Verano de 2012. Acabábamos de jubilarnos, sopesábamos adónde viajar y enseguida nos decidimos por Praga. ¿Por qué Praga? La Compa estaba empeñada en conocer el escenario por donde desfilaron los tanques rusos en 1968, yo quería ir por el Moldava y por la Moldava, por Dvorak… y por Libusa. No hay mucha literatura sobre esta mujer, sino más bien mitología. Según la leyenda fue la hija menor de Krok, otro rey también mítico que solo tuvo hijas, que eligió a la pequeña como gobernadora y juez de su pueblo. A los hombres de la tribu no les gustó ser mandados por una mujer y la pidieron que eligiera marido para que los gobernara. Libusa se enamoró de Premyls, un campesino de la aldea de Stadice, con el que se casó. Libusa pronosticó la fundación de Praga allá por el siglo VIII. Fue la iniciadora de la dinastía premyslida que gobernó Bohemia, pero también fue una de esas mujeres fuertes que merecen tener un lugar en la Historia.

Mientras preparábamos el viaje leímos “Toda la belleza del mundo”, memorias del poeta y periodista checo Jaroslav Seifert (Premio Nobel de Literatura 1984), donde asegura que Praga da la bienvenida a todos aquellos que llegan con amor en el corazón. Con este ánimo permanecimos entre el 2 y el 10 de junio en una ciudad limpia, cuidada y hermosa, que nos regaló una estancia inolvidable.



Nos alojamos en el Barceló Old Town que, como su nombre indicaba, estaba junto a la famosa Torre Vieja, la puerta gótica medieval. Llegamos a mediodía y lo primero que hicimos fue buscar un sitio donde comer. Encontramos mesa en un restaurante junto a la Torre Vieja, que resultó ser el restaurante del Ayuntamiento viejo, un famoso establecimiento modernista conservado con primor. Un pianista acompañaba con su música mientras comíamos. Allí descubrimos un licor digestivo típico checo, el Borovicka, hecho con enebro y coñac de ciruela. Empezábamos bien.



Praga es una ciudad antigua y moderna a la vez. Nos sorprendió lo bien conservada que estaba, luego supimos que ese lavado de cara alcanzaba a la capital y poco más, lo que visitaba el turismo, que empezaba a ser la principal industria del país. Igualmente, era sorprendente lo poco que quedaba de la etapa soviética. El banco nacional era de los pocos restos de la época rusa.



Callejear por Praga era como hacerlo por un museo al aire libre, allí donde miraras había un edificio singular, una escultura, una placa conmemorativa.



La ciudad vieja lucía esplendorosa, como un pequeño París. Cierto es que íbamos predispuestos, pero es difícil no enamorarse de la ciudad, cuyo casco histórico es Patrimonio de la Humanidad.




Por la plaza de la ciudad vieja pasa la vida toda de Praga. Muy cerca se encuentra el Reloj Astronómico, testigo de la Europa medieval. Cuando la esfera señala la hora exacta, la calavera situada a la derecha hace sonar una campanilla recordando que el tiempo de la vida es breve. Las otras figuras que flanquean el reloj: la vanidad, la lujuria, la avaricia, señalan las tentaciones del mundo mientras por las ventanas situadas inmediatamente encima de la esfera desfilan los doce apóstoles. Finalmente, el gallo dorado que culmina la escena aletea y canta la llegada del nuevo día poniendo una nota de esperanza.



El tiempo pasa, en efecto, pero la vida se renueva. Desde lo alto de la torre un músico, vestido a la manera de los guardianes medievales, tocaba una melodía con la trompeta. Subimos en ascendor a la torre, desde la que se ve la ciudad entera.



Junto a la torre del Reloj está la sala de bodas del ayuntamiento. Los novios se fotografían luego al pie de la torre. Y, a veces, coinciden con las manifestaciones que también pasan indefectiblemente por este lugar. Nosotros coincidimos con una procesión de hare krishnas.

El puente de Carlos une la ciudad vieja con el barrio de Mala Strana y es el lugar más transitado y animado de Praga, había muchos puestos de artesanía y pintura, también músicos tocando sus instrumentos. Los dos accesos están protegidos por sendas torres.




Sobre las balaustradas se levantan numerosas esculturas dedicadas a los santos vinculados a Praga, entre las que destaca una cruz del siglo XVII, que fue costeada por un judío para expiar una blasfemia. Una tradición dice que trae buena suerte pasar la mano por un relieve que recuerda un milagro de San Juan Nepomuceno, tradición con la que cumplimos.




El barrio de Mala Strana es el más antiguo de la ciudad, se extiende sobre la colina del castillo. Sus viejos edificios estaban ocupados por las legaciones diplomáticas. También se encontraban aquí los restaurantes, bares y cafés más típicos. Una tarde nos sentamos en una terraza bajo el puente a tomar una cerveza y nos cayó el diluvio universal. Volvimos al hotel totalmente empapados. Fue una experiencia divertida porque hacía buena temperatura. En Mala Strana se encuentra también la iglesia de la Victoria, que guarda al Niño Jesús de Praga.

El castillo es el núcleo en torno al que se construyó la ciudad de Praga. Su entorno está rodeado de hermosas leyendas y tradiciones, relatadas por Jaroslav Seifer, que hacen referencia a la torre de la Pólvora, al foso del ciervo y al Callejón de Oro, con sus casas enanas, en una de las cuales vivió Kafka y el propio Seifer.




La catedral de San Vito, el Palacio Real, el Callejón de Oro, son algunos de los atractivos de esta zona. Las obras de la catedral de San Vito se han prolongado durante seis siglos. Se puso su primera piedra en 1344 y se dio por concluida en 1929. Del gótico original sólo conserva el transepto y los arbotantes, el resto es un neogótico bastante bien incardinado en el conjunto. En ella fueron coronados los reyes de Bohemia y están enterrados algunos de ellos, sus obispos y arzobispos. Me pareció curioso que siendo de culto católico en todo tiempo haya sido de propiedad estatal.



