Florencia

Visitar Florencia es como transitar por una enciclopedia del arte, cuyas páginas son sus calles, sus plazas, sus museos, sus puentes, el río Arno que la atraviesa. Todo es recogido y grandioso a la vez; allí se encuentra el Renacimiento italiano y la historia de los grandes artistas, como Miguel Ángel, Donatello, Berrocchio, Della Robbia…

Florencia 👇 es la ciudad más hermosa que conozco, un prodigio de la historia. Es la constatación de que la ciudad soñada existe. Cara, pero existe. Y es maravillosa. Mentira parece que se haya conservado tan magnífica y señorial a lo largo de los siglos.

Hemos estado en dos ocasiones, cuatro días en cada visita, y no desespero de ir una tercera si consigo convencer al Colega, más partidario de conocer lugares nuevos que de volver a los ya conocidos. Pero Florencia, ah, Florencia bien merece una excepción.

Elegimos el hotel Palace Ponte Vecchio, adosado a los cimientos del puente, junto al corredor de Vasari, el pasillo elevado y cerrado que va de los Uffici al Palacio Pitti, utilizado por la familia Médicis para no mezclarse con el pueblo llano ni soportar los olores de las carnicerías que ocupaban el Ponte Vecchio. Al llegar al puente tuvo que sortear la torre de uno de los nobles, que se negó a derribar su propiedad. El hotel está junto a esa torre.

El restaurante se encuentra en la sexta plante, desde cuya terraza se divisa el Duomo y el Campanile como al alcance de la mano.

En cuanto abren las tiendas, joyerías las mayoría, el Ponte Vecchio 👇 es un constante transitar de gentes. A media tarde siempre hay un artista espontáneo que actúa ante los cientos de visitantes. La puesta del sol desde allí es un espectáculo inolvidable.

La primera impresión que nos produjo la ciudad es que era mejor que en las imágenes que habíamos visto. Es mejor que un sueño, corroboró el Colega. Lo es, lo es en grato superlativo hasta el punto de que la contemplación de tal exceso de hermosura puede llegar a producir un trastorno psicosomático, calificado como síndrome Stendhal, por haber sido el autor francés el primero en describir el fenómeno.

Con síndrome o sin él hay que saborear la primera impresión -y la segunda, y la trigésima…- que produce Florencia. Asomarte al Arno desde el Ponte Vecchio, llegar a la plaza del Duomo, extasiarte ante el Campanile o el Baptisterio, pasmarte en sus iglesias. En fin, hay que ir a Florencia sin remedio.

Lo que llamamos el Duomo es la catedral de Santa María del Fiore 👇 -de la Flor- con su inmensa cúpula de 114,5 metros de altura exterior -100 metros en el interior- y 45,5 de diámetro. La obra maestra de Brunelleschi, auténtico genio de la arquitectura, que descubrió la manera de equilibrar los empujes horizontales y verticales del tambor para que la bóveda se sostuviera como si flotara en el aire y no se viniera abajo.

En nuestra primera visita éramos aún lo bastante jóvenes para subir 464 escalones hasta alcanzar la linterna de la cúpula y ver la ciudad a la luz de un sol radiante. Dimos por bueno el esfuerzo. Florencia a los pies aparece tranquila con sus tejados iguales, el verdor de los alrededores, no hay un edificio que desmerezca. Y a ras de suelo, gente y gente por todas las calles, más aún en el Ponte Vecchio.

Al descender de la cúpula, frente a la puerta nos esperaba un cartel invitando a la confesión. Debe ser in articulo mortis, porque estábamos al límite de nuestra resistencia.

Junto a la catedral, el Campanile 👇de Giotto, de casi 85 metros de altura, y el Baptisterio de San Juan👇, con las puertas de bronce de Ghiberti. Un conjunto que por sí solo ya merecería una visita. Como curiosidad, el museo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, conserva un vaciado de esas puertas.

