Cada vez que oigo hablar de un meteorito que atraviesa el cielo me viene a la memoria la imagen de las Médulas. ¿Qué relación tiene una cosa con otra? Ocurrió hace años. Viajábamos de Galicia a Madrid una soleada mañana de enero con el propósito de hacer una parada en las Médulas, cuando por los espejos retrovisores vimos llegar una bola de fuego que pasó por encima de nuestro coche y fue a perderse en el horizonte. Nunca he visto un objeto volador incandescente de semejante tamaño. Aún no se nos había pasado el susto cuando la radio hablaba de un meteorito que había atravesado la Península Ibérica.
Al rato, llegamos al mirador de Orellán y paramos para reponernos del sobresalto. Entonces, como si la Naturaleza quisiera obsequiarnos con un hit parade de sus éxitos, fuimos testigos de un espectáculo grandioso. Unos metros por debajo del soleado mirador, ante nuestros ojos se extendía un inmenso y brillante mar de nubes, blancas y espesas como de algodón, entre las que emergían unos picos rojizos, igualmente brillantes al sol. Aquel espectáculo nos pareció más extraordinario que el meteorito de marras y dejó en nosotros un recuerdo como de algo irreal.
Cuando bajamos al lugar conocido como las Médulas, esas nubes tan maravillosas se habían convertido en una niebla igual de espesa, que no levantó en toda la mañana y nos impidió ver absolutamente nada. Decidimos, pues, que tendríamos que volver en otro momento.



Volvimos en los primeros días de noviembre de 2015, aprovechando el veranillo de San Martín. Partíamos de Madrid y hasta Ponferrada seguimos el trazado de la A-6, sin problema. En ese punto le encomendamos al GPS que nos buscara la mejor ruta y el aparato decidió ponerse creativo. El resultado fue un itinerario por caminos casi intransitables y que llegáramos a Orellán más tarde de lo previsto, cuando ya caía el sol y las siluetas formidables de las Médulas empezaban a convertirse en enormes fantasmas. Como la temperatura era muy agradable, hicimos la ruta entre el pueblo y el mirador -al que ya no se podía ir en coche-, disfrutamos de los olores y colores otoñales y dejamos las fotos para el día siguiente, con sol.





Las Médulas están en la comarca del Bierzo, a pocos kilómetros de Ponferrada y es lo más parecido a una maqueta gigante del Cañón del Colorado. Ese es el paisaje labrado por los romanos cuando idearon un mecanismo para extraer el oro oculto en estas tierras mediante la inyección del agua canalizada traída de los ríos Sil y Cabo -ruina montium-. Una mina de oro a cielo abierto para acuñar los áureos, moneda romana de unos 8 gramos. Un fracking en toda la regla, a la romana. La industria a gran escala duró mientras duró el imperio. Permanecen las heridas de la tierra, convertidas en surcos y pináculos de formas caprichosas, que parecen a punto de desmoronarse, pero que ahí están, entre bosques de robles y castaños. La zona fue declarada Bien de Interés Cultural en 1996, Patrimonio de la Humanidad en 1997 y Monumento Natural en 2002.


Orellán era ya un pueblo metalúrgico en el época romana. Nos alojamos en el hotel rural O Palleiro do Pe do Forno, donde nos brindaron un trato familiar: Isabel, la propietaria, preservó el calor de la chimenea, se interesó por nuestros gustos para cenar y para desayunar al día siguiente, nos ofreció mermeladas artesanales, y nos regaló unas manzanas recién cogidas cuyo olor permaneció en nuestra casa varios días. Nos mimó, en fin.

Desde la balconada de nuestra habitación vimos amanecer en el valle, en el silencio solo interrumpido por el ladrido de algún perro y el canto de los gallos, mientras asomaban unas nubes dispersas.



Siguiendo su costumbre, el Colega pegó la hebra con Isabel, interesándose por la peculiaridad de la techumbre de madera y pizarra de las casas bercianas, mientras yo echaba un ojo a las noticias de aquellos días: las encuestas del CIS, la elaboración de las listas electorales, la ruptura de Cataluña con España. Un teatrillo de aficionados, visto desde la paz medulal.





La dicha duró lo justo. El día se fue oscureciendo, nos llovió a ratos, al tiempo que una capa de niebla se adueñaba de Orellón y se extendía por la comarca. Así y todo, decidimos recorrer las Médulas. Ocultas sus peculiares formas geológicas, hallamos un parque temático, con sus tiendas de recuerdos, restaurantes y remedos de tabernas romanas, muchos de ellos cerrados. Obligados a dejar el coche o el autobús en las zonas de aparcamiento, los visitantes invadíamos las calles.





Bajo una lluvia fina recorrimos de nuevo la ruta entre el Mirador y Orellán, con el propósito de visitar las galerías excavadas por los romanos. Comprobamos desde el balcón-mirador que la niebla ocultaba el valle. Los jóvenes que atendían los accesos a las galerías subterráneas nos aseguraron que es raro que llueva y haga niebla a la vez. Llegamos a la conclusión de que las Médulas se empeñaban en obsequiarnos con un despliegue de sus facultades y poderío.

Volvimos con el GPS apagado. Sin ayuda tecnológica, paramos en Carucedo, para ver el lago formado por los desagües de las galerías que abrieron los romanos. Tomamos la N-536 y luego la A-6.
A ver si sale el sol y volvemos.
