuerda. Mandó traer un trozo de la Vera Cruz, por lo que el monasterio tomó el nombre de Santa Cruz. Cuando murió fue enterrada en una capilla funeraria, donde más tarde se levantó la iglesia que lleva el nombre de Radegunda, convertida en santa.

Poco después de su muerte el monasterio se vio envuelto en una rebelión contra la abadesa protagonizada por dos monjas, ambas hijas de reyes. Algunos historiadores sostienen que las monjas rebeldes pretendían tener una posición acorde con su rango y se habían sentido postergadas, otros, que protestaban contra los abusos que se producían en el convento, entre otros, que la abadesa tenía a su servicio a un hombre disfrazado de mujer, permitía el juego de dados y jugaba ella misma o dejaba que los hombres se bañaran en los baños de la comunidad.

Para limpiar el buen nombre del monasterio se escribieron dos biografías, una escrita a poco de morir la santa por quien había sido su administrador y secretario, Venancio Fortunato, y hacia el 610 otra, por Baudonivia, monja de la Santa Cruz, algo entonces inusual, una mujer escribiendo sobre otra mujer.

Rebeliones aparte, parece cierto que Radegunda mantuvo un amor espiritual o une belle amitié con la abadesa Inés y con el mismo Venancio Fortunato, que quebrantó la Regla monástica al disponer de una celda personal no compartida, que se inmiscuyó con más entusiasmo del debido en asuntos mundanos y mantuvo permanente comunicación con reyes, obispos y altos mandatarios civiles y religiosos, sin que nadie se atreviera en vida a reprochárselo, dada su fuerte personalidad.

Muerta ella, las monjas de la nobleza se rebelaron con tal violencia que hubieron de ser detenidas por un destacamento armado, sacadas del convento y castigadas con crueldad: a unas se les cortó el pelo, a otras, las manos, y a algunas más las orejas y la nariz.

La iglesia de Santa Radegunda de Poitiers, donde desde el año 1012 se guarda su tumba, es una mezcla de románico y gótico angevino, está situada muy próxima a la catedral de San Pedro y al antiguo monasterio de la Santa Cruz.

La iglesia primitiva, levantada en el siglo VI, sufrió distintas peripecias hasta que en el 1099 se rehizo y consagró de nuevo. De esta fase constructiva quedan la cabecera y los primeros pisos del campanario. Las obras continuarían durante los siglos XIII y XIV. Los reformistas la saquearon durante las guerras de religión y profanaron el sepulcro de Radegunda.

Se trata de una iglesia canónica, con una comunidad dirigida por un prior sometido a la obediencia de la abadesa de Santa Cruz, con el encargo de orar ante la tumba. En la cripta se encuentran las tumbas de las santas Radegunda, Inés y Disciole. La iglesia cuenta con extraordinarias vidrieras en las que se narran escenas bíblicas o la vida y milagros de Santa Radegunda.

En la cabecera hay unos capiteles policromados muy interesantes, representan a Daniel en el foso de los leones acompañado del ángel y de Habacuc; el rey Ciro, que es quien condena a Daniel al foso, y uno de los conspiradores contra Daniel devorado por los leones. En otra cara del mismo capitel, Adán y Eva.

En los muros y en los pilares de la nave se pueden ver criaturas demoníacas, fabulosas, alegóricas. Mientras señalo al Colega el famoso capitel tenido como erótico, en el que una mujer muestra su sexo, pasa junto a nosotros un clérigo que nos mira con cara de conmiseración, como si fuéramos dos viejos rijosos. Estoy tentada de aconsejarle leer el libro “Tierra de damas”, de Isabel Mellén, para que sepa que esa dama tenida por procaz muy probablemente esté reivindicando la capacidad eugenésica de su linaje. Pero antes de que haya preparado la frase adecuada el clérigo ha desaparecido en lo que supongo que será la sacristía.

Cerca de la tumba de Santa Radegunda hay una pequeña urna de madera con una hendidura y un candado. Junto a él, un bloc y bolígrafo. Un letrero advierte: «Las plegarias depositadas aquí son entregadas cada semana a las hermanas benedictinas del monasterio de la Santa Cruz que llevan sus intenciones en sus plegarias«. Alguien ha escrito en la propia urna: «No introduzcan dinero«. Un detalle.

La segunda de las iglesias dedicadas a Santa Radegunda se encuentra a 200 kilómetros de Poitiers, en Talmont-sur-Gironde, a orillas del gran estuario resultado de la confluencia de los ríos Garona y Dordoña. Estamos en un pequeño “pueblo de piedra y agua”, tenido como uno de los pueblos más bonitos de Francia, «perla del estuario» y «joya de Saintonge«.

