La isla de Oléron es una franja de terreno de 34 kilómetros de longitud por 15 de anchura en la costa atlántica francesa, al norte del estuario del Garona. Todavía no invadida por el turismo, ofrece un entorno plácido y una superproducción ostrera.
La Uliaros de Aquitania de la que habló Plinio el Viejo, está unida al continente desde 1966 por un puente de 2.862 metros de longitud, actualmente de acceso de gratuito, cruzado a diario por cientos de amantes de la naturaleza que llegan hasta aquí en coche o en autocaravana para recorrer a pie o en bicicleta sus senderos señalizados entre cerca de 3.000 hectáreas de bosques, disfrutar de sus playas y sus paisajes y saborear sus ostras.
La isla parece vivir un ritmo de vida sosegado aunque no del todo alejada de las vicisitudes de la historia continental. Las guerras de religión dañaron sus iglesias como en todo el territorio francés, en mayor medida que la Revolución, que solo alcanzó a cambiar su nombre y el de sus pueblos: Oléron pasó a ser la Isla de la Libertad, el Château fue bautizada como Igualdad, Saint Pierre, La Fraternité, Saint George, L’Unité. El ejército alemán la ocupó durante la Segunda Guerra Mundial siendo liberada por las fuerzas francesas el 29 de abril de 1945.
Nosotros llegamos a la isla en busca de su extraordinaria Linterna de los muertos románica y de su faro. El Colega viene pensando también en sus playas y yo, siguiendo el rastro de Leonor de Aquitania y, lo confieso, también por sus ostras. La ostricultura es la industria principal de la isla, entre los siglos III y el XIX lo fue el viñedo pero la filoxera acabó con la mayoría de las vides, que se han ido recuperando lentamente.


Tras las experiencias hoteleras de Saintes y Tours, en Oléron nos alojamos en un hotel comm’il faut, el Île de Lumière, en el término de La Cotinière. Un conjunto de pequeños apartamentos cada uno con su propio jardincillo, la mayoría de ellos mirando al Atlántico. La habitación es enorme y confortable. El Colega comenta, como de pasada, las ventajas de alojarse en un hotel sin historia.

Comemos en uno de los muchos restaurantes que miran al puerto de La Cotinière, el primer puerto pesquero de la isla y el séptimo en el ranking francés, llenos de familias que disfrutan del fin de semana. Tomamos unas estupendas ostras gratinadas y pescado de la zona, acompañados de un vino local, el pineau des Charentes. Mientras hacemos tiempo para ver la entrada de los pesqueros en el puerto coincidiendo con la subida de la marea, compramos sales de las salinas de Oléron y de la cercana isla de Re. Nadie como los franceses para convertir algo tan simple como la sal en un producto para gourmets y venderlo como si fuera la perla de sus ostras.


Seguimos ruta al extremo norte de la isla para ver el faro de Chassiron, pintado a franjas blancas y negras. El faro data de 1836, tiene una altura de 46 metros, es uno de los más antiguos activos en Francia, monumento histórico desde 2012 y el lugar más visitado de la isla. Su luz es visible desde medio centenar de kilómetros, lo que permite a los barcos orientarse en una costa plagada de arrecifes para entrar en la esclusa de Antioquía.

El faro está abierto a las visitas, se puede acceder hasta el mirador para contemplar la costa, si se está dispuesto a ascender 224 peldaños, que no era nuestro caso. Los alrededores del faro han sido acondicionados como zona ajardinada muy grata de pasear, donde se aprecia la fuerza del viento que tumba los árboles. En lontananza se divisa la Isla de Re, de la que tan buen recuerdo guardamos. A las horas que hemos llegado apenas hay gente en el jardín, una gaviota se nos acerca como preguntándose qué hacemos allí. Déjala tranquila y no le des conversación, le digo al Colega.


De vuelta al hotel paramos en Saint Pierre, capital de la isla, que encontramos muy animada. La iglesia, construida en el siglo XVII sobre un templo del XII que había sido destruido durante las guerras de religión, remata en una torre hexagonal que en otros tiempos servía también de faro para los navegantes. Un cartel nos recuerda la vinculación de la isla con Pierre Loti, de quien este año de 2023 se conmemora el centenario de su muerte.


Al verlo, recordamos nuestra visita al Café Pierre Loti de Estambul.


La Linterna de los muertos de Saint Pierre es la más alta de las diez que aún existen en Francia. Fue construida en el siglo XII en el centro del cementerio de la ciudad medieval, ahora preside una plaza/aparcamiento. Las linternas servían para recordar a las almas de los difuntos y, en ocasiones, para orientar a los caminantes. “La luz que brilla en la linterna es el símbolo de la inmortalidad del alma”, se puede leer en un cartel junto al monumento.



