En España no es fácil encontrar abierta prácticamente ninguna iglesia rural salvo que en el lugar resida algún alma generosa que guarde las llaves y se preste a enseñar el que suele ser el tesoro del pueblo. Solo en algunas comarcas existen programas estables que ofrecen un horario de apertura, con apoyo de las administraciones públicas. Es el caso del Valle del Boí y del Valle de Arán, que nosotros conozcamos. Seguramente hay alguno más pero no podemos dar fe.




A Yermo, en Cantabria, hemos ido tres veces y no hemos logrado que nos abriera la puerta la persona que guarda la llave. En la primera ocasión, nos dijo que para evitar contagiarse del Covid -a pesar de la mascarilla-, en la segunda, que el obispo le tenía prohibido abrir, la última vez no la encontramos en casa. Dos veces hemos acudido a Puilampa y ambas la hemos encontrado cerrada. Siendo como es propiedad privada nos hemos encomendado a los dioses del capitalismo para hallar alguien que nos abriera, con tan poco éxito que solo hemos podido gozar del inmenso y sosegador paisaje en que se levanta.
En Castilla y León hay un programa estival de apertura de iglesias, muy reducido en el tiempo y en el número, pero menos es nada, que es lo que hay el resto del año. En agosto del 2022 nos dispusimos a hacer una visita a algunas de las iglesias incluidas en este programa en la montaña palentina.



Iniciamos el recorrido en Guardo, que conserva una pila bautismal en su iglesia parroquial de San Juan. Hemos partido de Burgos y llegamos con el tiempo justo de hacer unas fotos antes de empezar la misa, atentamente observados por las pocas personas que esperaban la salida del cura.

Desde Guardo retomamos la carretera CL-626 en dirección a Pisón de Castrejón, población cuyo principal patrimonio es la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del primer tercio del siglo XIII. A la derecha de una rotonda se descubre su airosa espadaña, con dos cuerpos, de dos huecos para las campanas el inferior y un hueco el superior. La caja adosada en el muro este es obra del siglo XVIII.




Allí encontramos a Chemari, que en esos momentos despide a un visitante. Llegamos atraídos por el friso de su portada -del siglo XIV, ya plenamente gótico- y nos encontramos varias sorpresas. Vaya por delante que solo el friso, en el que se aprecia la influencia de Carrión y Moarves, vale la pena el viaje. Se trata de un Cristo en majestad inscrito en mandorla y rodeado del Tetramorfos; en su mano izquierda sostiene la bola del mundo mientras bendice con la derecha. Flanquean el conjunto los doce apóstoles, apeados en peanas con decoración vegetal y protegidos por doseles. La portada es sencilla, consta de cinco arquivoltas apuntadas, con guardapolvos de rombos, con capiteles de ornamentación vegetal.






La nave tiene cinco tramos, con bóveda de medio cañón apuntado, con arcos fajones que apean en columnas adosadas a los muros laterales. En el arco triunfal se repite un guardapolvos de rombos como en la portada. En sus capiteles varias cabezas humanas miran a los visitantes con misteriosa sonrisa, en uno de ellos se tallaron flores hexapétalas incritas en círculos, en el otro los brazos de estas figuras asen al collar sogueado. El resto de capiteles muestran un Cristo crucificado acompañado de flores de lis, y símbolos solares y extrañas figuras, piñas y círculos con flores de seis pétalos. La mesa del altar, apoyada en columnas góticas, está decorada con abundante follaje y animales fantásticos.




Chemari nos enseña la sacristía con evidente orgullo. En uno de sus muros luce un panel escultórico coronado con una imagen de San Miguel y escoltado por los escudos de los Mendoza y los Velasco, que vincula la iglesia con el Condestable de Castilla.


La pila bautismal es románica de forma de cubeta con una cenefa vegetal que remata en una especie de lazo, como nos señala el guía. Antes de irnos, observa que las losas de la iglesia fueron losas sepulcrales, que pueden abrirse mediante una palanca, que nos muestra. Él es uno de los guías que colaboran con el obispado para mantener las iglesias abiertas mediante una pequeña compensación pero sin contrato. En algunos casos se cobra entrada -por lo general, un euro- en otros simplemente se admite un donativo para el templo.



Rodeamos pausadamente los muros de la iglesia, lo que nos permite descubrir los curiosos canecillos que ornan el ábside.
Traspeña de la Peña, que dista apenas tres kilómetros de Pisón, es una pedanía de Castrejón de la Peña, donde encontramos a Alba, una joven que se ofrece a hablarnos de la iglesia de la Transfiguración. Aceptamos el ofrecimiento encantados.





El muro sur parece levantado sobre el mismo modelo que el de Pisón y, según se cree, por el mismo taller, el de Alonso del Portillo. La iglesia es obra del siglo XIV y ya claramente gótica, excepto su espadaña. La portada, protegida por un pórtico posterior a la obra principal, consta de cinco arquivoltas apuntadas con ornamentación vegetal y algunos animales y cabezas humanas y un sencillo tímpano. Es notable que, siendo la obra plenamente gótica repita aún los motivos ornamentales propios del románicos: dragones, basiliscos o green men. En las enjutas de la portada se identifican los altorrelieves de la Virgen con el Niño y Santa Catalina.




Como en Pisón, destaca el friso que corona la portada, donde igualmente se repiten modelos románicos: en el centro, Cristo en majestad, aquí con un libro en la mano derecha y rodeado del Tetramorfos, flanqueado por los doce Apóstoles, seis a cada lado, que se distribuyen en parejas, separado por columnas. Todos ellos se muestran con barba, excepto San Juan. En el muro este del pórtico, se encuentra un relieve de la Anunciación.


El interior ha sido modificado a lo largo de los siglos pero conserva una pila bautismal, de transición entre el románico y el gótico. Una pieza troncocónica ornada por una cenefa con motivos florales.
La joven Alba y su pareja, que viven todo el año en Castrejón, se turnan como guías. Salimos tan admirados de hallar tamaña maravilla en una pedanía perdida en la montaña palentina que se nos olvida fotografiar su no menos magnífico crucero. Tendremos que volver en otra ocasión.