Las desventuras de Mío Cid

El Cid es carne de leyenda, mito medieval de quien es difícil conocer datos de su biografía real. Sus restos fueron depositados en el monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos) donde han vivido una odisea a la altura de su leyenda, esparcidos por media Europa.

Rodrigo de Vivar debió de nacer entre 1041 a 1047, hijo del noble castellano Diego Laínez, descendiente de Laín Calvo, uno de los míticos jueces castellanos. Huérfano de padre todavía niño, fue criado en la corte de Fernando I, y armado caballero con el infante Sancho, quien fue asesinado por Vellido Dolfos, heredando la corona su hermano, Alfonso VI.

Solar del Cid en Burgos

Recelosos los castellanos de que Alfonso hubiera intervenido en la muerte de su hermano, le hicieron prestar juramente de inocencia por tres veces, de acuerdo con el Fuero viejo de Castilla, siendo Rodrigo Díaz el encargado de tomar el juramento en la iglesia burgalesa de Santa Gadea.

Iglesia de Santa Gadea en Burgos

A pesar de la leyenda, Alfonso no se sintió ofendido por la exigencia de juramento, siguiendo el Fuero, y recibió a Rodrigo en su círculo de fieles y vasallos personales. Hasta tal punto fue así que en 1074 lo casó con una dama de estirpe real, Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo y sobrina de Alfonso. El matrimonio sellaba la alianza entre castellanos y leoneses y atraía al ámbito de León al héroe castellano.

Empero, las relaciones entre el rey y su vasallo no debieron ser fáciles, intoxicadas además por nobles envidiosos de los éxitos del burgalés. Razones de índole estratégica causaron la ira o el desafecto real que empujó al exilio al Cid en dos ocasiones, en 1081 y 1086. El Cantar supone que Jimena y sus hijos se acogieron al monasterio de San Pedro de Cardeña durante la ausencia de Rodrigo, extremo que algunos historiadores ponen en duda.

El Cid se dedica a luchar por sí mismo, conquistando Valencia. En 1092 Rodrigo y Alfonso hacen las paces. La hija mayor de Rodrigo y Jimena casará con el infante navarro Ramiro Sánchez; uno de sus hijos, García Ramírez, será rey de Navarra; la menor, María, lo hará con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III. En 1097 muere Diego, hijo de Rodrigo, luchando junto a Alfonso VI en Consuegra. Dos años después muere Rodrigo, dejando a Jimena el señorío de Valencia y su mesnada.

En 1201 los almorávides atacan Valencia. Alfonso VI, considerando que la plaza era indefendible, mandó abandonarla llevándose los restos embalsamados de Rodrigo. Jimena eligió trasladarlos a San Pedro de Cardeña. Entre 1207 y 1210 se escribe el Poema de Mío Cid. A él le sigue la Leyenda de Cardeña (1265) y en 1280, reinando Alfonso X, la Primera Crónica General de España. Del conjunto de estas tres obras resultará un personaje mítico, casi un santo, el héroe que el reino -y más aún el monasterio de Cardeña- están necesitando.

De Rodrigo de Vivar solo quedarán los restos mortales y estos vivirán peripecias aún mayores que las protagonizadas por el Cid. En 1104 murió Jimena y fue enterrada en el mismo monasterio que su marido.

Quiere el relato que el cadáver del Cid permaneciera sentado durante diez años en la iglesia monacal, con la espada en la mano, ataviado con paños enviados por el sultán de Persia. Así permaneció hasta que se le desprendió la nariz del rostro y el cadáver fue depositado en un nicho en el mismo altar. En 1272 el rey Alfonso X mandó hacer un sepulcro de piedra y colocarlo en el lado de la epístola del altar. Un poco más abajo descansaba Jimena, en un sepulcro de madera policromada.

En 1447 se derriba la iglesia románica y se construye una nueva gótica; el sepulcro del Cid se traslada a la sacristía, apoyado en cuatro leones de piedra. En 1496 pasó por Cardeña el cardenal Cisneros, quien pidió abrir el sepulcro para contemplar los restos del héroe y besar sus huesos, “que eran grandes, más que del mayor caballero que en nuestros tiempos hay”, según relato de Juan de Vallejo. Otro autor que tuvo acceso a los restos de Jimena dejó escrito que sus huesos eran “tan grandes que espantan, y parecen más de hombre que de mujer”.

En 1541 el sepulcro del Cid volvió al lado derecho del altar y el de Jimena fue trasladado al claustro. El Consejo de Burgos y el Condestable Fernández de Velasco, consideraron el traslado una ofensa y presentaron recurso al rey Carlos I, quien ordenó devolverlos junto al altar mayor.

