Nos dirigíamos a Puebla de Sanabria cuando el Colega se percató de que el coche andaba justo de combustible. Entramos un momento en Verín, echo gasolina y seguimos, propuso. Mientras tú repostas yo voy a darle la vara a Roberto Verino para que haga ropa de la talla 46 y recupere a la cliente que ha perdido, bromeé yo.
Pero el dios de los viajeros, sea el griego Hermes o el nórdico Odin, tenía otros planes para nosotros. En el camino a la gasolinera descubrimos un castillo en lo alto del montículo que domina la ciudad. Un indicador señala que se trata del castillo de Monterrey y allá que nos vamos. Aún no nos hemos repuesto de la sorpresa ni del encantamiento.
Llegamos a los pies del castillo y aparcamos junto a una pequeña construcción de piedra que ofrece información sobre el lugar. Nos atienden dos personas a cual más amable. Ella nos indica que en un rato abrirá la iglesia para que podamos verla. No cabe duda de que los dioses nos acompañan en este viaje.



Según parece, esta fortaleza que ahora pisamos, defendida por tres murallas, antes estuvo ocupado por el Castro de Baronceli, que aparece documentalmente en el siglo X como propiedad del poderoso monasterio de Celanova. En el siglo XIII Sancho IV impulsó la construcción de una serie de castillos para proteger las tierras del sur de Galicia. Así es como surgiría la fortaleza de Monterrey, sobre los cimientos y el recuerdo de Baronceli. La nobleza, el clero y hasta los portugueses se disputaron su posesión, hasta que Juan II se lo concedió a Diego López de Zúñiga. Juan de Zúñida, su hijo, era vizconde de Monterrey pero fue la reina Juana I de Castilla quien concedió al nieto, Sancho Sánchez de Ulloa, el título de primer conde de Monterrey.


Con estos antecedentes, tomados del folleto que nos han dado en la oficina de turismo y de san Google bendito, subimos la empinada cuesta que conduce a la puerta del Sol. Esta es la entrada meridional, a través de la que se accede a la segunda línea de muralla. Sobre la puerta, el escudo de armas de los condes de Monterrey advierte de en qué territorio nos adentramos. Justo enfrente de esa puerta se levanta el Hospital de la Trinidad, obra del siglo XIV recientemente restaurada, es la construcción más importante de este recinto. Una inscripción en su fachada recuerda que fue levantado en 1429 para atender a las personas necesitadas y a los peregrinos del Camino de Santiago.



Conserva una buena portada, algo adelantada del muro, de arco apuntado y tres arquivoltas apeadas en otras tantas columnas. En el tímpano, un Cristo en Majestad rodeado del Tetramorfos bendice con su mano derecha. A ambos lados del tímpano una representación de la Anunciación.




Al primer recinto se accede por un arco de piedra de medio punto abierto en la muralla, orientada al este. Sobre ella, el escudo de los condes de Monterrey; a sus lados, los restos de los torreones cilíndricos que flanqueaban la entrada. Este primer recinto estaba ocupado por el Castillo propiamente dicho, del que se conserva la torre del Homenaje, la de las Damas y el patio de armas, al que se accede directamente. En él se encuentra un aljibe de 14 metros de profundidad, que en tiempos de sequía se utilizó como cárcel. A la izquierda de la entrada se alza la torre del Homenaje o torre Nueva, construida en 1482, por el primer conde de Monterrey, Sancho Sánchez de Ulloa. Es una construcción imponente de 22,5 metros de altura y 12 de lado, con muros de 3,5 metros de ancho, indicativo de la importancia del castillo y de sus propietarios, pues no todos los castillos tenían torre del Homenaje. Una escalera permite acceder al interior, que es de cuatro alturas, y a la terraza, rodeada de torreones circulares.




A la derecha del patio se levanta la torre de las Damas, de 19 metros de altura y planta cuadrangular, pudo ser la primitiva torre defensiva del castillo, luego integrada en el palacio de los Condes.





Este se levantó entre los siglos XVI y XVII, en estilo renacentista, de planta cuadrangular, con logias en su fachada este -de dos pisos- y sur -de tres pisos, en razón del desnivel del terreno-. En sus enjutas se repiten los escudos de los linajes propietarios. La fachada oeste forma parte de la muralla defensiva. Su interior alberga el Parador de Turismo.


