Guimaraes

Tras la grata expriencia de Chaves seguimos camino a Guimaraes retomando la autovía que dejamos el día anterior. Nada que ver con las viejas carreteras que conocimos años atrás ni con las que describe Julio Llamazares en su libro sobre Tras os Montes. La modernización de Portugal es más que evidente.

Guimaraes es una población originada a partir del castillo mandado construir por Vimara Pérez, vasallo del rey Alfonso III, quien fue el impulsor de la repoblación de su reino. Del fundador tomará el nombre original de Vimaraes y el gentilicio de vimaranenses de sus habitantes -raramente guimaranenses-.

Empero, fue la condesa Muniadona Díaz quien vino a darle vidilla al lugar construyendo un monasterio en un terreno suyo, que luego se convirtió en colegiata, un escalón superior. A los nobles y monarcas debió gustarles el sitio pues empezaron a colmar de privilegios a la fundación de doña Muniadona, como consecuencia de lo cual el camino que unía el castillo y el monasterio, la Rua de Santa María, se convirtió en la calle principal de la población. Sigue siendo un apacible paseo. El conde don Henrique concedió a la ciudad el primer fuero nacional, hacia 1096.

A partir de ahí Guimaraes fue extendiéndose hacia abajo de manera que es fácil distinguir en ella sus estratos históricos: el castillo fundacional en lo alto, la ciudad medieval en la ladera y la ciudad moderna en el ensanche del valle. Nosotros optamos por empezar el reconocimiento de arriba a abajo, como los repobladores.

El castillo es una mole imponente, la primera impresión es que se trata de una insurgencia pétrea. La torre del Homenaje, de 28 metros de altura, data del siglo X y es la parte más antigua, está rodeada de siete torres cuadradas del siglo XV. En un lienzo de la muralla una placa recuerda los vínculos linguísticos luso-galaicos con frases de Pessoa y Castelao. Un cetrero con varios alcones ambientan el interior del castillo.

Muy cerca del castillo se conserva la pequeña iglesia románica de San Miguel, obra del siglo XII, en cuyo interior se conserva la pila bautismal en la que, según la tradición, fue bautizado Alfonso Henríquez, el primer rey portugués.

Enseguida se divisa el palacio de los duques de Braganza, obra del primer duque, en el siglo XVI. Su silueta y sus 39 chimeneas recuerdan a los palacios centroeuropeos. Rehabilitado como residencia presidencial en la etapa salazarista, guarda tapices, alfombras y mobiliario portugués. Actualmente está abierto al turismo.

Por el camino que dejó trazado doña Muniadona descendemos al centro histórico. La Rua de Santa María está plagada de pequeñas y exquisitas tiendas, flanqueada de hermosos edificios, entre los que se distingue el convento de Santa Clara, hoy ayuntamiento, hasta desembocar en la Plaza de Santiago y el Largo de Oliveira.

En la Plaza de Santiago, amplia, irregular y colorista, con sus casas antiguas, sus balconadas de madera y sus muchas terrazas, se siente el latir de Guimaraes. Comunica con Largo de Oliveira por unos arcos que sustentan una vieja casona de piedra del siglo XVI, que fue Palacio del Concejo.

La iglesia de Oliveira que se levanta a un costado y da nombre al lugar, ocupa el espacio del monasterio fundado por la condesa Muniadona. El rey Juan I mandó construir la iglesia en el siglo XIV para agradecer a la Virgen su protección en la batalla de Aljubarrota, ganado por los portugueses a los castellanos. Pasamos por alto la parcialidad y el favoritismo de la Virgen y admiramos la torre cuadrada de tres niveles, obra ya del siglo XVI.

Nos llama la atención un edículo gótico, el Padrao del Salado, del siglo XIV, que conmemora la Batalla del Salado donde los benimerines musulmanes fueron derrotados pos las tropas cristianas de Castilla, Aragón y Portugal. El crucero es donación de un comerciante local.

Deambulando por la ciudad llegamos a un cruce de avenidas: a la izquierda, la de Alberto Sampaio -artista que tiene aquí museo propio- de frente, el Largo de la República de Brasil, bulevar ajardinado que conduce a la iglesia de San Gualter, con fachada neobarroca del siglo XVIII y esbeltas torres del XIX, y a la derecha, la Alameda de San Dámaso, que conduce a la ciudad moderna. Cerca de San Gualter tomamos un teleférico que nos lleva al santuario de la Peña, desde el que se divisa la ciudad que se reclama cuna de la nación portuguesa, Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 2001.

Para descansar del paseo nos sentamos en uno de los cafés a la sombra de la iglesia de Oliveira sin percatarnos de que un equipo de televisión está rodando en la mesa contigua. El ruido que hacemos con las sillas interrumpe la grabación. Pedimos disculpas pero nos responden: La culpa es mía por invadir su espacio. Todavía sufrirán varias interrupciones, sin que nadie del equipo pierda la sonrisa. Nos queda la sensación de que hemos perdido más de lo que creíamos con la secesión del reino portugués. Dejamos Guimaraes con el recuerdo de la omnipresente doña Muniadona, un poco hechizados por el encanto y la belleza de esta ciudad y el deseo de volver.

Hemos vuelto nueve años después, en enero del 2023. En esta ocasión hemos entrado por Verín y a partir de Chaves, hemos seguido por la autovía que conduce a Guimaraes. Nada tiene que ver el paisaje que encontramos con el del viaje anterior, menos aún con el que describió Llamazares. Portugal es un país moderno, modernísimo en muchos aspectos, con una impecable red viaria.

Nos dirigimos a Braga pero hemos querido hacer una parada sentimental en esta ciudad de la que guardamos tan buen recuerdo. Sigue tan hermosa como la recordamos. Nos sentamos en la misma plaza y en el mismo bar que antaño, confortados por un sol inusualmente cálido, junto al Padrao del Salado.

Al irnos olvidamos colgada en la silla una cartera con la cámara pequeña de fotos. Volvemos al percatarnos y encontramos al camarero hablando por el móvil, con la cartera en la mano. Le contamos nuestro olvido y nos dice que estaba llamando al cliente que creía dueño de la bolsa. Disculpen por no haberme dado cuenta de que era suya, nos dice. Lástima que la cortesía no sea contagiosa.

Fotos: ©Valvar

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