En 1669 llega a Cardeña el rey Carlos II, a quien se atribuye la frase: “El Cid no fue rey pero hizo reyes”. En 1736, reinando Felipe V, se construyó una capilla lateral, dedicada a los Reyes, Condes e Ilustres Varones (sic) y consagrada a San Sisebuto, abad coetáneo de Rodrigo y Jimena, a la que se trasladan los restos de ambos y de otros personajes vinculados a ellos, veintiséis en total, estos encajados en los muros de la capilla. En 1948 se traerán también las tumbas de los tenidos por fundadores del monasterio: Sancha y Teodorico, García Fernández y su esposa Ava, que estaban en el altar mayor.

La fama del Cid se extendió a Francia, en buena medida debido al escritor Pierre Corneille, autor de una obra teatral sobre el héroe, de gran éxito popular. Así que cuando las tropas de Napoleón llegaron a Burgos, los franceses sabían bien quién era y dónde descansaba Rodrigo de Vivar. El 10 de noviembre de 1808 se libró la batalla de Gamonal; el ejército francés, al mando del general Lasalle, desbarató la defensa hispana y asoló la ciudad. Las tropas se dedicaron al saqueo de casas, conventos e iglesias. Al día siguiente llegó Napoleón a la ciudad. Tomó las banderas arrebatadas al ejército derrotado y se las envió al Cuerpo Legislativo francés como testimonio del esfuerzo realizado por el ejército galo.

El saqueo llegó a Cardeña, abandonado por los monjes benedictinos. Los soldados se llevaron todo lo que de valor encontraron en el monasterio, abrieron los sepulcros del Cid y de Jimena en busca de joyas, causando daños en la efigie del héroe de la cubierta del sepulcro.

Conocemos lo que ocurrió por el relato de Pierre Durand, adjunto al intendente del ejército francés, hombre experto en bienes culturales. En su primera visita a Cardeña se llevó trozos de los cráneos de Rodrigo y Jimena. “Las tumbas del Cid y de Jimena no son respetadas por los guerreros franceses ni defendidas por los hijos de España”, escribió de aquellos días su esposa.

Días después llegó a Burgos una comisión del Cuerpo Legislativo para agradecer a Napoleón el envío de las banderas y felicitarlo por sus éxitos bélicos. Componían esta comisión el príncipe de Salm, Stanislas de Girardin y Lamardelle. Aquí encontraron a Dominique Vivant-Denon, director del Museo Napoleón, precursor del Louvre, en cuya compañía visitaron Cardeña el 16 de diciembre. Todos ellos recogieron restos del Cid y de Jimena, se los repartieron, documentaron el expolio y se lo llevaron a Francia.

De la sepultura del Cid extrajeron el hueso de mandíbula inferior con sus dientes; un fragmento del cráneo del lado de la oreja y otro que formaba parte del occiput, además de otros pedazos de cráneo. Del sepulcro de Jimena tomaron el esternón y los dos fémures y muchos trozos de la caja casi reducidos a polvo.

Salm se llevó el hueso de la mandíbula menos un diente y el pedazo de cráneo del sitio de la oreja con otras parte del mismo, el esternón de Jimena, uno de sus fémures y los fragmentos de la caja. A Demardelle le correspondieron la parte del occiput del Cid y el segundo fémur de Jimena. El fémur se lo regaló luego a Girardín y permanece desaparecido. El occiput se lo regaló a un amigo. Desde 1968 se conserva en la Real Academia de Española, adonde llegó por mediación de Camilo José Cela. Menéndez Pidal, experto cidiano, pudo verlo y besarlo devotamente en su último cumpleaños. El acta de autenticidad está escrita sobre el mismo hueso: “Hueso del cráneo de Rodrigo, cogido en su tumba en la Cartuja cerca de Burgos, en presencia del príncipe Salm Dick, el conde Stanislas de Girardin, el barón Delardelle, miembros del cuerpo Legislativo, el barón Denon, director general del museo, y el barón Desgenetes, médico jefe del ejército de España. Regalado al Señor de Labensky por el firmante barón Delamardelle”.

Denon se llevó un trozo del cráneo de Rodrigo y otro del fémur de Jimena, que más tarde entregó al Conde de Metternich, embajador del emperador de Austria. Las reliquias acabarían en el castillo de Kynzvart, en la República Checa, donde fueron descubiertas en 2006.

