Arlés conserva un teatro y un anfiteatro romanos, una iglesia románica con un claustro notable. En esta ciudad de la Provenza francesa pasó Van Gogh un año de su triste vida y descansaron grandes pintores como Matisse, Picasso o Renoir. Con estos conocimientos básicos nos presentamos en la oficina de turismo, donde nos proporcionan documentación suficiente y donde compramos el Pass, una tarjeta dirigida a los visitantes, que, por 11 euros facilita el acceso a los principales monumentos durante un día, que es lo que pensamos estar.
La oficina de turismo está en el inicio del boulevard Georges Clemenceau, una vía que separa la ciudad antigua de la nueva. Justo al lado, una placa muestra la convocatoria que Charles de Gaulle hizo desde su refugio de Londres, en junio de 1940, “a todos los franceses, dondequiera que se encuentren, a unirse a mí en la acción, en el peligro y en la esperanza. Nuestra patria está en peligro de muerte. Luchemos por salvarla”.

Nos encaminamos a la vieja ciudad y enseguida llegamos a la plaza de la República, escenario de convivencia del poder civil, el ayuntamiento, y el poder religioso, la iglesia de Santa Ana, a la izquierda, y la de San Trófimo y su claustro, a la derecha.

Nos sentamos en la misma plaza para tomarnos un respiro y enterarnos de que Arlés fue fundada por los griegos en el siglo VI a.C. con el nombre de Theline y conquistada sucesivamente por los celtas saluvios, que la llamaron Arelate, y por los romanos, que llegaron el año 123 a.C. y la convirtieron en una importante urbe. En el año 40 a.C. apoyó a Julio César frente a Pompeyo, que recibió el apoyo de Massalia (Marsella). Tras el triunfo de César, éste concedió a Arelate las posesiones que quitó a Marsella. La ciudad se convirtió en una colonia de veteranos de la legión romana VI Ferrata, la Colonia Juliana de Arlés de los soldados de la Sexta Legión.
Arelate, con sus 400.000 metros cuadrados, alcanzó gran importancia en la Gallia Narbonensis, como prueban sus monumentos: un anfiteatro, un circo (del que quedan restos), un teatro y un arco triunfal, además de sus murallas y un puente, del que no quedan restos porque ha sido reemplazado por una construcción moderna.
Su momento de esplendor romano fue en los siglos IV y V, cuando los emperadores la eligieron como cuartel durante sus campañas militares. Fue favorita de Constantino el Grande, que construyó unos baños termales cuyos restos aún se conservan. Aquí nació su hijo, Constantino II y Constantino III la hizo capital cuando se declaró emperador de Occidente, en el 408.
La plaza fue asaltada por los sarracenos en los años 842 y 850. Durante siglos fue un gran puerto fluvial del Ródano hasta que la llegada del ferrocarril en el siglo XIX arrasó con el tráfico fluvial y ocasionó el declive económico de la ciudad.
La fachada de la iglesia de San Trófimo es apabullante. En la puerta un cartel prohibe la entrada excepto a los asistentes a la misa. Dudamos si entrar, pero una señora señala con gesto severo las cámaras y nos invita a volver después. Volveremos tres veces más y las tres veces encontraremos la iglesia cerrada.

Sabemos que se construyó a comienzos del XII sobre una basílica del siglo V, dedicada a San Esteban, que los ábsides originales fueron sustituidos en el siglo XV por un coro con deambulatorio y que fue catedral hasta que en 1801 fue convertida en iglesia parroquial y en 1882, declarada basílica menor por León XIII. La advocación de San Esteban fue desplazada cuando en 1152 se traen las reliquias de San Trófimo, cuyo nombre toma desde entonces. En su etapa catedralicia fue escenario de la coronación de Federico I Barbarroja como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y la de Carlos IV, rey de Bohemia.


Dejamos a la guardiana de la iglesia y tomamos posiciones ante la extraordinaria portada: organizada a manera de arco triunfal, representa el juicio final. El tímpano muestra un Pantocrátor, con Cristo enmarcado en mandorla con el tetramorfos. En el friso del dintel, los apóstoles y en el friso que recorre la portada, el resultado del juicio final: a la derecha los condenados y a la izquierda los elegidos. Más escenas evangélicas: la Anunciación, el Bautismo, la adoración de los Magos, la matanza de los inocentes. En el nivel inferior, esculturas de santos vinculados a Arles: San Bartolomé, Santiago, San Juan Evangelista, San Pedro, San Felipe, San Esteban, San Andrés, San Pablo y, naturalmente, San Trófimo, la corte celestial en pleno.




Llaman la atención las columnas de piedra oscura, cuyas bases están decoradas con esculturas de leones y de Sansón y Dalila. El catecismo al alcance de todos los fieles. Una acabada muestra de románico provenzal.


