Si usted decide visitar Covarrubias, un pueblo con aire medieval a orillas del Arlanza, y por una de esas afortunadas casualidades toma la carretera que va a Hortigüela, habrá de atravesar un par de puentes sobre el río, antes de abordar la cotarra de San Pelayo; al pasar esa misma curva se topará con unas ruinas, de las que abundan por Castilla.

Si no va avisado, puede que le sorprenda la magnitud, para ser unos simples aunque nobles restos románicos. Aunque quizá haya oído algo sobre este monasterio, y de ser así no le sorprenderá que muestre sus costillares, como cerdo de diciembre destripado sobre la banca.


La Compa y yo hicimos la ruta un sábado de noviembre, soleado y sin frío, lo que en Burgos peca de raro. Salimos a tomar imágenes de dos árboles singulares en Tordueles y Puentedura. En lo alto del cerro, sobre las bodegas deTordueles, permanece firme y recio un soberbio enebro que habrá sido testigo de unas cuantas risas y alguna que otra borrachera. Se le conoce como el Enebro de M porque esa es la letra que en un tiempo indeterminado un pastor grabó en su tronco. Parece alimentarse del olor del vino, ya que no de los pichones que tienen palomar, y de buena factura de piedra, a dos pasos.


El otro árbol está al lado de la carretera de Tordueles a Puentedura, y es una hermosa y redonda encina, conocida como de David o del Concejo.



Pues como era una hora apropiada, nos dio por ir a Covarrubias y seguir a San Pedro de Arlanza. Y, como decía, al coronar la cuesta donde ahora duerme lo poco que queda de la ermita de San Pelayo aparece el desmembrado monasterio.

El lugar se presta para relatos en los que se mezcla leyenda e historia. El emplazamiento, ya de por sí algo mágico, tiene reminiscencias pelágicas o noéticas, y en efecto hubo un monje Pelayo que forma parte de la leyenda de Fernán González, y una ermita del mismo nombre al parecer situada junto a las márgenes del río o donde hoy quedan los restos de una pobre construcción medieval en la cúspide del risco, y un eremitorio.
En fin, parece que San Pedro fue fundado por el primer conde de Castilla, recibido de sus padres los condes de Lara, de donde proviene la relación de Arlanza y Santa María de Lara, en Quintanilla de las Viñas, todavía en pie la cabecera. Pero tampoco es del todo cierto. Quizá el monasterio fuera obra del conde de Lantarón, Gonzalo Téllez, y se mezclan verdades y falsificaciones, como aseguran Escalona y otros medievalistas.
Admitamos que el monasterio llamado cuna de Castilla fuera fundado en 912 por Fernán González, el Buen Conde; que en 1081 los maestros Guillermo y su padre Osten iniciaran las obras de la nueva construcción románica rehaciendo la cabecera y los muros prerrománicos existentes. Lo cierto es que la obra es de dimensiones muy superiores a lo normal, y que sus ruinas sobrecogen a todo visitante, sepa o no sepa de su historia.



Lo cierto es que el claustro románico desapareció hace siglos, que tras la marcha de los benedictinos luego de la desamortización, se perdieron capiteles y frescos, unos en Cataluña y otros en Nueva York.
¿Y lo incierto? Pues si el caballero templario y el diablo jugaron aquí una partida de ajedrez o de tres en raya; que el fantasma de la doncella blanca se aparece en todo caso en la torre de doña Urraca de Covarrubias. Lo cierto, si bien a medias, es el vínculo de Arlanza con Baralanica, otro fantasma que hubo en los siglos IX y X aguas abajo, junto a los todavía llamados molinos de Valeránica, cerca de Tordómar; cierto que el monje Florencio fue el amanuense redactor de los documentos de Fernán González y singular autor de la Biblia de Oña.
Es cierto que Urraca (hubo tantas en esos siglos que se llamaron así, al parecer sobrenombre de María) fue hija de Garci Fernández y nieta de Fernán González, y primera y poderosa abadesa de Covarrubias, para quien se creó el Infantado del mismo nombre, y que se interesó por el monasterio en ciernes de San Pedro; cierto que todo su poder no impidió, o más bien propició, que muriera asesinada. Cierto que la Christi ancilla, como firmaba, tenía posesiones en todo el reino, hasta en las salinas de Añana, entonces tierra de Lantarón.
Pero volvamos a San Pedro de Arlanza y a un pasado mucho más reciente para hablar de un intruso; cierta familia trajo desde tierras de Cádiz un pinsapo (sí, como los de Grazalema) que se ha hecho al lugar y ya es residente del claustro y ocupante desde el sótano, restos románicos, hasta el ático.



Y si el viajero se queda viéndolo un rato, quizá vea a otro de los ocupantes ya hechos al lugar: un hermoso trepador que va subiendo y bajando por el tronco. La amable funcionaria de la Junta me dijo que una pareja de esos pajarillos vive prácticamente allí. Ahora que ya no quedan frailes, árboles y animales no salen de San Pedro de Arlanza, a su vez rodeado por las antiguas y queridas sabinas del valle.
Y a propósito, traigo estos versos olvidadados dedicados muchos años ha A San Pedro de Arlanza
A los hermosos valles del Arlanza / se asoma San Palayo, vieja ermita / del monasterio por el que recita / su prolongado verso de alabanza. / En las alas del buitre, el aire lanza / su prosa securlar. El río habita / por las cuevas monásticas; su cita / frailuna se perdió en oscura danza. / San Pedro: soledad, ermita, viento, / agua, tiempo. Desde las piedras rectas / resulge aquel cabal conocimiento / de las sabias, monacales sectas / que esculpieron libros. Por un momento / todas las cosas parecen perfectas.

👏👏👏
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¡Un viaje virtual sencillamente maravilloso!
¡Gracias!🍒
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