En realidad, Talmont es una aldea de dos centenares de habitantes dentro de la Vía Turonense del Camino de Santiago. En la Edad Media los peregrinos solían atajar desde aquí cruzando el estuario en barca hasta Soulac para seguir por la costa.

Pero, si en Poitiers su enorme patrimonio deja en cierta penumbra a Santa Radegunda, aquí todo gira en torno a su iglesia y al Camino de Santiago, así que aparcamos en el espacio destinado a los coches, pues el tráfico rodado está prohibido dentro del pueblo, y nos lanzamos a ver la iglesia, que es monumento histórico desde 1890.

or muchas fotos que hayas visto, su silueta, junto al pequeño cementerio y sobre el estuario, tan incardinada en el paisaje, sobre la roca lamida por el agua, provoca una emoción indefinible. En el siglo XV se hundió el acantilado y arrastró con él un tramo de la iglesia, que ha quedado así, amputada, cerrada la nave con un imafronte casi liso, con una pequeña y sencilla puerta tardogótica y un ventanal. A mediados del pasado siglo se consolidó el promontorio para evitar nuevos hundimientos.

La iglesia románica es obra del siglo XII, cuando dependía de la abadía de Saint Jean d’Angély, cerca de Saintes. De una sola nave y cabecera triabsidal, el central mucho más grande que los ábsides laterales. Se cree que la antigua fachada, hundida con el acantilado, sería grandiosa, como es frecuente en el románico de Saintonge. Sobre el crucero se levantó una torre campanario que poca altura. Así y todo, la iglesia es muy armoniosa, más atractiva por el conjunto y su privilegiado emplazamiento que por la ornamentación, bastante erosionado por el viento y la sal. El interior de la iglesia corresponde a un románico tardío. La mayoría de los capiteles están también muy erosionadas.

Esta erosión es más evidente en la portada norte, que debió ser extraordinaria. En el tramo inferior se abre la puerta flanqueada por dos arcos murales. En el superior, vemos una arquería mural propia del románico de Aquitania.

En la arquivolta exterior de la puerta se aprecian varias personas tirando de una cuerda en la que están atados por el cuello dos leones. En la central se ven torres humanas, una persona sobre otras, sujetándose por las muñecas. En la interior, el Cordero Místico rodeado de ángeles.

En el arco de las derecha, muy erosionado, apenas se distinguen sarmientos de vid y en el tímpano, la figura de Cristo. En el de la izquierda, dos dragones enfrentados, un león frente a una persona y, en el tímpano, un bulto que puede ser un hombre.

El ábside central presenta tres ventanales rodeados por una arquería y por columnas estregas, sobre las que corre una arquería mural también muy bella. Los canecillos de esta zona están razonablemente bien conservados, en su mayoría son cabezas humanas y monstruosas.

Los canecillos del ábside norte fueron restaurados o reemplazados a mediados del pasado siglo, se reconocen por el color de la piedra, distinta de los anteriores.

Aparte de contemplar su iglesia de Santa Radegunda, en Talmont resulta muy placentero pasear por sus calles, de casas blancas adornadas con flores.

Entramos a comer en un restaurante donde nos damos un festín, partiendo de las inevitables ostras, de las que a estas alturas ya llevo una buena dosis. A la hora del café pedimos un orujo y el camarero, confianzudo, nos dice que mejor que el eau de vie tomemos el coñac de Talmont, que es muy bueno. En efecto, lo es. ¿Dónde podemos comprar una botella?, pregunta el Colega. Aquí, a la vuelta, hay una bodega donde venden coñac y vino.

Encontramos la bodega abierta, echamos una ojeada a la espera de que aparezca alguien hasta que llega una señora despampanante, la típica francesa entrada en años con todo su charme, vistiendo una túnica de colores y una pamela, que hace una entrada como Anita Ekberg en La dolce vita. Aparte del encanto exterior, la señora es todo amabilidad, nos muestra sus vinos y coñacs y nos explica las características de cada uno. Se interesa por nuestro viaje, lo que da pie al Colega para una larga charla con la dama. Cargamos con vino como para una boda y con una botella de coñac, que nos juramos tomar con reverencia.

Volvemos de nuevo a Santa Radegunda, donde coincidimos con una boda multitudinaria. Nos detenemos un rato en su pequeño cementerio, lindante con la iglesia, donde durante ocho siglos recibieron sepultura los talmonteses. El lugar es monumento histórico desde 1934.

Dejamos Talmon-sur-Gironde con pesar. Este es uno de esos lugares en los que apetece quedarse más tiempo, sentarse en el sendero verde que parte de la misma iglesia a contemplar el discurrir del agua hacia el mar, dejar pasar el tiempo sin más.

Fotos: ©Valvar

2 respuestas a «Poitiers y Talmont: Santa Radegunda»

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