San Vito es un conjunto de elementos dispares en ejecución y en tiempo, hasta el punto de que tiene capiteles con personajes actuales… ¡con americana y corbata! No pudimos sustraernos a dar unas vueltas por el antiguo castillo y las calles de los antiguos gremios. Nos gustó la sucesión de pequeñas casas del Callejón de Oro. Y naturalmente, posamos frente a la número 22, donde vivió Kafka, nombre que es una de las referencias obligadas de Praga.


El Palacio Real era la sede del gobierno. La calle real parecía de andar por casa, nada raro, porque en ella se levantaban las casas y cantinas utilizadas por el personal del fuerte.








El barrio judío de Praga es un permanente contraste porque en él perviven restos del primitivo gueto y el nuevo barrio, construido sobre aquél a partir del siglo XIX. El resultado es un barrio totalmente parisino, de edificios modernistas y tiendas de marcas de lujo. Las sinagogas se habían convertido en museos hebraicos, vigilados por aguerridas jubiladas que obligaban a los hombres a cubrirse la cabeza con la kipá.
El cementerio judío sobrecoge. A mi me pareció un campo de concentración para muertos, y da fe de los sobresaltos y las estrecheces que tuvo que pasar este pueblo desde la Edad Media, sea en el gueto de Venecia o en el Toledo del siglo XIV, por no hablar de los Matthaussen que en el mundo han sido.







En el cementerio judío se puede ver la tumba del rabino Low, el creador del Golem.


Las aguas del río Moldava -que parecen arrastrar el eco musical de Smetana- atraviesan la ciudad y, cuando se desbordan, ocasionan grandes destrozos. En sus orillas se alzan edificios señoriales testigos de un pasado esplendoroso, junto a construcciones vanguardistas como la Casa Danzante, también conocida como Ginger y Fred, diseñada por los arquitectos Vlado Milunic y Frank Gehry.



Barcos turísticos recorren el tramo urbano del río mediante exclusas que permiten salvar las presas existentes en esta zona.


Sobre una colina, al final de la calle Parizska, se levanta un gran metrónomo que, según supimos, había sustituido al enorme monumento en honor de Stalin, que los praguenses habían volado en 1962. Cuentan que se eligió un metrónomo porque en este lugar, con el Moldava a la vista y Praga a sus pies, Mozart exclamó: “Me gusta esta ciudad, tiene ritmo”.


Es imposible no coincidir con Mozart. Praga tiene ritmo y una música que se expande por todos sus rincones. Dvorack y Smetana son sus dioses. Saludamos a ambos, como buenos visitantes.





Era difícil resistirse a tantas sugestiones como ofrece Praga. La iglesia de San Nicolás, además de ser sala de conciertos, tiene una lámpara preciosa. El museo de cristal y porcelana esconde obras de arte primorosas. El Teatro Negro de la calle Karlova, dicen que el más antiguo, estaba lleno de españoles. Se siente la magia del teatro de títeres. Naturalmente, compramos una marioneta, de las que los checos son auténticos artistas. El palacio de la ópera estaba en obras. A cambio, pudimos contemplar sin reparo la infinidad de portadas y fachadas artísticas de la ciudad.

En una placa de la plaza de la ciudad vieja leimos: «Aqui, en el salón de la Sra. Berta Fanta, Albert Einstein, profesor de la Universidad de Praga en 1911 a 1912, formulador de la teoría de la relatividad, ganador del Premio Novel, tocó el violín y se reunió con sus amigos, los famosos escritores Max Brob y Frank Kafka». Descubrimos también que la policía local estaba muy bien motorizada.

En un viaje tan grato e interesante solo tuvimos un sobresalto. Estábamos durmiendo plácidamente una siesta cuando sonó el teléfono en la habitación. Medio dormidos aún, solo acertábamos a comprender que nos estaban buscando y nos esperaban en una dirección. Finalmente, entendimos lo que había pasado. Esa mañana habíamos entrado en una joyería a comprar la inevitable sortija de granates, tan típica de Praga. Como es costumbre, el Colega pegó la hebra con quien nos atendía y, probablemente, le habló que nos alojábamos cerca de la Puerta Vieja. La joyera, muy amable, nos obsequió con una tarjeta de descuento para futuras visitas. Entre la cháchara y el obsequio el Colega había olvidado recoger su tarjeta de crédito. Cuando la joyera se percató del olvido nos buscó por los hoteles hasta dar con nosotros y nos esperaba para devolvernos la tarjeta.
He viajado con vosotros!! Qué detallazo la joyera.
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Maravillosa Praga. Me fascina y la conozco muy bien. Hay mucho que ver y hacer. Para mí, el paseo desde la Catedral de San Vito, Mala Estrana, puente Carlos hasta el Ayuntamiento viejo me parece uno de los recorridos más interesantes que se pueden hacer en el mundo (sí, en el mundo he dicho.) . Y un recorrido por la historia. Y añadido, ambiente, tiendas, cervecerías… una maravilla.
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Precioso Mery me encanta como lo narras¡¡. Un placer poder leer y disfrutar tus maravillosos Viajes.
Gracias Mery, Por culpa de una enfermedad Rara de mi Querido Marido Y Compañero de Vida nos impidió viajar fuera de España;
nuestros viajes fueron siempre por España. NO Lo tengo hace 8 Años 7 Meses Y 20 Dias, Siempre En Mi💗. 😗😍🙋🏼🙋🏼🌹🆚
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