El Cristo de Palacios de Benaver

No es fácil seguir el rastro de las obras excepcionales que se distribuyen por la provincia de Burgos, tierra de muy rico patrimonio cultural. Aparte de que el castellano en general y el burgalés en particular crean que el buen paño en el arca se vende, ni la Diputación provincial ni la Junta de Castilla y León hacen demasiado para que sean conocidas.

Valga el caso Palacios de Benaver, una entidad menor junto con Cañizar de Argaño, Villorejo e Isar, con un censo de algo más de sesenta vecinos, que cuenta con dos barrios, cada uno con su iglesia. En el barrio de arriba, la parroquial dedicada a San Martín Obispo, de cuyos orígenes románicos conserva el ábside y quizá la torre, pero de traza gótica. En el de abajo, el Monasterio de San Salvador de Palacios de Benaver.

El lugar se encuentra a tres leguas -una veintena de kilómetros- de Burgos –por la N-120, tras pasar Tardajos y Las Quintanillas. Tanto los indicadores como las publicaciones son cicateras con él. En su libro “Burgos. Guía completa de las Tierras del Cid”, Fray Valentín de la Cruz, que fue cronista oficial de la provincia, lo despacha en cinco líneas: “En Palacios de Benaver hay un convento de monjas benedictinas cuya antigüedad se pierde en lo más alto del Medievo. En su iglesia hay un Cristo románico, hieráticamente doloroso. Las religiosas, poseedoras del secreto de unas deliciosas rosquillas, enseñan una bonita talla de marfil de Nuestra Señora de la Aparecida (s. XVI)”.

Desde el exterior, la iglesia del monasterio es una mezcla de distintas épocas y estilos sobre un plano general gótico del siglo XIII. El ábside semicircular es obra del XVIII y lo que se aprecia del monasterio corresponde al XVII.

El patio que se atisba desde el exterior descubre una fachada armónica con preciosa rejería. En el portalón de acceso al monasterio un cartel indica las horas de visita, que son aquellas que no coincidan con el horario de rezos de la comunidad. La puerta se abre a un espacio bien cuidado que da a otro más amplio con sendas de paseo y bancos para el descanso. La monja que nos atiende nos informa que el monasterio propiamente dicho no se visita pero que, seguramente, lo que pretendemos ver será la iglesia y el Cristo. Vayan por el exterior y ya les abro, indica.

Entramos en la iglesia con los ojos aún cegados por la luminosidad del sol agosteño. En la oscuridad del templo apenas alcanzamos a distinguir unas esculturas funerarias y un altar barroco a la derecha. A la espalda, una rejería separa el coro donde la comunidad hace sus rezos. La monja va encendiendo luces al tiempo que se extiende en explicaciones sobre la historia del monasterio y de la comunidad hasta que señala a nuestra espalda: Ese es el Cristo.

Nos quedamos mudos por la sorpresa. ¿Podemos hacer fotos?, preguntamos, con el temor a una negativa. Las que ustedes quieran, responde la religiosa. Así que nos ponemos a disparar las cámaras como posesos, convencidos de que no vamos a encontrar palabras para expresar la maravilla que tenemos ante sus ojos.

El Cristo de Palacios de Benaver es una talla románica única en la provincia y rarísima en Castilla y León. Nosotros sólo conocemos ejemplares similares en Cataluña. Una cruz de 2,75 de altura por 2,25 de anchura, que sostiene a un crucificado solemne, vivo, no doliente sino resucitado, de rostro grave, expresivo, con barba, bigote, los ojos abiertos que parecen mirar más allá del tiempo. Sobre Él escribió Joaquín Luis Ortega, sacerdote, periodista y profesor de Historia y Arte: Un Cristo que está vivo y está muerto, / que cuelga, majestuoso, de su cruz, / que te mira a los ojos con su luz, / con la luz de sus ojos, tan abiertos.

Un Cristo en disposición frontal, sujeto a la cruz mediante cuatro clavos, uno en cada extremidad, propio de la escultura románica. El Cristo de los ojos grandes, le llaman. La talla se había datado en el siglo XII pero cuando en 2007 la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León  acometió su restauración descubrió detalles de su policromía tanto en el anverso como en el reverso de la cruz que adelantan la datación en un siglo.

La imagen había sufrido modificaciones según los gustos de cada época, le habían cerrado los ojos, se los habían dejado entreabiertos, le habían puesto peluca, incluso le habían serrado algún dedo para adaptar la Cruz al hueco que le destinaban… La restauración le ha devuelto su apariencia original que muestra una obra prodigiosa, “de tal forma que lo que hubiera sido una simple imagen del románico se ha convertido en un icono”, según conclusión de la propia Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León.

El monasterio y su Cristo están rodeados de un halo legendario. Se cree que el de San Salvador es el convento de mujeres más antiguo de España pero no se conoce ningún documento de su fundación. Una tabla que puede verse en la iglesia y que habla del martirio de las 300 monjas abunda en la leyenda. Refiere ésta que en el año 834 el rey moro Zefa había degollado a los monjes de San Pedro de Cardeña cuando un mensajero advirtió a la comunidad del monasterio benedictino de que el ejército musulmán se disponía a hacer otro tanto a las monjas. Ellas se amputaron la nariz para resultar repulsivas a los moros pero fueron igualmente degolladas. Quiere la misma leyenda que tras la degollina el monasterio permaneció vacío más de un siglo hasta que en 968 el Conde Garci Fernández decidió reconstruir un cenobio donde había encontrado enterrado un Cristo crucificado. La primera abadesa sería doña Urraca, familiar del conde. Insiste la tradición en que Almanzor, que por aquí se paseó entre 981 y 1002, destruyó el convento y que fue reconstruido de nuevo.

