Arthous y Sorde son dos abadías inicialmente románicas situadas en la vía Turonense del Camino de Santiago. Aunque han perdido algo de la importancia que tuvieron, bien merecen una visita.
Esta fue nuestra última parada en nuestro periplo románico francés del verano de 2023, resistiéndonos a terminar un viaje que tan buenos momentos nos había regalado. En el límite del macizo boscoso de las Landas al sur de la ciudad de Dax y al este de Bayona, tomamos un desvío de la carretera para acercarnos a la abadía de Santa María de Arthous, situada en el término de Hastingues.


Fue fundada en 1167 por canónigos premostratenses con dependencia de la abadía de Case-Dieu. Dos eran los objetivos de esta fundación: evangelizar la zona y controlar en lo posible una zona conflictiva por las guerras entre el Bearn, Gascuña y Navarra. En la Edad Media y hasta el siglo XVI gozó de la prosperidad que le proporcionaban sus tierras, lo que le permitió influir en la vida religiosa y civil de la zona.
Como muchas otras iglesias fue duramente atacada en la guerra de los Cien Años (1337-1453) entre franceses e ingleses, la guerra entre Francia y España (1523-1526) y las Guerras de Religión (1562-1598) entre católicos y hugonotes, que destruyeron las dependencias monacales. En el siglo XVII se reconstruyó lo destruido y la abadía intentó recuperar su bonanza. Empero, en 1791, en plena la Revolución, el monasterio contaba con solo tres frailes. La abadía fue vendida y acabó convertida en granja.

Para salvarla de su ruina, en 1955 la iglesia fue declarada monumento histórico, que en 1969 se amplió al resto de dependencias, iniciándose un proceso de restauración. En 1964 fue adquirida por el Consejo Departamental de Las Landas, instalándose un museo arqueológico con obras de la prehistoria, la época galorromana y la Edad Media.
Toda la suerte que hemos tenido a la hora de acceder a las iglesias que hemos visitado hasta ese momento, se nos acabó al llegar a la última etapa. Cuando llegamos a Arthous hace diez minutos que ha cerrado sus puertas al público.






Nos conformamos con contemplar el exterior de la iglesia, que no es poco. Esta cabecera triabsidal que contemplamos es la parte más antigua de la fábrica, levantada entre los siglos XII y XIII. Sus 59 modillones y nueve capiteles, figurados la mayoría y en buen estado, son extraordinarios. Se distinguen claramente entre ellos dos mujeres con serpientes, Adán y Eva, la serpiente y el árbol de la vida distribuidos en sendos canecillos, la huida a Egipto, un músico con dolio y otro con fídfula, hombres desnudos y animales diversos. Los escultores quisieron rendir homenaje a los monjes de la abadía retratándolos portando piedras, se supone que para la construcción, y con instrumentos de culto.



En el muro a poniente queda una puerta románica bastante dañada. Ha desaparecido un tímpano que tuvo con la representación de la Adoración de los Reyes Magos y parte de su estructura. Quedan dos columnas con sus capiteles en los que se distinguen serpientes enroscadas, helechos y una cesta con un personaje.



En el muro norte queda otra puerta que comunicaba la iglesia con el desaparecido claustro, que se encuentra en mejores condiciones pero que no pudimos ver. El interior de la iglesia es de una sola nave de más de 30 metros de longitud. Perdió su bóveda de crucería en 1925, que han sido restaurada en madera. Nada queda del claustro ni de las estancias monacales.
La antigua abadía se encuentra al borde de una carretera departamental, la D119, con la única compañía de una edificación que bien pudiera ser la del guarda. Al poco de llegar nosotros ha salido un coche, que suponemos de la persona que atiende a las visitas, estamos solos contemplando diez siglos de la historia de la arquitectura religiosa, de las órdenes monacales y de la historia de Francia.
El lugar invita a permanecer, pero seguimos camino hacia la vecina Sorde-L’Abbaye, donde vamos a alojarnos. Se trata de un pueblo típico del Camino de Santiago, que se extiende a uno y otro lado de la carretera, con casas bajas de buen aspecto. La información del lugar dice que cuenta con 642 vecinos, pero, acaso porque el fin de semana se había metido en lluvia, nosotros no alcanzamos a ver ni media docena.
No nos había resultado difícil encontrar el alojamiento que habíamos reservado, la casa rural Aroha: era el único disponible en varios kilómetros a la redonda. Había visto algunas fotos en su web y le había preparado al Colega para disfrutar de un lugar con encanto. Empero, al contemplar la fachada de la casa me pareció que quizá me había excedido. A él, siempre animoso, le pareció un lugar acogedor.