La plaza de la Signoria 👇es la versión civil de la del Duomo, un museo al aire libre. Nos evocaba el tiempo de la adolescencia, cuando el arte florentino era para nosotros una materia a aprender, y la emoción de estar frente a algunas de las obras mayores del arte universal tiene algo de paralizante. El Perseo con la cabeza de Medusa de Cellini, tan poderoso, como advertencia del poder a los críticos; la fuerza plástica de El rapto de las Sabinas de Giambolonia; cualquiera de las esculturas y el conjunto invitan a un paseo sosegado, lo que no siempre se consigue. En este lugar fue ahorcado y quemado Savonarola.

También de Giambologna es la estatua ecuestre de Cosme I, el Médici grande.

Hay que señalar que el Rapto de las Sabinas y Perseo, son originales pero el David de Miguel Ángel que se encuentra a la entrada del palacio Vecchio es copia, el original reposa en la Academia, donde es la vedette absoluta, modelo de belleza masculina lo mires por donde lo mires. Después de una observación atenta, me siento inspirada y la digo al Colega: Bah, lo tengo mejor en casa, pero él no se da por aludido y me responde: Pues ya me dirás donde. Por si no lo sabéis, los mozos de Burgos no son de elogio fácil.

Estando un día sentados en una de las terrazas de la Signoria se nos acercó una familia argentina preguntando algo de Florencia. Como el Colega es dado a pegar la hebra, enlazaron de un tema a otro hasta llegar a la reina Juana de Castilla. ¡Quién me lo iba a decir a mí!

Otro imprescindible de Florencia es la Galería de los Uffici👇, un museo de primera que en los últimos años está tratando de adaptarse a los tiempos. Conviene haber sacado las entradas con antelación, así y todo hay que hacer cola para entrar. En su interior se reúnen cientos de grandes obras y unas cuentas obras maestras. Allí pude fotografiar un espinario, tema muy frecuente en el Renacimiento. El Museo del Prado tiene otro ejemplar de los muchos que hay por el mundo. Desde los ventanales de los Uffici hay preciosas vistas del Ponte Vecchio.

Una buena manera de darse un respiro antes de volver a las calles de Florencia es tomar un chocolate con nata en la terraza sobre la Logia del Lanzi.

Si de verdad te gusta el arte, puedes visitar el Museo Bargello👇, menos famoso que los Uffici, y sin colas. Entre sus tesoros, el David de Donatello, el objetivo favorito del Colega en Florencia, emocionante en su perfección, y un Baco de Miguel Angel. No vimos el Mercurio de Gianbolonia, que estaba en un préstamo.

La tourné museística no estará completa sin conocer San Marco👇, convento donde vivieron, entre otros, Savonarola y Fra Angelico y que guarda una valiosa obra de éste. Entusiasta como soy de Fra Angelico, me gustaron especialmente los frescos de las celdas.

Una de nuestras visitas coincidió con la Anunciación, el 25 de marzo. Nos acercamos a la plaza de la Anunciata, que ese día celebra su fiesta mayor. Estaba llena de puestos, con dulces y comida. El Colega cargó con guirlaches de almendra, avellana y cacahuete como para un bautizo. Lo típico de la fiesta son unas obleas pequeñas como patatas fritas, con sabor a anís, un poco dulzonas.

En esta plaza de la Anunciata dejó Brunelleschi su impronta en el Ospedale degli Innocenti👇, un modelo de perspectiva. La escultura ecuestre de Fernando I, en el centro de la plaza, es de Giambolonia.

Tomamos un autobús para llegar a San Miniato👇, que está en una colina desde la que se divisa la llanura de Florencia en panorámica, como un corralito en torno al Arno, con los puentes sobre el río y las nieves de las montañas que la rodean a lo lejos. La iglesia tiene unos frescos muy bien conservados y una pintura bizantina, además de su cripta románica. El Colega se empeñó en tocar la campana y no pasó nada, yo me quedé con las ganas. Rodea la iglesia un cementerio antiguo de aire romántico. Lo sorprendente es que no cobraban entrada –sólo la voluntad– lo que en aquellos lares es noticia.