Denon volvió a Burgos en diciembre de 1808 con el propósito de llevarse algunos cuadros de los conventos suprimidos con destino al museo de París. Le acompañaba el pintor Benjamin Zix, quien pintó una acuarela que tituló “Vivant-Denon devolviendo los huesos del Cid a su tumba”. No hubo tal.

Denon guardaba en su domicilio un relicario con “fragmentos de hueso del Cid y de Jimena, encontrados en su sepultura en Burgos” y de muchos otros personajes célebres, como Abelardo y Eloísa, Inés de Castro, Molière o Lafontaine. Además de los que un siglo después se hallaron en la República Checa.

A ellos hay que añadir otro expoliador: Antoine Denniée, intendente general del ejército francés, quien recogió los cráneos de Rodrigo y Jimena, los llevó a Francia y se los regaló al ministro de la Guerra.

Más aún, en enero de 1809, el conde de Tournon visitó la tumba del Cid orando ante ella. Su ayudante, Comptour, creyendo que se trataba de un santo, tomó una vértebra y un metacarpo y se las llevó como reliquias. Al llegar a Francia quiso devolvérselas a su superior pero Tournon mandó devolverlas al sepulcro. En febrero murió Tournon y Comptour se llevó las reliquias a su casa, en Charlieu, conservándolas en una urna de cristal. En 1962 la prensa española descubrió la historia y el Ayuntamiento de Burgos acordó reclamar los restos, sin que se hicieran más gestiones.

En 1882, los restos sustraídos por Salm fueron descubiertos por el periodista y arqueólogo Francisco Turbino en el castillo alemán de Sigmaringen, dentro de una arqueta y debidamente identificados. El príncipe Hohenzollern, propietario del castillo, accedió a devolverlos, levantándose acta de la entrega, depositada en el Archivo municipal de Burgos. Turbino publicó su aventura en los periódicos La Ilustración Española y Les Matinées Españoles. De la noticia se hizo eco la prensa internacional. Es creencia que el mariscal Soult se llevó los cabellos del Cid sin que se levantara acta del robo.

En 1809 Napoleón constató el espanto causado por sus tropas en Burgos y nombró al general Thiébault gobernador de Castilla la Vieja para poner orden entre tanto desafuero. Una de las primeras medidas adoptadas por el gobernador fue que manos francesas reconstruyeran la tumba del Cid y de Jimena que había sido destruida por dragones franceses.

Él mismo fue al monasterio, acompañado de las autoridades civiles de la provincia y del monje benedictino que quedaba en el convento, recogió los huesos esparcidos y los guardó en un lienzo, asegurándose de que nadie los tocara. Thiébault construyó un monumento en el paseo del Espolón donde instaló los huesos recogidos en Cardeña. Con una sola excepción: le dio algunos huesos a Denon, que se lo había pedido para regalárselos a la princesa polaca Izabela Czartoryska, dueña de un museo en su palacio de Pulawy.

El monumento cidiano permaneció en el centro de un jardincillo habilitado en el paseo del Espolón, entre los puentes de Santa María y San Pablo desde 1809 hasta 1826, cuando, a petición del abad de Cardeña, se deshizo el monumento y se exhumaron los restos para retornarlos al monasterio.

Sorprendentemente, en el sepulcro se hallaron dos esqueletos íntegros de un hombre y una mujer, “faltando algunos huesecillos del carpo, metacarpo, tarso, metatarso, algunas falanges de los dedos”, según certifica el acta, firmada por el cirujano titular y otros testigos. Cipriano López, el cirujano, aprovechó para llevarse un radio del Cid. En 1934, un nieto del general Ros de Olano, a quien se había regalado la reliquia, devolvió el hueso al Ayuntamiento de Burgos. Actualmente permanece en el Arco de Santa María.

En 1835, tras la desamortización de los bienes eclesiásticos, el monasterio de Cardeña volvió a quedar vacío. Para evitar un nuevo expolio de los restos cidianos en 1842 se acordó trasladarlos al Ayuntamiento, certificando que se trataba los mismos restos reconocidos en 1826.

En 1867 el Ayuntamiento burgalés rechazó la petición de trasladar estos restos a la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid, donde se pretendía hacer un panteón de Hombres Ilustres.

La custodia municipal no fue todo lo estricta que cabía esperar. El escritor Edmundo de Amicis, relata su propia experiencia, entre otras más, durante su paso en 1871: “Estos -dijo la portera- son los huesos del Cid; y estos los de Ximena, su mujer. Tomé en la mano una canilla del uno y una costilla de la otra, los contemple, los palpé y revolví de mil modos; pero no consiguiendo rehacer la fisionamía del marido ni de la esposa, vine a dejarlos donde estaban”.

