Llegar a la jubilación, como todas las cosas, tiene una parte buena y otra buena tambien, pero con algún riesgo. La buena es que eres dueño de tu tiempo, te levantas y tienes todo el día para ti, puedes hacer lo que quieras y eso raramente te ha pasado en los 65 años anteriores. La parte buena también es que eres mayor, bastante mayor, tirando a vejete, y eso tiene algunos riesgos, el mayor de todos es que te dé el parasiempre y se fastidien todos los planes.
A nosotros nos llegó la jubilación en plenas facultades -loados sean todos los dioses- por lo que nos dedicamos con fruición a cultivar nuestras aficiones, cada uno la suya. El Colega, economista y gestor en su etapa productiva, tiene dotes artísticas y se puso a dibujar, pintar y escribir. Yo, periodista, hice lo único que sé hacer: escribir. Escribir de lo que quiera.
Aparte de nuestras aficiones privativas a ambos nos gusta viajar, la fotografía y el arte románico. Así es que hemos aprovechado todas las ocasiones que nos han surgido para ponernos en carretera, camino de cualquier iglesia, grande o pequeña. No hay ejemplar que nos parezca lo bastante lejos para desanimarnos el viaje. Y una vez en el lugar, no hay canecillo, capitel o inscripción que no sometamos al pacífico disparo de nuestra cámara.
El resultado son tropecientas gigas de fotos de las que nuestras herederas -Pubilla incluida- pasan olímpicamente y un puñado de anécdotas y vivencias recogidas por los caminos. Nos disponemos a hablar de estas y mostrar algunas de aquellas.