Guarda (Portugal)

Guarda es un núcleo medieval portugués en la frontera con España. También es la ciudad más alta de Portugal, capital de su comarca. Tiene una imponente catedral, una judería y la torre del homenaje de lo que fue castillo. Está rodeada de fortalezas medievales de frontera.

Estando en Ciudad Rodrigo no pudimos resistirnos a la tentación de cruzar la raya y acercarnos a Guarda. Cuando pedimos información, nos sugirieron visitar las fortalezas de Almeida y Castelo Mendo, consejo que seguimos de buen grado.

Esta zona estuvo ocupada por los pueblos celtíberos, luego por los romanos y después por los árabes, que levantaron una alcazaba en lo alto de la ciudad. De las murallas de Guarda apenas quedan alguna puerta, cuatro lienzos junto a la Torre dos Ferreiros y cerca de la judería. En 1384 los cristianos se apoderaron de la población extramuros, pero no de la alcazaba.

Guarda👇 quedó aislada hasta el siglo XIX, lo que explica los abundantes restos medievales que se han conservado. El corazón de la ciudad es la Praça Luis de Camoens o Praça Velha, en la que se levanta la catedral, edificio de granito con más apariencia de fortaleza que de templo. Próxima a ella se encuentra la estatua del fundador de Guarda, el rey Sancho I, y el ayuntamiento, donde según sostienen los portugueses -y nosotros no osamos discutir- se firmó el tratado de Tordesillas entre Portugal y España por el que ambos países se repartían los mares entonces conocidos.

Entramos en la catedral, construida entre 1390 y 1540, una mezcla de estilos gótico, renacentista y manuelino. Nos llama la atención el retablo renacentista labrado en piedra por el artista francés Jean de Rouen, y las columnas manuelinas torsas de la nave central.

Del exterior, me gustaron los y los campanarios hexagonales de la fachada principal.

De la Praça Velha parten calles estrechas con preciosos edificios de ventanas labradas y gárgolas en los aleros. La plaza y las callejuelas están llenas de cafés y restaurantes.

Por una de estas calles nos internamos en la judería, buscando los signos mágico religiosos señalados con sus placas correspondientes. Encontramos alguna placa pero no somos capaces de identificar ningún signo. Lo atribuimos a que a nuestra edad, la vista ya no es lo que era.

Desembocamos en la iglesia de San Vicente, que conserva unos azulejos del siglo XVII, que no pudimos ver porque estaba cerrada. En eso también se nota la identidad ibérica.
En cambio, en la misma plaza encontramos un restaurante con muy buena pinta: BeloHorizonte. Acierto pleno. Nos ofrecen unas viandas típicas de la comarca, todo buenísimo. Nos ofrecen unos entremeses, con una morcilla exquisita. El Colega pide luego carne guisada con vino y yo arroz de pato. Las raciones son tan abundantes que nos dejamos más de la mitad, con harto dolor de corazón cada vez que me acuerdo.

La iglesia de la Misericorodia es un ejemplar barroco. Su fachada combina el granito blanco con las paredes encaladas, tan frecuente en Portugal.

Guarda ha instalado su propio museo en el antiguo palacio episcopal del siglo XVII).

La ciudad nos ha parecido muy agradable, aunque el Colega se ha llevado una reprimenda de un policía por aparcar en sentido contrario al de la circulación en una vía de dos direcciones. En España pueden aparcar como quieran, pero en Portugal, no, le dice el agente, sin perder la sonrisa.

Ya se ha dicho que Guarda es la ciudad más alta de el país vecino. En verdad, es una población que se desparrama por la ladera de un cerro que corona en 1116 metros de altitud. La base del montículo señala 824 metros. No quiero pensar si una pelota rueda desde la plaza a la rotonda base.

Almeida👇 es una de las fortalezas de frontera. Situada a orillas del río Coa, a 12 kilómetros de la línea fronteriza, en su origen perteneció al reino de León, pasó a ser portuguesa en el Tratado de Alcañices en 1297. Tratados al margen, Almeida siempre fue una plaza codiciada por Castilla. En el asalto ordenado por Felipe IV se destruyó la primera muralla.

