Moissac

El claustro, entre románico y gótico, de la abadía de Moissac y su tímpano románico constituyen un icono entre los aficionados al románico y los peregrinos del Camino de Santiago. Este era el destino deseado del Colega en nuestro viaje, en el verano de 2016.

Casi dos mil kilómetros llevábamos rodados en una inmersión en el románico del mediodía francés. Con una mezcla de expectación y nerviosismo habíamos ido siguiendo los indicadores que conducían a nuestro destino, que había sido, era y seguramente seguirá siendo el de miles de peregrinos. Tras cruzar las vías del ferrocarril llegamos a una plaza con aparcamientos gratuitos -lo que consideramos casi milagroso- en la que descubrimos una batería de aseos públicos igualmente gratuitos -no menos prodigioso-. Una infraestructura como esta solo se prepara cuando hay muchos visitantes, concluimos, poniéndonos en lo peor.

La plaza está a un paso de la abadía, nos lanzamos a contemplar su famoso portal. En ese momento descubrimos que allí mismo, enfrente del tímpano, hay un restaurante con una sola mesa libre en primera línea: una mesa para dos. A la sombra. Soy tirando a descreída pero empiezo a barruntar que en Moissac existe un departamento de milagros cuando descubrimos que el restaurante Florentin aparece en la guía Michelin. Hoy vamos a comer como Dios manda, comenta el Colega al ver la carta.

Y, en efecto, tenemos anotada esta parada como uno de los momentos sublimes del viaje. No todos los días nos es dado degustar una estupenda comida teniendo a la vista, a cuatro pasos, una de las obras cumbres del románico. Tan cerca estamos que desde la mesa los objetivos de las cámaras no logran capturar el tímpano completo y tenemos que alejarnos para fotografiarlo. Un éxtasis de belleza.

Sin embargo, la historia de Moissac es el relato de una sucesión de desgracias. Esta que tenemos ante nuestros ojos es, al menos, la tercera de las iglesias levantadas en el lugar. Hay constancia de que el monasterio se fundó durante el mandato del obispo San Didier de Cahors (630-655); se sabe que disfrutó del favor real y de las donaciones de ricos propietarios pero en el siglo XI entró en decadencia; arruinada la iglesia, un incendio acabó con el monasterio en 1042. En ese momento, el conde de Toulouse y el obispo de Cahors acordaron poner la abadía bajo la dirección de los monjes Cluny.

Con el amparo, los bienes y los privilegios de los cluniacenses, el monasterio aborda la construcción de una nueva iglesia, consagrada en 1063, un claustro, finalizado en 1100, y una biblioteca que se nutre de las copias realizadas por los monjes. En el siglo XII, la abadía tenía un centenar de monjes dedicados a la oración y a las copias de textos religiosos en latín. La mayor parte de estos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional francesa.

Esta fase de prosperidad se prolongó hasta mediados del siglo XIV, durante la cual se reconstruirán también las dependencias monacales. En el siglo siguiente se reconstruye la iglesia y la abadía deja de estar bajo el amparo de Cluny para pasar al de los agustinos. Esta intervención explica la mezcla de románico y gótico que se observa en la iglesia actual.

La vida monacal se relaja; en 1626 la abadía se seculariza y pasa a ser colegiata hasta que en 1790, con la Revolución francesa, desaparece todo vestigio religioso. Los edificios son puestos a la venta como bienes nacionalizados y se destinan a los fines más diversos. Habrá que esperar al siglo XIX, cuando los románticos vuelven los ojos a la Edad Media y sus monumentos y redescubren Moissac. La Asociación Amigos del Viejo Moissac salva los vestigios que pertenecieron a la abadía. Como no podía ser menos, aquí también puso sus manos el arquitecto Violet le Duc.