El claustro tiene dos pandas románicas y dos góticas. La parte románica fue construida a caballo de los siglos XII y XIII, primero la galería norte y luego la oriental. Acabadas las obras, la ciudad inició un periodo de decadencia, con la marcha de los condes de Provenza; luego, la peste negra diezmó la población. Así que hasta finales del siglo XIV no se reanudaron las obras de las galerías sur, con detalles de la vida de San Trófimo, y oeste, con temas provenzales y de la vida de Santa Marta luchando contra el dragón, ya en estilo gótico. Coincidimos que el claustro está a la altura de cualquiera de los mejores que conocemos, que son algunos.






























En el arranque de la escalera, una escultura notable del escultor arlesiano Jean Turcan: El ciego y el paralítico nos recuerda las elecciones generales que ese mismo día se estaban celebrando en España.

Sin reponernos de la impresión, seguimos ruta hacia el lado romano de Arlés. Casi limítrofe con la iglesia, se encuentra el Teatro antiguo, construido a finales del siglo I de nuestra era y con capacidad para 10.000 espectadores. Como estamos en verano, se encuentra dispuesto para las actuaciones estivales.

A un tiro de piedra se encuentra también el Anfiteatro, la joya de los arlesianos, de la misma época que el Teatro y con capacidad para 21.000 espectadores, da sensación de solidez. Como en Arlés la afición taurina está realmente arraigada el Anfiteatro es aquí plaza de toros. Todo en la ciudad remite al toro, incluidos los menús. Arlés y Nimes son ciudades taurinas, con sus ferias en primavera y otoño. Como en tantas otras piedras milenarias encontramos los nombres de personas necias, empeñadas en dejar constancia de su necedad.








Posponemos para otro momento la visita a los Criptoporticos -dobles galerías subterráneas en forma de herradura- y buscamos donde comer en alguna de las direcciones que les han proporcionado en el hotel. No se os ocurra acercaros a la plaza del Foro y menos aún al Café Van Gogh, que es para guiris y os clavarán, nos han advertido. Pasamos de largo, pues, de la plaza y tomamos la rue de las Termas en dirección a Docteur Farton cuando el Colega siente el olor de la cocina de un establecimiento que no puede ser más impropio -toda la decoración gira en torno a la corrida de toros- y donde el plato del día es ¡paella!

Allí nos sentamos -a mí el sitio no me parece ni medio bien pero estoy demasiado contenta después de la visita a San Trófimo para protestar- y salimos del trance con una paella, tipo Benidorm, y una zarzuela de pescado, manifiestamente mejorable. El cocinero sale a saludar a la clientela y nos informa que aprendió a guisar en la Costa Brava.

El casco histórico de Arlés es relativamente pequeño, de manera que es posible recorrerlo a pie sin demasiado esfuerzo. A pocos metros de la paella, en la calle Doctor Farton, se encuentra la Fundación Vicent van Gogh, un pequeño museo del artista holandés, que aquí vivió un año, de febrero de 1888 a mayo de 1889, con una actividad febril: más de 300 cuadros, entre ellos algunos de los más famosos. En Arlés le visitó Paul Gauguin, aquí ocurrió el incidente del corte de la oreja, tras una discusión entre ambos pintores y de aquí partió al asilo de Saint Rémy de Provence. El museo ofrece una muestra interesante de la obra de Van Gogh, con muy buenos retratos, y de algunos de sus contemporáneos influenciados por él.





Cruzando el puente de Trinquetaille -por donde discurre el Camino de Santiago- se alcanza la orilla derecha del Ródano, donde se disfruta de hermosas vistas de Arles. Allí encontramos una antigua iglesia dedicada a San Martín, luego convertida en almacén de la Cooperativa del Sindicato de Criadores de Oveja Merina y actualmente dedicada a actividades culturales. El pragmatismo francés.


Desoímos las advertencias y acabamos sentados en la Plaza del Foro, el primer día para tomar un refresco en Chez Arelatis, que resultó ser una buena elección, y el segundo, en el mismo Café Van Gogh, mientras la selección española caía ante la italiana, con gran alborozo local. En el pecado llevamos la penitencia.


El camarero, además de perdonarnos la vida, nos hace esperar cerca de un cuarto de hora, nos sirve una cerveza caliente y nos cobra 15 euros por el favor. Estoy por cortarle la oreja al camarero, dice el Colega.




La sangre no llega al río. Dejamos el café y seguimos nuestro paseo por las calles de Arlés disfrutando de sus fachadas floreadas, la decoración de sus casas y hacemos caso a la encontrada en nuestro callejeo: A la vida y al amor.
Fotos: ©Valvar



Vaya maravilla!!
Me gustaMe gusta