Volvemos al hotel para contemplar la puesta del sol sobre el mar. Buscando un buen punto para las fotos nos encontramos con dos casamatas cubiertas de pintadas. Un paisano le cuenta al Colega que son restos de la Segunda Guerra Mundial. Solo carcasa, pues desde ellas nunca ha salido un disparo, añade. La costa en este punto es abrupta, poco apta para el baño. En la espera vemos pasar a alguien haciendo paddel surf, otro pesca en el límite de las rocas. Llega un grupo de personas mayores con aire hippie y se sienta en la arena, donde hemos visto restos de hogueras.



O hemos llegado con mucho adelanto o esa jornada el sol se encontraba perezoso, tuvimos que esperar un rato largo a que decidiera acostarse sobre un mar con fama de bravo que hoy se nos presentaba plano como un espejo. El Colega cuelga sus zapatillas en una valla y se va de expedición.



Cuando por fin el sol desaparece tras la línea del horizonte damos gracias a la Naturaleza que ofrece estos espectáculos de manera gratuita y nos sentimos afortunados de haber llegado hasta aquí para contemplarlo.




El Château -Castillo- de Oléron es la capital histórica de la isla. La ciudadela fue diseñada sobre un acantilado rocoso por Sébastien le Prestre (1633-1707), conocido como Vauban, mariscal e ingeniero militar, el más famoso de su tiempo. El fortín se eleva 46 metros sobre el nivel del mar, ofreciendo una de las mejores vistas panorámicas de la isla. Hay que ir con cuidado porque fuera del castillo no hay protección alguna a pesar de que el camino bordea el precipicio.




Al norte de la isla se divisa el Fuerte Boyard, una fortificación mandada construir por Napoleón para defender de los ingleses la desembocadura del río Charente y el puerto y arsenal de Rochefort. Antigua propiedad del ejército francés, poco después se convirtió en prisión y, luego fue abandonado. Adquirido en subasta por un particular en 1961, de nuevo abandonado, fue comprado a finales del pasado siglo XX por un productor de televisión. Actualmente se utiliza como escenario de programas de entretenimiento.
La iglesia románica de Saint Georges es el monumento más antiguo y uno de los más notables de la isla de Oléron. La fábrica original del siglo XI fue fortificada para protegerse de los normandos; de esa época solo queda la nave, terminada en el siglo XIII y la fachada oeste. En el siglo XII fue donado a la Abadía de las Damas de Saintes por Leonor de Aquitania, muy presente en estos territorios, que fueron suyos.


Como otras muchas iglesias, resultó muy dañada durante las guerras de religión. Fue requisada durante la Revolución y convertida en establo, hasta que en 1800 fue recuperada para el culto, y restaurada en la segunda mitad del siglo XX. En sus muros permanece un reloj de sol del siglo XVII, con una leyenda grabada: “Pasamos por aquí como una sombra de luz. Caminamos hacia nuestra última hora”. En su interior se guardan exvotos marinos y una estatua yacente de Leonor de Aquitania, copia de la original de la abadía de Fontevraud donde reposan sus restos.


La presencia en Saint Georges de Oléron de quien fue reina de Francia y de Inglaterra, mujer poderosa, la más influyente de su tiempo, está más que justificada. Entre 1152 y 1160 Leonor introdujo las primeras leyes marítimas o de almirantazgo que regulaban la navegación medieval. Los Rollos de Oléron son la primera ley marítima común; en 1364 se adoptaron como ley marítima oficial en Francia. En esos Rollos se basan o inspiran las leyes marítimas posteriores del norte de Europa.
Aparte de sus monumentos oficiales, la isla de Oléron ofrece un sinfín de escenarios que no queremos perdernos: las playas de Les Saumnonards o Saint-Trojan-les-Bains, Le Grand-Village con sus salinas recuperadas, las aves en las marismas de Dolus; las casas coloreadas del puerto de Saint-Denis o del Château; las fachadas llenas de flores de los pequeños pueblos. Sus infinitos puestos y tiendas y restaurantes de ostras, sus ricos pescados…
En el comedor del hotel donde desayunamos encontramos una gata sentada plácidamente a la mesa. Parece entendernos cuando la saludamos. Desengáñate, las gatas francesas no hablan castellano, le digo al Colega. Al dejar el hotel la gata nos sigue hasta el coche. Se diría que en Oléron hasta los gatos son amables.

Camino de nuestra última etapa de esta incursión por tierras francesas, cruzamos el puente de Oléron como al ralentí, deseando que sus habitantes sean capaces de preservar la isla como el pequeño paraíso que es.
Fotos: ©Valvar



Esas ostras!!! Y conste que no me gustan pero las citas con devoción.
Me gustaMe gusta
Muy buen relato de viaje, y unas buenas fotos. Un gusto leerlo.
Me gustaLe gusta a 1 persona