No nos hemos soprepuesto de la sorpresa cuando aparece Lucía, la guía. Antes de abrir la puerta de la iglesia, dedicada a Santa María de Gracia, nos avisa del pequeño foso que se abre junto a la verja de acceso para impedir la entrada de los animales en el templo.

Estamos ante una construcción del siglo XIII merced a un privilegio que el rey Alfonso X concedió al monasterio de Celanova, de transición del románico al gótico, ampliada en los dos siglos siguientes. El interior es de una sola nave con cubierta de madera y ábside rectangular con bóveda de crucería. Es muy hermoso su arco triunfal, con arquivoltas de medio punto.




En el muro sur se abre la capilla de los Condes, también cubierta con bóveda de crucería. Para nuestro gusto, este espacio es el más interesante de la iglesia. En el muro sur conserva un Cristo crucificado de talla muy simple, probablemente de la época constructiva inicial. Sobre él cuelga un Calvario gótico de buena factura. Adosado al muro este un retablo policromado de piedra de principios del XIV, con escenas de la Pasión, presidido en el centro por un Cristo coronado. En los muros de la misma capilla hay una talla en piedra de la Virgen embarazada y ángeles, también con restos de policromía. En el muro norte de esta capilla una puerta comunicaba con el palacio de los Condes, hueco ahora cubierto por un sencillo retablo.







La portada, que mira al patio de armas, es de tipo románico, con arco apuntado orlado por tres arquivoltas decoradas con figuras geométricas las dos exteriores y la interior con una fila de ángeles. Las arquivoltas interiores apean en capitales con formas vegetales, la exterior se apoya sobre jambas con relieves de un león y una arpía. En el tímpano, un Cristo rodeado de un buey, un ave que picotea a otro animal y un Agnus Dei, en lo que se interpreta como una peculiar versión del tetramorfos. Puede que al maestro le faltaran referentes o que se pusiera creativo, pues realmente no hay espacio de esta puerta que no aprovechara para dejar muestra de su inspiración.

A un lado y otro de la portada, sendos arcosolios decorados también con formas geométricas, que sirvieron de enterramientos.













A lo largo de los muros de la iglesia una amplia colección de canecillos geométricos y figurados, entre los que destacan cabezas de animales, una pareja mostrando sus genitales -demostración quizá del poder del linaje de la familia protectora- y un hombre defecando. Algunos de ellos están sepultados por un denso ramaje que, aparte de ocultarlos, amenaza su integridad.

Destaca también la ventana que se abre en el muro absidial. La fachada oeste corresponde a la reforma del siglo XVII, tiempo en que se levantó la torre.

Un tercer recinto amurallado, algo más distante, acogía el colegio de los Jesuitas y el convento de San Francisco, transformado actualmente en Parador.




La fortaleza era el corazón de la villa de Monterrey, que llegó a alcanzar enorme importancia histórica, cultural y económica no solo en la comarca sino en toda Galicia. Las guerras entre España y Portugal en el siglo XVII la revalorizaron, se modernizaron sus defensas, pero a finales del XVIII empezó su decadencia, la desamortización vino a darle la puntilla.






En 1931 fue declarado Monumento Nacional pero sería a finales del siglo XX cuando se tomaron medidas para recuperar el espacio donde se escribieron algunas páginas notables de nuestra historia.
En este lugar por el que ahora paseamos solos se asentaron tres órdenes religiosas: franciscanos, jesuitas y mercedarios; existió uno de los pocos cementerios judíos documentados en Galicia; a finales del siglo XV aquí se instaló la primera imprenta en tierra gallega, donde en 1494 se imprimió el Misal Auriense, del que solo quedan dos ejemplares, uno en pergamino en la catedral de Orense y otro en papel en la Biblioteca Nacional; en el siglo XVI se escribió el “soneto de Monterrei”, una muestra de literatura gallega.)
En 1506, cuando Juana y Felipe llegaban para ser jurados como reyes de Castilla, aquí se entrevistaron Felipe el Hermoso y el cardenal Cisneros, en representación de Fernando el Católico, maquinando la forma de apartar del poder a la auténtica reina, Juana I. Durante la guerra de la Independencia fue cuartel general del Ejército de Galicia pero el mariscal Soult acabó tomando la fortaleza. Desde 2015 el palacio de Monterrey acoge un parador de Turismo.
Es difícil sustraerse a la fascinación de semejante lugar, a la belleza de sus piedras un poco maltrechas, a la evocación de su azarosa historia. Nos vamos con la promesa firme de que hemos de volver.

Fotos: © Valvar