Antoine de Ville diseñó un modelo de fortaleza defensiva en forma de estrella al estilo de Vauban, similar a las murallas de Elvas y Valença do Minho.

Vista desde el aire asemeja una estrella de doce puntas, formada por otros tantos baluartes y torres de refuerzo, con un perímetro de 2.500 metros. La cuestión es que, aunque hemos subido al punto más alto de la población, no podemos sobrevolar el recinto y tenemos que conformarnos con ver los sucesivos y enormes baluartes -de 12 metros de profundidad y 62 de anchura-, bastante bien conservados.

Sobre la puerta del cementerio, un cartel advierte al visitante: Oh, tú, quienquiera que seas, repara que estás donde yo estuve como tu estarás donde yo estoy.

Almeida está considerado uno de las mejores fuertes abaluertados de Portugal, con sus anchos fosos, sus puertas falsas para despistar al invasor, sus casamatas subterráneas que servían de almacén y de protección a la población. La última de las acometidas sufridas por la fortaleza fue en el siglo XIX, cuando las tropas francesas cercaron el fuerte.

Hoy forma parte de la red de Aldeas Históricas y su visita resulta agradable e interesante, una cierta vuelta al pasado, conservado con esmero.

De Almeida pasamos a Castelo Mendo. Metemos el destino en el GPS y este se pone creativo y nos conduce por un camino tortuoso entre montes y trochas, de una belleza salvaje. Podríamos habernos encontrado con los restos del ejército napoleónico y no nos hubiéramos sorprendido lo más mínimo.

Finalmente, aparece Castelo Mendo👇, una villa de aspecto medieval cuyo caserío se disemina por un pequeño cerro. Atravesamos la puerta de la muralla, saludamos a los dos verracos con la flanquean y enseguida nos encontramos en lo que parece la plaza mayor, presidida por un bonito pelourinho -rollo- gótico.

En realidad el conjunto lo forman dos núcleos: el burgo viejo, con su muralla del siglo XII, del que apenas quedan las ruinas del castillo y de la iglesia; y el burgo nuevo o arrabal de San Pedro, con su muralla gótica construida en tiempos del rey Dinis I (1261-1325), muy dañada por el terremoto de 1755, que es la que hemos atravesado y donde nos encontramos.

Los dos recintos imparten una lección de historia sobre el terreno. Este villorrio por el que ahora paseamos, solos de toda soledad, fue guardián de uno de los pasos del río Coa, cuyo curso fluvial marcaba la frontera, un vado de raíces ancestrales conocido como Porto de San Miguel, un lugar estratégico frente al reino de León.

Fundado en el siglo XII, el primitivo Castelo Mendo tuvo su propio fuero, un mercado semanal el domingo y una feria de ocho días tres veces al año, una de las ferias más antiguas de Portugal. El arrabal se inició en el siglo XVI, en torno a la iglesia de san Pedro. En 1510, el rey Manuel I -aquel que casó con dos hijas de los Reyes Católicos, Isabel y María- concedió a la villa nuevo fuero y picota, el pelourinho junto al que hemos aparcado.

A pesar de su declive constante, mantuvo su estatus de municipio hasta 1885. En 1984 fue calificado como Inmueble de Interés Público.

Subimos hasta la cima del otero donde se distinguen las ruinas de la iglesia de Santa María, levantada sobre la roca berroqueña de este lugar. El día ha salido soleado y tibio y resulta agradable disfrutar de este impresionante paisaje.

Mientras fotografío la iglesia el Colega se pierde cuesta abajo entre piedras labradas de la primera muralla y piedras sin labrar. Como tarda en volver, mato la espera recordando una leyenda del lugar según la cual quien desee conseguir un deseo debe lanzar una piedra sobre una roca. Si la piedra cae encima, se cumplirá el deseo. Si no, deberá probar de nuevo.

El caso es que no sabemos cuál es la roca mágica, así que me dedico a tirar piedras aquí y allá a ver si acierto. En realidad, la suerte es conocer lugares con tanto encanto como estos.

Fotos: ©Valvar

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