El Valle del Jerte es un rincón prodigioso de la geografía española, poco y mal conocido, como tantos otros lugares de Extremadura. Nosotros lo descubrimos hace muchos, muchos años cuando, en un viaje hacia otro lugar, se nos ocurrió hacer parada en uno de los pueblos que cruza la carretera N-110. Era un día frío y húmedo de mediados de marzo, estábamos solos en el comedor y el mesonero nos atendió como si fuéremos el emperador Carlos y su hermana Leonor de Habsburgo camino de Yuste.



No se limitó el buen hombre a servirnos una comida opípara sino que nos informó sobre el atractivo de la comarca, especialmente sobre sus riquísimas cerezas, y nos invitó a visitar la zona aprovechando la época de la floración de los cerezos, por aquellas fechas aún incipiente pero bastante para mostrarnos lo que podía suponer.


Volvimos tan contentos de nuestro descubrimiento que enseguida organizamos un viaje con las herederas, entonces apenas veinteañeras, para ver el Valle del Jerte en flor. La excursión fue un desastre. Miles de visitantes se amontonaban en los caminos, dispuestos a fotografiarse junto a cualquiera de los dos millones de cerezos que crecen en el terreno aterrazado, el restaurante maravilloso de nuestra primera visita estaba a rebosar, imposible encontrar una mesa en él ni en ninguno en varios kilómetros a la redonda. Casi a media tarde pudimos comer lo que nos sirvieron en un mesón lejos de los pueblos invadidos. Apenas pudimos disfrutar del formidable espectáculo de la blancura de las flores.
Hemos vuelto más veces hasta desquitarnos de aquella mala experiencia. De entre esos viajes recordamos con especial emoción el que realizamos en la primavera de 2014 con nuestros amigos cacereños Valentín y Mari Paz, que nos guiaron por esa comarca privilegiada que es el Valle del Jerte, un espectáculo en cualquier época del año.




Con nuestros amigos visitamos Tornavacas y Cabezuela del Valle, con su arquitectura tradicional, y algunos de los numerosos miradores que ofrece el terreno para contemplar la perfección con que la Naturaleza ha encauzado al río Jerte desde su nacimiento en la altura de Tornavacas hasta la planicie de Plasencia, salvando un desnivel de 1.500 metros en medio centenar de kilómetros.








Especialmente, la cascada del Caozo y el mirador del puerto de Tornavacas, con las cumbres nevadas del Calvitero a la derecha, las infinitas terrazas que se multiplican a izquierda y derecha del río y, al fondo, el pantano del Jerte.







Empero, de aquel viaje recordamos el Mirador de la Memoria, situado en la carretera CCV-51 cerca de El Torno. Al torcer una curva de esa carretera tortuosa nos topamos con unas siluetas que al pronto nos parecieron personas desnudas. Cuatro figuras en escayola –una mujer y tres hombres- salidos del taller de Francisco Cadenilla Carrasco, tan realistas que parecen tener movimiento.



Sus pies se posan sobre rocas que, probablemente, sirvieron de observatorio a los guerrilleros republicanos que se refugiaron en estos montes al término de la guerra civil. “A los olvidados de la guerra civil y la dictadura”, rezaba un cartel sobre la piedra.

El mirador se inauguró en enero de 2009 a instancias de la Asociación de Jóvenes Comarca del Jerte, con el respaldo del Ministerio de Presidencia, ocupado entonces por María Teresa Fernández de la Vega.



Con todo, no es su presencia lo que más nos impresionó. Al acercanos pudimos ver los agujeros de las balas en la espalda de esas figuras de escayola, que fueron tiroteadas a poco de su instalación. “En estas sierras el olvido está lleno de memoria”, se puede leer en el cartel. Lo que es una verdad a medias.


Produce congoja observar los balazos. Congoja, por la persistencia del odio, del rencor, de la intolerancia. Congoja, por la insensatez de balear a unas figuras de escayola. Congoja, porque los disparos están hechos por la espalda.

En la espalda precisamente de una de las figuras se puede leer: “Leonardo Cadenilla, en nuestra memoria sí estás”. Leonardo Cadenilla era el herrero de Marrupe (Toledo) y es el abuelo del escultor, fue fusilado en la guerra civil en Toledo y enterrado en una fosa con otros cuatro asesinados del mismo pueblo. En 2016, finalmente, el cuerpo de Leonardo pudo recibir digna sepultura en el cementerio de Talavera de la Reina, junto a su mujer.
“Sierra y libertad”, concluye el cartel. Y paz, piedad y perdón, cabe añadir.
Fotos: ©Valvar



¿Cómo olvidar aquel viaje? El día 19 de marzo de 2014.
Comimos en el alto de Tornavacas y terminamos el viaje en Plasencia.
A ver cuándo podemos reanudar.
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