En esas estaban los románticos del momento cuando, en 1845, el proyecto del ferrocarril Burdeos-Sète dibuja sobre el terreno una línea recta que pasa, exactamente, por el antiguo refectorio monacal. De nada les valió a los defensores de la abadía pedir que las vías se separen unos metros, que se marque una ligera curva, la empresa se mantiene firme y ejecuta el proyecto inicial. Los empresarios debieron de sopesar el coste entre el desvío y la salvación del monumento y no lo dudaron: en caso de duda, la plusvalía lo primero. En consecuencia, los trenes pasan lamiendo las piedras de la abadía. Afortunadamente, para entonces el claustro había sido declarado Monumento Histórico, lo que le salvó de su destrucción. Sabido es que capitalismo y cultura o belleza son conceptos que no siempre armonizan bien.

Tratamos de olvidar la invasión ferroviaria contemplando el portal que tenemos casi al alcance de la mano. Este tímpano, realizado en el siglo XII, representa el Apocalipsis de San Juan. En el centro, un Pantocrátor rodeado por el Tetramorfos (los símbolos de los cuatro evangelistas: Juan, el águila; Mateo, el ángel; Marcos, el león; y Lucas, el toro) y dos arcángeles. Completan el espacio los 24 ancianos del Apocalipsis, colocados en paralelo y adaptándose al semicírculo de forma asimétrica.

Todos los personajes miran hacia Cristo aunque sus cuerpos hayan de forzar la figura. Las filas de ancianos, portando instrumentos musicales o copas, están separadas por olas del mar. Esta composición del tímpano se repite en muchas otras iglesias románicas de toda Europa y tiene su expresión más conocida en el pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela realizado por el maestro Mateo, pues no en vano el románico se expandió a través del Camino de Santiago.

Los laterales de la portada abundan en el mensaje con escenas del Antiguo y Nuevo Testamento -la Anunciación, la Visitación, la Adoración de los Magos, la Huida a Egipto, el pobre Lázaro… y representaciones de la avaricia y la lujuria. En la jamba derecha, San Pedro, patrono de la abadía; en la izquierda, el profeta Isaías.

De uno y otro lado del portal parten dos columnas adosadas que culminan con la efigie de dos religiosos: a la derecha, el abad Roger. Sobre el portal, dos filas de almenas, bajo las que hay una línea de canecillos con cabezas humanas y zoomórficas. La primera de las almenas en la izquierda se remata con el busto de un hombre que toca un cuerno.

Alargamos cuanto podemos la comida, que hasta el cocinero sale a saludarnos, pero, finalmente, atravesamos la puerta, como durante siglos hicieran los peregrinos que recorrían Europa en dirección al Finis Terrae, y entramos en la iglesia, donde se encuentran un Cristo del siglo XII, una Piedad y un Entierro de Cristo del XV, además de decenas de niños de varias visitas colegiales, y pasamos al claustro.

Esta es la segunda maravilla de Moissac. Un cuadrado de 31 por 27 metros, 116 columnas de mármol, alternando las sencillas y las dobles, distribuidas en cuatro galerías; en sus 76 capiteles, que están esculpidos en las cuatro caras, se muestran escenas bíblicas y de la infancia de Cristo y motivos florales.

Tiene, además, ocho pilastras, dos en cada vértice, decoradas con relieves, y otras cuatro en medio de las galerías. Según indica una inscripción, la obra del claustro se terminó el año 1100, pero en el siglo XIII se rehizo, lo que explica los arcos apuntados.

Lamentamos no disponer de más tiempo para pasear tranquilamente por Moissac, ver sus rincones art-deco, acercarnos al puente Napoleón sobre el río Tarn, y a la Casa de los justos o de los niños judíos, donde en la segunda guerra mundial fueron escondidos medio millar de niños judíos que así salvaron la vida. O subir hasta el mirador de la Virgen y desde allí contemplar el monasterio y el claustro, y la línea del ferrocarril, esa que estuvo a punto de llevarse por delante una de las abadías más destacadas del románico… El capitalismo de siempre, sin complejos.

Fotos: ©Valvar

2 respuestas a «Moissac»

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