En el autobús 7 que parte de Santa María de Novella subimos a Fiésole👇, que debe de ser muy bonito en verano, pero aquel día se levantó un viento gélido y se puso a llover, así que echamos un ojo a Florencia desde la distancia y nos volvimos en el mismo bus.

Imprescindible también la iglesia de San Lorenzo, construida por Brunelleschi. Su sacristía nueva es el mausoleo de los Médicis👇 grandes, donde Miguel Ángel Buonarrotti dejó muestra de su genio. En ambas visitas aprovechamos para callejear sin parar. Así descubrimos la casa natal de Dante Alighieri, y el arte que tienen los florentinos sea para ilustrar sus coches de reparto o las señales a su aire.

Santa María Novella👇 es una joya en sí misma difícil de olvidar. No permiten fotos, lo que nos impidió plasmar un instante mágico cuando un rayo solar jugaba con la luz que se filtraba a través de las vidrieras de la nave central, añadiendo belleza a su hermosura. En la portada dos artilugios miden el tiempo.

Como en nuestra primera visita habíamos pasado rápidamente por la iglesia de la Santa Croce estuve varios años dando la barrila al Colega sobre lo que nos habíamos perdido, hasta que volvimos. Por eso y porque habíamos cumplido repetidamente con la tradición de pasar la mano por el morro del Porcellino, que por eso está tan brillante, para volver a Florencia.

La iglesia de la Santa Croce👇 es famosa, entre otras cosas, porque acoge las sepulturas de muchos artistas famosos, como Miguel Ángel Buonarroti, Galileo Galilei o Maquiavelo.

También hay un cenotafio de Dante. El gran poeta murió en Ravena, donde se exilió en 1301, ciudad que se ha negado a devolver los restos del poeta a su ciudad natal. En su monumento, proyectado por Vasari, aparecen las estatuas de la Pintura, la Escultura y la Arquitectura.

Aún causa espanto las consecuencias de la gran inundación de 1966, que hundió el pavimento de la iglesia. Algunos tesoros, como el crucifijo de Cimabue, no pudieron recuperarse del todo. Las aguas desbordadas del Arno también causaron destrozos en los Uffici.

En el Oltrarno -el allende florentino- se encuentra el palacio Pitti y los jardines Boboli. El barrio está lleno de tiendas y en sus calles se respira un aire bohemio.

Como no todo es espíritu, debo añadir que Florencia ofrece oportunidades sin cuento de dar algún gusto al cuerpo. El Colega se tiene hecha allí una degustación completa de las carnes de la zona: osobucco en la Trattoria de Enzo y Piero, el mazzo en la Trattoria Angolino, en el Oltrarno, jamón asado, la famosa bistecca en la Trattoria Segio, en la plaza de San Lorenzo. A mí me gustó la rebollita, la sopa típica florentina, la zupa, un guisado de alubias, y las varias maneras de preparar la pasta.

Si te gusta el cuero, no pierdas la ocasión de comprarte una prenda. Yo me traje una de cada viaje. Para compensar, le compré varias corbatas al Colega. Preciosas. Alguna ni la ha estrenado.

Hasta donde pudimos conocer, los florentinos son amables, no se esmeran con los visitantes porque forman parte del paisaje habitual pero son cordiales y tratan de ayudar.

Lo más probable es que al término de la visita, ante tanta obra maestra, no distingas a Giotto de Bellini, a Miguel Ángel de Cellini o Giambolonia. Por eso conviene volver a Florencia. Siempre. Tomarte un vino o un spriz en la plaza del Duomo es uno de esos placeres que los dioses conceden a las almas sencillas como nosotros.

Fotos: ©Valvar

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