Fin de año en Aveiro

Ya hemos hablado de nuestro entusiasmo portugués. Al país vecino hemos viajado en cualquier época del año, pero, revisando fotos, caemos en la cuenta de que allí hemos empezado varios años. En 2013, además, también lo acabamos.

Elegimos el destino a última hora, tras recibir una carta de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid en la que me citaba el 7 de enero “para confirmación de diagnóstico”, de la mamografía que me había hecho unos días antes. Mi interpretación del mensaje fue que me habían detectado un cáncer y querían asegurarse.

Poniéndome en lo peor, pero tratando de aprovechar el tiempo, propuse al Colega celebrar la Nochevieja en algún sitio bonito, en plan amor y lujo, por si fuera la última. Elegimos Aveiro, en el centro de Portugal. El Colega había estado muchos años antes, de aquel viaje recordaba las playas kilométricas, los grupos familiares protegidos por lonas de las acometidas del viento, las mujeres vestidas de negro y los jóvenes de Cruz Roja peleándose con el mar ayudados de un neumático a modo de salvavidas. Siempre repetía que teníamos que ir juntos para revisar aquella experiencia. Esa era la ocasión.

Visitar en invierno un lugar de veraneo tiene al menos dos ventajas: no hay problemas de alojamiento y no hay aglomeraciones. Como contrapartida, a veces llueve o hace frío, pero siempre que llueve escampa y, entretanto, se puede encontrar refugio en las iglesias y museos. Reservamos en el mismo hotel en el que se había alojado el Colega -el Alfonso V- y nos dispusimos a disfrutar de la hospitalidad portuguesa.

Con la emoción del viaje habíamos olvidado que desde la visita del Colega habían trascurrido casi cuarenta años y que lo que entonces era un hotel moderno ahora había quedado algo anticuado ante los de apertura más reciente. Aparte de otras consideraciones, éramos los únicos huéspedes. El restaurante, donde él recordaba haber comido buenos pescados, estaba cerrado. Ya podíamos olvidarnos de la cena de Nochevieja de amor y lujo que nos habíamos prometido.

Aveiro era una ciudad pequeña, 80.000 habitantes contando las fregresías o parroquias. Pequeña, pero con personalidad. Atravesada por canales en los que antaño se transportaba la preciada sal extraída de sus salinas, es conocida como la Venecia portuguesa. El municipio se extiende hasta la costa atlántica, situada a unos pocos kilómetros del centro de la ciudad, en un atractivo centro de vacaciones estivales. Nos pareció una ciudad bonita, que nos regaló ratos de lluvia y días de sol. En los días nublados aprovechamos para ver su catedral y su museo, que ocupa un antiguo convento del siglo XV, donde residió la princesa Joana, tenida por santa, hija del rey Alfonso V (aquel que se casó con Juana, llamada la Beltraneja). El Museo ofrece una buena colección de estatuaria religiosa. El Colega tiene una habilidad especial para descubrir las rarezas de los museos -cartelas equivocadas y cosas así-, allí descubrió un insecto grande detrás de un cuadro. Entre él y el personal de la sala montaron un espectáculo hasta que convencieron al bicho de la conveniencia de salir por la ventana.

Los días de sol paseamos en moliceiro -el barco tradicional utilizado para el transporte de sal, ahora dedicado a transportar turistas-, visitamos las salinas y los humedales, donde invernan miles de aves, y una antigua fábrica de cerámica y admiramos sus preciosos edificios art nouveau.

Nos llamó la atención un cartel en su estadio deportivo que define bien a los portugueses: Educar en primer lugar. En Beira Mar, la zona de veraneo, fotografiamos el faro y en Costa Nova, sus casas de colores.

Aún nos dio tiempo a visitar su cementerio y saludar a los personajes inmortalizados en las abundantes esculturas que pueblan sus calles.

La arteria comercial por excelencia es la Avenida del Dr. Lourenço Peixinho, que acaba en la estación de ferrocarril, edificio tan bonito que nos sentamos enfrente solo a mirar. Rodeados de pastelerías, entramos en la cafetería Tricana, donde probamos los ovo moles, la exquisitez local: yemas envueltas en una fina oblea, y donde nos atendieron como si fuéramos de la casa.

Descartado, al menos por aquellos días, el restaurante del hotel Alfonso V, en Aveiro encontramos una buena oferta gastronómica en el Mercado de Pescado, un edificio de hierro que en los bajos desempeña la función que le da nombre y en el piso superior acoge un restaurante homónimo con una carta excelente. En las dos ocasiones que estuvimos nos dejamos aconsejar y comimos unos buenos pescados al horno, una excelente cataplana de anguilas y unas inolvidables anguilas fritas. En Beira do Mar comimos bien en torno al Faro.

El 31 de diciembre a la hora de la cena nos acogimos a la hospitalidad del Hotel Moliceiro, con una nutrida asistencia local; no habíamos reservado, pero nos sirvieron un pica pica, tan despistados debieron vernos. En la Nochevieja portuguesa las uvas se sustituyen por pasas, con cada pasa/campanada se pide un deseo. Luego, la gente sale a la calle a ver los fuegos artificiales. Pedimos una botella de champán rosado y, entre las campanadas españolas -que vimos en la televisión, por amabilidad de nuestros anfitriones- y las portuguesas, dimos fin a la botella. Los vecinos de las mesas próximas se acercaron a brindar con nosotros y a desearnos feliz año, nosotros hicimos lo propio. Sin conocer a nadie, nos sentimos acompañados. No alcanzamos a ver los fuegos artificiales, entre brindis y saludos, cuando salimos a la calle habían terminado. Parece que aquel año fueron más breves por causa de la crisis.

Volvimos al hotel cantando por lo bajines Grandola vila morena, después de haber disfrutado «en cada esquina un amigo». Saludamos a la Salinera en piedra, que nos vio pasar contentos por el puente.

El 7 de enero acudí a mi cita. Al parecer, la primera mamografía no estaba clara y habían optado por repetir la toma. Me alegré por la noticia y lamenté la privatización del servicio, también me quedó la duda de cuántas mamografías se repetían cada año, que acababan cobrándose por partida doble con el beneplácito de la Comunidad de Madrid. Pero esa ya es otra historia.

No hemos vuelto a Aveiro y bien que me gustaría.

Fotos: ©Valvar

2 respuestas a «Fin de año en Aveiro»

  1. Estamos viendo el correo y nos parece un lugar muy bello, merece una o dos visitas. Aveiro es muy romántico, esas calles con esas bellísimas fachadas, Esos lugares religiosos con tanto arte, esas fantásticas tallas , el Museo debe de ser una joyita.
    Estáis cada día más jóvenes y vitales, que buena receta lleváis.
    Muchas gracias por permitir compartir virtualmente vuestro inolvidable viaje.
    ¡Abrazos redonditos!

    Le gusta a 1 persona

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