Estambul -eis tin poli- significa La Ciudad. La etimología le hace justicia. Durante siglos fue el centro del mundo conocido. Guarda tesoros únicos, algunos propios y otros traídos de medio mundo. Es una ciudad enorme, hermosa, toda ella monumental. Viajar a Estambul es viajar al pasado, al futuro y al corazón de la historia. Fue la urbe más cosmopolita y multicultural de la Europa del siglo XVI. Se extiende a caballo de dos continentes y esta posición estratégica le ha permitido controlar las rutas entre Asia y Europa y el paso del Mar Negro al Mediterráneo.
Los colonos griegos, que fundaron la ciudad en el siglo VII antes de nuestra era, la llamaron Bizancio. En el año 330 Constantino hizo de ella la capital del Imperio Romano. Tras la división de este Imperio se convirtió en Constantinopla, capital del Imperio Bizantino. En 1453 fue conquistada por los turcos que la hicieron capital del Imperio Otomano. A la disolución de este en 1922 pasó a ser capital de la República de Turquía. Al año siguiente perdió la capitalidad en beneficio de Ankara. En 1930 se le da el nombre de Estambul. Su caso histórico es Patrimonio de la Humanidad desde 1985.




El patrimonio monumental de la ciudad es deudor de esta agitada historia. De la época romana conserva el Hipódromo, construido en el siglo III por el emperador Septimio Severo y engrandecido por Constantino. Situado en el corazón del viejo barrio de Sultanameh, fue el centro de diversión de Constantinopla durante mas de un milenio. Se dice que tenía capacidad para 100.000 espectadores. Allí se disputaban carreras, actuaban los músicos, bailarines y acróbatas y se lidiaban fieras. De aquí procede la cuádriga de bronce que se admira en la basílica de San Marcos de Venecia.


El Obelisco egipcio que se alza cerca tiene más de 3.500 años. Es de granito rosa, mide 20 metros de altura y pesa más de 300 toneladas, fue traído por Constantino desde Luxor. La Columna Serpentina fue traída desde Delfos en el 479 antes de nuestra era.





La Columna de Constantino mide 32 metros y es conocida también como columna de bronce por haber estado recubierta inicialmente de este metal, que fue arrancado para acuñar monedas. Es la que se encuentra en peor estado pues los jenízaros tenían por costumbre subirse a ella para demostrar su valor.


Esto nos lo explicó una pareja de policías que patrullaban por la zona en una sola moto y que accedieron a posar cuando se lo pedimos.

La Fuente Alemana fue donada al sultán por el kaiser durante su visita a Estambul en 1895 como símbolo de la amistad iniciada entonces.

No es fácil conocer una ciudad en una semana, como permanecimos nosotros, pero para hacerse una idea de lo que la ciudad ofrece conviene situarse en la plaza de Sultanameh y mirar en derredor. Además de los restos romanos ya enumerados, ahí están frente a frente, Aya Sophia y la Mezquita Azul, en un diálogo de piedra y belleza difícil de superar.


Lo que nosotros conocemos como Santa Sofía allí es Aya Sophia, la Iglesia de la Sabiduría, la muestra más esplendorosa del periodo bizantino. Mandada construir por Justiniano en el año 537, fue iglesia católica romana hasta 1453, cuando fue convertida en mezquita por los otomanos. Ataturk, presidente de la República turca, la transformó en museo en 1935. En 2020 el gobierno del presidente Erdogan volvió a convertirla en mezquita.





Fue la primera construcción de base cuadrada de este tamaño cubierta por una cúpula central, de 56 metros de altura, y dos semicúpulas. Es la cuarta iglesia del mundo más grande con un área cubierta, solo precedida por San Pablo de Londres, San Pedro de Roma y el Duomo de Milán. Todo en ella desprende belleza y serenidad; son admirables los mosaicos de vidrios de colores y los transparentes sobre hojas de oro de su interior.





Sultanameh es conocida como la Mezquita Azul por el color de los más de 21.000 mosaicos de Iznik que decoran sus cúpulas. Fue levantada a comienzos del siglo XVII por el sultán Ahmet I y es la única mezquita en Turquía con seis minaretes. El número dio lugar a grandes controversias porque se interpretó como un intento de rivalizar con La Meca. La visita resulta espectacular en días soleados, cuando la luz se filtra a través de sus 260 ventanales, alineados en cinco niveles.