Acertaba, una vez más. Todo fue acceder al portalón y tener la sensación de que nos adentrábamos en una casa señorial de una familia acomodada de un siglo atrás. Se apreciaba el buen gusto y el esmero de quien gestionara el hotelito. Recorremos la planta baja sin encontrar a nadie.
A ver si hemos llegado a una casa encantada, le digo al Colega, que me mira con cara de no empecemos. Al cabo de un rato baja una señora rubia y agraciada, July, dándonos la bienvenida. Permítanme que les enseñe primero la casa, anuncia. El jardín muestra los efectos de la lluvia. Me ha arruinado todas las rosas, se lamenta July. Nos transmite la sensación de ser recibidos más como amigos que como clientes.

Admiramos el buen gusto y los cuidados hasta el mínimo detalle de la casa. De las cuatro habitaciones que tiene el hotel, nos ha asignado la habitación violeta. Es bonita y acogedora. Sobre el tocador hay unos dulces que dejamos intactos. Todavía estoy arrepintiéndome. Nos cambiamos y salimos a visitar la abadía benedictina de San Juan Bautista, razón por la que estamos en Sorde.


Fundada en el siglo X por donación del duque de Gascuña, Guillermo Sancho, en la Edad Media la abadía disfrutó de una economía boyante que le proporcionaban los peregrinos y la explotación de los salmones de los ríos cercanos Gave de Pau y Oloron. Resultó semidestruida en una guerra en 1060. En 1290 quedó bajo la protección del rey de Francia, por acuerdo entre el abad, el senescal de Toulouse, la abadía y el pueblo.
Aunque la abadía estaba entonces amurallada, en 1569 fue incendiada durante las guerras de religión, salvándose la cabecera de la iglesia del siglo XII, la torre campanario del X y el palacio abacial. Las dependencias abaciales, que habían sido derruidas, fueron reconstruidas por los benedictinos en el siglo XVII y restaurados en el siglo XIX. Hoy, la antigua abadía pertenece y es gestionada por las autoridades locales.




La iglesia, actualmente parroquia, es un templo de cruz latina en la que se mezclan estilos -románico, gótico- y materiales -piedra, ladrillos- sin mucho orden y en regular estado, resultado de la azarosa y secular existencia. Al exterior, conserva la cabecera de tres ábsides, recrecidos y alterados.

En el brazo norte del transepto se abre una puerta tardorrománica de arquivoltas decoradas pero tan deterioradas que resulta difícil identificar la escultura.

En el interior se distinguen dos etapas constructivas, la románica de la cabecera y la reconstrucción gótica del siglo XIX.


Los capiteles de la cabecera muestran a Daniel en el foso de los leones, la presentación de Jesús en el templo ante el anciano Simeón, el prendimiento de Jesus, atado con sogas en el cuello y las manos y la Virgen María con el Niño rodeados por dos ángeles, en la representación que se conoce como Trono de la Sabiduría.






En los absidiolos de la cabecera se conservan restos de mosaicos románicos que fueron descubiertos a finales del siglo XIX.


La iglesia permanece abierta sin restricciones. El interior permanece en una oscuridad agravada por la falta de sol. Curiosamente, cerca del absidiolo de los capiteles historiados un sensor lumínico enciende una luz cuando el visitante transita por un punto determinado. Era de vernos dar pasos de baile, de acá para allá, buscando el sensor que nos diera algo de luz para hacer fotos.
La elaboración de mosaicos debía estar arraigada entre los vecinos de Sorde-l’Abbaye pues en 1957 se descubrió uno en el espacio donde se levantaba la casa del abad. Este mosaico correspondía a un establecimiento tardorromano (siglos III y IV) que disponía de termas adornadas con mosaicos. Los estudiosos aventuran que la existencia de esta villa del bajo imperio romano puede explicar las irregularidades del plano de la abadía. El mosaico y los restos romanos se guardan en la casa del abad. El conjunto de los edificios conventuales están abiertos al público de marzo a noviembre con actividades culturales y residencias de artistas. Nosotros llegamos el sábado por la tarde fuera del horario de apertura.
Tras recorrer la iglesia y sus alrededores, optamos por dar un paseo por el pueblo y, si fuera posible, tomar una tabla de quesos con un vino. No solo no encontramos ningún establecimiento abierto, tampoco nos cruzamos con nadie. La única muestra de que no estábamos en un pueblo fantasma es que junto a muchas de las casas había vehículos aparcados y tres gatos despatarrados en la acera.


A la mañana siguiente, nos atendió Nelly, con idéntica amabilidad que July. Desayunamos como si estuviéramos en casa, esto quiero, esto me gusta, y salimos a ver si encontrábamos abiertas las dependencias abaciales. Una señora que paseaba a un perro junto al ayuntamiento nos indicó que de abrir, lo haría por la tarde.

Nos fuimos de Sorde-l’Abbaye sin llegar a ver la abadía. Antes de emprender el retorno volvimos a pasar por Arthous y, como en Sorde, estaba cerrado, lo que interpretamos como una invitación a volver.
Fotos: ©Valvar



Eso de dejarse los dulces es una descortesía!!
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