Villavega de Aguilar

A media tarde de este caluroso verano de 2022, aprovechando la apertura de monumentos, llegamos a Villavega de Aguilar, en el término de Aguilar de Campóo, provincia de Palencia. Es un pueblo pequeño pero de aspecto pulcro y buenas casas de piedra, alguna con escudo. A la entrada encontramos una pequeña ermita dedicada a la Virgen del Amparo, pero su tesoro es la iglesia de San Juan Bautista, levantada a caballo de los siglos XII y XIII, con añadidos posteriores de una sacristía, el atrio y el baptisterio. Fue propiedad del Monasterio de Santa María la Real por donación del Conde Osorio y su mujer, Teresa Fernandez, en 1141. Se cree que en su construcción -con sillares de cantería- intervinieron las cuadrillas del entorno del Maestro de Piasca, que también trabajaron en Gama o Pozancos. Es Monumento Histórico Artístico desde 1993.

Tan pronto como el Colega aparca el coche aparece Begoña, dispuesta a abrirnos la puerta y mostrarnos su iglesia por dentro y por fuera. Observa que los contrafuertes apean los arcos fajones del interior y que todo el alero está decorado con modillones geométricos y unos pocos con figuras humanas y animales. El ábside se divide en tres paños mediante columnas geminadas rematadas con animales y una escena de cacería de osos. Una de ellas remata con una gran cabeza que parece querer comerse la columna (lo que se interpreta como la amenaza que suponen las herejías para la iglesia). Este glutón es uno de los detalles que vinculan la iglesia de Villavega con Rebolledo de la Torre y el entorno del Maestro de Piasca. Entre los canecillos del muro norte destacan un lector y un ave con una serpiente enroscada al cuello. El testero remata en una espadaña, maciza en su cuerpo inferior, en el intermedio se abren dos vanos en los que se instalan las campanas, el más elevado se remata a piñón; el conjunto da sensación de solidez a pesar de algunas resquebrajaduras que también se repiten en los contrafuertes añadidos al ábside.

Para acceder al interior hay que traspasar la hermosa portada abierta al sur, con cinco sencillas arquivoltas, las dos primeras adornadas con dientes de sierras, animales, vegetales y figuras humanas, mutilada en la parte superior al añadírsele el atrio en una de las reformas antes citadas.

Estamos ante una pequeña iglesia, mejor conservada de lo que permite intuir su exterior, de una sola nave con bóveda de cañón, dividida en cuatro tramos, el presbiterio se separa de la nave con un arco triunfal decorado con dientes de sierra, apoyado en dos pares de columnas rematadas en interesantes capiteles, en el lado del Evangelio dos grifos afrontados y una figura humana, en el de la Epístola, la lucha de dos caballeros con sus cotas de malla ante una dama hierática que parece representar un juicio de Dios. La cabecera está cubierta con bóveda de horno apuntada.

La pila bautismal es una sólida pieza de piedra arenisca y dos cuerpos; el inferior es un troncocónico invertido sin decoración; el superior es de forma cilíndrica, aderezada con flores cuadrifolias inscritas en círculos, “todo alrededor de la pila, no como la de Cillamayor, que solo está tallada la mitad”, puntualiza Begoña.

En la iglesia se rinde culto a la Virgen del Amparo -procedente quizá de la ermita-, que se nos muestra con el Niño en brazos, obra de los siglos XVII o XVIII. Las caras de la Virgen y el Niño son de marfil y fue traída de Filipinas por una religiosa, nos aclara Begoña. En el muro sur una pequeña talla del santo titular, de los siglos XV o XVI.

Recorriendo la imaginería del templo identificamos una imagen San Lorenzo. Es una talla de madera que luce esplendorosa, como recién acabada, de no ser porque le falta la mano derecha, en la izquierda porta un libro. La propia Begoña nos cuenta la historia de este pobre santo, que gozaba de la devoción de los feligreses hasta que en la guerra civil cuando entraron las tropas republicanas, le cortaron la mano y lo abandonaron en el campo. Al acabar la guerra, los feligreses compraron una efigie de escayola lo más parecida posible al santo desaparecido, esto es, con sayo rojo, al que le añadieron las inevitables parrillas. Cuando los devotos se habían acostumbrado a la presencia del nuevo San Lorenzo unos vecinos hallaron en el campo al titular maltratado, lo recogieron y, considerando su lamentable estado, lo guardaron en una casa del pueblo.

Mas, en los años noventa del pasado siglo, cuando se realizaron obras de restauración de la iglesia, alguien se acordó del maltrecho San Lorenzo, lo recuperaron de su retiro y los expertos decidieron que valía la pena restaurarlo. Cuando lo devolvieron a su iglesia una vez restaurado los vecinos lo recibieron con suspicacia, aquel no era su santo. Desconfiaban de la nueva imagen: despojada del sayo rojo, que no era sino una mano de pintura, recuperados sus colores originales y los dorados de pan de oro, aparecía refulgente. A este San Lorenzo le costó volver a hacerse con la parroquia, pero ahí sigue, en una hornacina, manco de la derecha. La imagen suplente descansa en la sacristía; privado de la parrilla, parece un santo del montón.

Agradecemos a Begoña su amabilidad y conocimiento. En el camino de vuelta voy imaginando los diálogos que mantendrán ambos San Lorenzo, el titular y el suplente, cuando la iglesia cierra sus puertas, los vecinos se recogen en sus casas y los visitantes volvemos a las nuestras.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: