Las Bardenas Reales

A la hora de programar un viaje las razones que nos impulsan son tan variopintas como los viajes. A las Bardenas fuimos porque el Colega había estado en unas maniobras militares durante la mili, de las que guardaba dos recuerdos: la figura de un sargento chusquero borrachín y peleón y un paisaje impresionante. Para mí, que no he hecho la mili, era un territorio ignoto. Un día tenemos que ir, repetía él cuando pasábamos cerca, es un paisaje espectacular.

Como siempre que preparamos una salida, busqué información y me enteré de que las Bardenas Reales es un Parque Natural y Reserva de la Biosfera, que está en el sureste de la Comunidad Foral de Navarra, lindando con la Comunidad Autónoma de Aragón, en el centro de la depresión del Valle del Ebro y que ocupa una superficie de 41.845 hectáreas, con altitudes que oscilan entre los 280 y los 659 metros sobre el nivel del mar.

Las imágenes de su web son, efectivamente, espectaculares. ¿De dónde han surgido esas formaciones?, te preguntas. La explicación más directa es que esto que tienes ante ti son materiales del Terciario y del Cuaternario, que se fueron depositando en una cubeta limitada por las Cordilleras Ibérica y Costero-Catalana y los Pirineos, hasta que entre el Mioceno inferior -unos 20 millones de años atrás- y el Mioceno superior -unos 10 millones de años- se abre la cuenca por el Mediterráneo, se forma el río Ebro y comienza la erosión de los materiales que se habían sedimentado. En resumen, estamos ante el resultado del trabajo del tiempo y como al tiempo nadie le pide cuentas, a veces le da por sacar su vena artística y te monta un paisaje que te deja pasmado. Este es uno de los casos.

A poco de jubilarnos nos encaminamos a las Bardenas con intención de seguir viaje hacia Zaragoza. Mediaba el mes de septiembre y había salido un sol radiante, sin una nube. Entramos por el acceso de Arguedas, con el propósito de seguir la pista perimetral de 25 kilómetros que nos conduciría a los cabezos, la formación que identifica la zona. Por supuesto, siguiendo las indicaciones y procurando no dañar la flora ni la fauna del lugar, que incluye caracoles, cangrejos, insectos variados y arácnidos, peces, anfibios, reptiles, mamíferos y aves. No es un port aventura del pasado, es un territorio con una cabaña ganadera de ovino, caprino y vacuno. En honor a la verdad, en nuestra visita no encontramos ningún ejemplar de ninguna de las especies. Seguramente porque íbamos ciegos a descubrir las caprichosas formas cinceladas por el tiempo.

Las Bardenas Reales no defraudan. La sensación es que avanzas por un paisaje entre prehistórico y lunar, impresión subrayada por el hecho de que no encontráramos a nadie en nuestro camino.

Cuando ya habíamos recorrido un buen trecho y nos encontrábamos en mitad de la nada, el Colega se puso lírico. Para ser un par de jubilatas aún nos queda espíritu arriesgado, porque esto no deja de ser una pequeña aventura, comentó. Hombre, ir en un coche con aire acondicionado, conectado al mundo por el móvil y con GPS no parece mucha aventura, se me ocurrió responder. Al poco se oyó un plof seguido de pfffff. Hemos pinchado, dijo él. En efecto, la llanta besaba aquella tierra que tanto nos había gustado. ¿Qué hacemos? Llama al seguro, que para eso lo pagamos a todo riesgo. ¿Dónde digo que estamos?, pregunté. Mira las coordenadas del GPS.

Y ahí nos dimos cuenta de que, dondequiera que nos halláramos, no había cobertura. El colega, que, sin estar emparentado con Camilo José Cela, es de natural mal hablado, empezó a jurar contra la mitad del Olimpo. A mí me dio la risa. Resultó que era la primera vez que le pasaba un percance de este tipo y, aunque el coche tenía más de diez años, la rueda de repuesto estaba bajo el maletero tal como salió de fábrica.

Muévete a ver si encuentras conexión, insistía el Colega, entre denuesto y denuesto. No hubo forma, estábamos absolutamente incomunicados. Así que no le quedó más alternativa que cambiar la rueda por sí mismo, pues yo en esa materia soy una inutilidad. Mientras él sudaba la gota gorda yo le animaba filosofando acerca de las virtudes del espíritu aventurero. Pero cuando consiguió instalar la rueda nueva, subimos de nuevo al coche y se acabó la aventura. Ahora mismo nos vamos a comer unas pochas a Tudela, dijo.

Así fue como descubrimos el Restaurante Iruña de Tudela y sus maravillosas verduras. El Colega pidió pochas con perdiz y riñones al jerez, yo una menestra. Que los aventureros necesitan alimentar el cuerpo, además del espíritu.

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