Antes de entrar en una mezquita hay que conocer que la visita ha de hacerse descalzo y las mujeres, con la cabeza cubierta. Conviene, pues, ir provistos de calcetines y de un pañuelo, aunque en caso de olvido, cada mezquita provee a las visitantes de piezas para cubrirse. A unos y otras se les pide vestuario respetuoso, no más que en cualquier otro templo del mundo, como la catedral de Sevilla, donde siendo las herederas unas crías no nos permitieron entrar porque las niñas iban en pantalón corto. Sorprende ver que las familias se reúnen en las mezquitas en plan festivo y los niños corretean alegremente, mientras los gatos duermen ajenos a las visitas.

A un lado de esta enorme plaza se abre una curiosa construcción: una reserva de agua subterránea construida por Justiniano en el año 532. Sus 336 enormes columnas de mármol y sus dimensiones justifican el nombre de Basílica Cisterna con el que es conocida. Sorprenden los bajorrelieves de mármol que representan cabezas de medusa y las colonias de peces que pueblan sus aguas en permanente oscuridad. La visita resulta sumamente sugestiva. Tan sugestiva que, absorta como estaba, allí perdí unas gafas la mar de chic, que habrán pasado a acompañar a los pececillos.






Cerca de la Basílica Cisterna se encuentra también el Million. “Este pilar de piedra es todo lo que queda del arco triunfal bizantino desde el que un día se midieron las distancias de todos los rincones del imperio”, reza la inscripción. Un estambulí amigable nos explicó que el mojón viene a ser como el kilómetro 0 de la Puerta del Sol de Madrid.

De Santa Sofía sale un camino que conduce al Palacio de Topkapi, otro de los tesoros de la ciudad. Más que palacio se trata de un complejo de edificios distribuidos en torno a cuatro patios. Seis años después de conquistar Constantinopla, en 1459 el sultán Mehmet II inició la construcción de lo que sería residencia de los sultanes otomanos entre 1465 y 1853. En 1923, con el advenimiento de la República Turca, fue transformado en museo. Admiran la riqueza de sus dependencias, especialmente del Harem.























Topkapi es una de las grandes obras musulmanas en su género y uno de los monumentos más visitados de la ciudad. En los jardines del recinto hay un restaurante y un bar que se asoman al Mar de Mármara, desde el que se puede contemplar el paso de barcos que transitan entre el Mediterráneo y el Bósforo o que se dirigen al Cuerno de Oro.

Comemos en este lugar contemplando el paso de buques con pabellón de todos los países del mundo. Estas aguas fueron paso obligado de los submarinos soviéticos en su salida al Mediterráneo y este suelo es el que pisaron los antiguos sultanes y visires, sus esposas y concubinas. Sentimos un regocijo intelectual difícil de expresar.
En la placeta de acceso a Topkapi se encuentra la Fuente de Ahmet III y no lejos el Museo Arqueológico. En una ciudad con tal sobreabundancia de tesoros, el museo pasa algo desapercibido pese a que guarda auténticas joyas de las épocas griega, romana y bizantina, incluido el Tratado de Kadesh, firmado entre egipcios e hititas, una tabla de arcilla que pasa por ser el primer tratado de paz de la historia.


















En nuestras visitas a distintos monumentos observamos en las puertas carteles que indicaban «Giris». En nuestra ignorancia, y dado el alto número de turistas, llegamos a pensar que se referían al acceso de personas extranjeras, de donde vendría nuestro popular «guiris». Hasta que en la puerta del Museo de Arqueología hallamos un cartel en turco e inglés que nos lo aclaró: giris significa entrada.

De entre las decenas de mezquitas que pueblan la ciudad visitamos las que nos parecieron más interesantes, como la de los Tuplipanes,



la de Rustem Pasa,









la Mezquita Nueva, a la orilla del Bósforo…






La de Suleymaniye está considerada la mejor representación del arte islámico. Sobre una colina desde la que se domina buena parte de la ciudad, fue mandada construir por Solimán el Magnífico al arquitecto Mimar Sinán. Impresiona de ella sus azulejos de Iznik y las vidrieras de sus 138 ventanas. En el complejo de jardines y cementerios que rodea la mezquita se alzan las tumbas del propio sultán, de su esposa Roxelana y del arquitecto.



Teodosio es el constructor de las impresionantes murallas de Estambul.