En 1897, el coadjutor de la iglesia de San Cosme y San Damián devolvió al Ayuntamiento unos huesos de Rodrigo y de Jimena que le habían sido entregados bajo secreto de confesión.

Finalmente, lo que quedara de los huesos recogidos por Thièbault, los que guardaron Salm y el príncipe de Hohenzollern fueron inhumados en la misma catedral, en la perpendicular de su magnífico cimborrio, en una ceremonia solemne a la que asistieron los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Sobre una lápida de mármol rojo se fijaron las letras de la inscripción redactada por Menéndez Pidal:

RODERICUS DIDACI CAMPIDOCTOR

MXCIX ANNO VALENTIAE MOSTUUS

A TODOS ALCANÇA GIBDRA

POR EL QUE EN BUEN ORA NACIO

EXIMINA UXOR EIUS

DIDACI COMITIS OVETENSIS FILIA

REGALI GENERE NATA

¿Qué hay, entonces, en la tumba oficial de Rodrigo y Jimena, en el monasterio de Cardeña?

En 1889, durante la estancia de los frailes escolapios en Cardeña realizaron una excavación en el claustro de los Mártires, encontrando una caja que contenía varios huesos, acompañados de un pergamino firmado por personalidades notables, haciendo constar que en 1808 los habían extraído de los sepulcros del Cid y de Jimena, profanados por las tropas francesas, para ocultarlos en evitación de ulteriores saqueos. Los restos y la arqueta que los contenía fueron introducidos en el panteón que existía en el monasterio.

Como todo lo que se refiere al Cid está rodeado de bruma no se sabe si estos huesos fueron recogidos antes o después de la visita de los comisionados franceses, es decir, si los monjes recogieron el contenido del sepulcro o lo que quedaba esparcido después del saqueo de los parlamentarios. Lo que resulta incuestionable es que no puede haber dos esqueletos de un mismo difunto así que o bien en la catedral o bien en Cardeña se guardan los huesos de alguien que no era ni Rodrigo ni Jimena. Lo cual, si bien se mira, tampoco importa demasiado.

Tampoco hay constancia de que en vida Rodrigo de Vivar hubiera pisado el monasterio a pesar de loo cual el Cid ha invadido totalmente el espacio físico y la tradición monacal de Cardeña. Realmente, importa poco hasta dónde llega el personaje histórico y dónde empieza el héroe legendario o dónde repose el polvo de sus restos. Como escribió el general Thipebault, que lo trató con respeto, “ya sea el Cid un personaje histórico o fabuloso, ocupa en la memoria de los hombres un lugar que no sería mayor con la prueba de sus existencia, igual que las pruebas de lo contrario no podrían hacer que fuese menor”.

Hemos conocido la peripecia vivida por los restos del Cid y Jimena siguiendo la extraordinaria investigación y el magnífico relato de Ana Fernández y Leyre Barriocanal, madre e hija, recogido en su libro Los huesos del Cid y Jimena, que se lee como una novela de misterio.

Antes de volver al camino echamos una última mirada a Cardeña recordando a Federico García Lorca, rendido también a la leyenda cuando escribió desde aquí: “El sol pone transparencias de aguas verdes sobre el prado en el que parlotean doña Sol y doña Elvira”.

Fuentes: Los huesos del Cid y Jimena. Expolios y destierros. Leyre Barriocanal Fernández y Ana Fernández Beobide. Diputación de Burgos, 2013

Fotos: ©Valvar

Una respuesta a «»

  1. Mery, un artículo genial, buenísimo!

    Qué manía con no dejar los restos de los muertos en paz, una costumbre muy extendida cuando se trata de grandes personajes históricos y muy execrable, según mi opinión.

    En fin, lo que nos cuentas no hace más que recordarnos aquel infame comportamiento de las tropas invasora de Napoleón, durante una guerra aún más infame, dado que por los actos de familia de los Borbones españoles la mayoría del ejército español estaba en Polonia combatiendo a las órdenes del ejército francés. Una guerra donde al menos pusimos 800.000 muertos españoles, que se dice pronto teniendo en cuenta que la población española no era muy grande. Una guerra donde tanto franceses, primero, como ingleses, después, saquearon y expo liaron tantísimo patrimonio cultural. Que no nos han devuelto, salvo pocas excepciones. Y no recuerdo que aquí nadie haya exigido ni a Francia, ni a Inglaterra, que pidan perdón a España y devuelvan lo expoliado…

    Un placer leerte, y las fotos muy ilustrativas. Un abrazo, Esperanza.

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