Además de la leyenda sobre la aparición del Cristo, otra muy extendida es que le crecía el pelo. Las monjas se lo rizaban y a medida que se le alisaba parecía que lo tenía más largo, pero sólo era una peluca, explica la monja con naturalidad.

La primera referencia sobre el monasterio de El Salvador de Palacios de Benaver se halla en un escrito de la Casa de Lara de 1231 en el que se alude a él como habitado por benedictinas. En otro documento de 1470 Enrique IV da su conformidad para que el monasterio se anexione Santa Cruz de Valcárcel, con lo que se extiende su dominio patrimonial sobre más de ochenta pueblos, un auténtico señorío feudal. El siglo XV hubo de ser el de su mayor esplendor, la abadesa tenía jurisdicción para nombrar alcaldes y dirimir pleitos y sólo debía dar cuentas al rey.

A pesar de la carencia documental se cree que el convento ha permanecido habitado en los últimos seis siglos, si bien con una notable pérdida patrimonial. En las últimas décadas del pasado siglo fue colegio para niños y luego escuela-hogar. En 1993 concluyó su labor docente y adaptó sus instalaciones para hospedería.

La religiosa nos mostró otros tesoros del monasterio, como la pequeña talla de la Virgen (Es una copia, confiesa, el original está guardado) a la que se refería el Cronista oficial, el Coro, que forma un conjunto con el confesionario y el órgano, magníficos ejemplares modernistas que la comunidad adquirió a comienzos del siglo XX en Alemania. Pero enseguida empezó la primera guerra mundial el órgano no se pudo poner en funcionamiento hasta hace unos años, cuenta la religiosa que resulta ser una de las tres organeras de la comunidad y nos obsequia con una breve interpretación. Entretanto, ha sonado el timbre de la puerta de la iglesia, ha abierto la religiosa, ha entrado un hombre de mediana edad que saluda, da una vuelta por la iglesia, hace fotos y se va sin más.

El monumento funerario que hemos visto a la entrada en el ábside resulta ser de los protectores y restauradores del monasterio, Garci Fernández Manríquez, su esposa, Teresa Zúñiga, y su hijo Pedro Fernández Manríquez y Zúñiga. Cuando enviudó Doña Teresa fue monja del monasterio, refiere la monja que hace de guía. Son tallas en nogal realizadas en el siglo XIV.

Del resto de tesoros que tuviera el convento no quedó nada tras el paso de la francesada por el monasterio, explica la monja, aludiendo a la rapiña de las tropas francesas de Napoleón. Expolio que quizá explique también la falta de documentación sobre el monasterio.

El claustro no se incluye en la visita pero la religiosa nos permite asomarnos desde la puerta. Es un conjunto austero, con arcos escarzanos que descansan en columnas sin ornamentación. De sus paredes cuelgan algunas tablas muy hermosas, acaso procedentes del retablo que presidió el altar mayor. Sus arcadas están acristaladas para protegerlo de las inclemencias del clima burgalés. ¿Tiene calefacción el convento?, preguntamos. Tiene, en efecto. Es necesaria para la hospedería, aclara la monja.

Porque las monjas ya no viven solo de las “deliciosas rosquillas” -buenísimas, dicho sea de paso- sino que ahora abren las dependencias del convento a quienes quieren alojarse en él y atienden sus instalaciones en el tiempo que les dejan libre sus oraciones.

En nuestra primera visita encontramos cerrada la iglesia de San Martín, pero el primer domingo de agosto de 2023 tuvimos la suerte de encontrar abierta la puerta y, más suerte aún, que dentro estuviera José Manuel, vecino del pueblo.

Para nuestra sorpresa, la parroquial posee cuatro retablos de buena talla los cuatro y magnífico el del altar mayor, tras el cual permanece la estructura románica del ábside.

En el lado del evangelio conserva una pequeña arcada, muy reformada, de la que nos han llegado unos capiteles en regular estado. Un par de arpías, un centauro arquero y una escena que parece una psicostasis o pesaje de almas.

Cuando alabamos la belleza del retablo mayor José Manuel nos cuenta que falta la pieza del sagrario. «Yo llegué a conocerlo y lo recuerdo bien, pero un día desapareció sin saber cómo. Me parece que el sacerdote o el alcalde debían haber hecho algo en su momento«, concluye. Deberían haberlo hecho, sí, para que al menos se supiera cómo y porqué desaparece una pieza de un retablo.

Dejamos el pueblo y sus barrios, con la paramera castellana al frente, pensando en el jardín y en la amabilidad de las monjas y la hospedería, que nos parece una perspectiva de lo más sugerente. Más aún lo sería una adecuada información sobre este patrimonio ignorado.. Ven a ver, en Palacios, a su Cristo. / Basta con acercarte a Benaver. / Es aquí donde puedes conocer / alguna cosa que jamás has visto, dejó escrito Joaquín Luis Ortega.

Fotos: ©Valvar

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