Cerca de la puerta de la Acrópolis de la muralla se alza la iglesia de San Salvador en Chora. Habíamos preparado bien el viaje y nos manejábamos por Estambul con cierta familiaridad, en buena medida por la amabilidad de sus gentes, siempre dispuesta a ayudar pero esta iglesia estaba algo más alejada del centro. Cogimos un autobús y le pedimos al conductor que nos indicara la parada de la iglesia. Así lo hizo, parando antes de llegar a la parada oficial, señalándonos la calle que debíamos seguir. A pesar de lo cual nos perdimos. Andando, andando, llegamos hasta un instituto donde preguntamos a un grupo de chicos. Están un poco lejos, nos dijeron, ofreciéndose a acompañarnos. En el camino hasta San Salvador nos preguntaron de dónde veníamos, al decirles que de España, se entusiasmaron. ¡El Real Madrid, el Barça! Nos recitaron las alineaciones de ambos equipos. ¿Cuál le gusta más a usted?, me preguntaron. Como de fútbol no tengo ni idea, se me ocurrió decir que el Getafe y resultó que también conocían a jugadores de este equipo. Habían sido tan corteses que al despedirnos quisimos obsequiarlos por su amabilidad, a lo que rehusaron muy dignamente: Somos turcos, nos dijeron, ufanos, a modo de justificación.

Lo que queda de San Salvador en Chora es obra del siglo XI, fuego remodelada en el XIV, cuando se incorporaron los frescos y mosaicos, y transformada en mezquita tras la conquista de Constantinopla por los turcos. Ha soportado el paso de los siglos y sus mosaicos y frescos con imágenes de la vida de Jesucristo y de la Virgen María constituyen la mejor muestra del arte bizantino en la ciudad.















Nos habían advertido de que aquí hay un taller de artistas que realizan iconos siguiendo las técnicas antiguas que venden a precios razonables, así que aprovechamos para comprar uno.
El Bósforo abre un camino fluvial en la tierra europea, separando el casco antiguo de la ampliación moderna, conocido como el Cuerno de Oro por su forma y porque, según la leyenda, cuando la conquista otomana fue tal la abundancia de tesoros que los bizantinos arrojaron a esas aguas que parecían doradas. Hoy, sus orillas aparecen cuajadas de cuidados parques y zonas de ocio donde se baña la gente. En la izquierda se distinguen Fener, el barrio griego, y Balet, el barrio judío.


Tomamos un barco para llegar a Eyup, lugar de peregrinación de los musulmanes de todo el mundo pues ahí está enterrado Eyup Ensari, el portaestandarte de Mahoma, y su mezquita es considerada la cuarta en rango de importancia en el Islam, tras las de la Meca, Medina y Jerusalem. Los turcos poderosos eligieron este lugar para ser enterrados así que las calles en torno a la mezquita están pobladas de grandes mausoleos mientras que la colina que protege el lugar se puebla con las tumbas de las gentes de la ciudad. Las lápidas de las mujeres llevan tantas flores como hijos tuvo; las de los hombres están coronadas por turbantes, sombreros o fez que indican el rango social del difunto.




Desde la cima de la colina, a la que se puede acceder por un cómodo funicular, se contempla una vista panorámica de Estambul.


Allí se encuentra el famoso y concurrido café Pierre Loti, que fue en sus orígenes un kahve, lugar donde los hombres se reunían para leer, fumar y tomar café pero el signo de los tiempos ha llegado también hasta aquí y hoy en los salones luce un cartel con el indicativo de “prohibido fumar” que habrá removido las cenizas del escritor.


En Estambul hay que estar atentos para no pasar por alto un lugar de valor simbólico. Es el caso de la Sublime Puerta, también conocida como Puerta Otomana o Puerta Elevada. LaSublime Puerta en el momento del imperio otomano era como luego la Casa Blanca o el Kremlin. Aquí se decidían los grandes asuntos del imperio y por ella entraban los embajadores a presentar sus credenciales.

Cuentan las crónicas que los viajeros de aquellos siglos quedaban impresionados de la magnificencia de los edificios representativos del imperio, de la majestuosidad y poderío de los guardianes otomanos.

Mas, hoy, Turquía es una República y la Sublime Puerta da acceso a dependencias gubernamentales del gobierno provincial de la calle Alendar, una de las más transitadas del centro urbano estambulí. Guardan el acceso policías armados que miran distraídamente el paso de vehículos y peatones, el arma al hombro y una mano en el bolsillo. El soldado que vigila la entrada sostiene con una mano el teléfono móvil, desde el que habla animadamente, mientras con la otra mano sostiene su arma reglamentaria. Cuando observa que le enfocamos con la cámara sonríe y saluda.
Las glorias del mundo pasan, sólo la belleza permanece.
Fotos: ©Valvar


