Abadía de Fontevraud

Escogimos visitar Fontevraud para celebrar mis 75 años, cuarto y mitad de siglo. Aparte del interés histórico y artístico del lugar, queríamos rendir homenaje a Leonor de Aquitania, seguramente la mujer más inteligente y poderosa de su tiempo, madre de Leonor Plantagenet, reina de Castilla, promotora del monasterio de las Huelgas y del (mal llamado) Hospital del Rey de Burgos. Quien había sido reina de Francia y de Inglaterra pasó aquí sus últimos años y en este lugar quiso ser enterrada.

Partiendo de Burgos, organizamos un recorrido por tierras francesas con primera estancia en el hotel dentro de la propia abadía. Dudamos si recorrer los 774 kilómetros que nos separaban de nuestro destino en una sola jornada o hacer noche en algún punto intermedio del camino. El Colega dijo que esa distancia era una minucia para él y optamos por madrugar un poco y hacer varias paradas. Aún brillaba el sol cuando atravesábamos la muralla de la antigua abadía y parábamos el coche en el aparcamiento del hotel. Casi simultáneamente acudía un pequeño vehículo eléctrico a recoger nuestro equipaje mientras nosotros recorríamos a pie la distancia entre el aparcamiento y el hotel.

El hotel ocupa el que fue priorato de San Lázaro, uno de los viejos cenobios de Fontevraud. “Situado en el corazón de la Abadía Real de Fontevraud, las 54 habitaciones del Hotel Fontevraud están proyectadas y dispuestas para preservar la atmósfera histórica priorizando el confort y la sobriedad”, habíamos leído en su web y comprobamos que era verdad. Lo primero que me llamó la atención fue el olor que emanaba de todas las dependencias, es el mismo olor del jabón que fabrican en el mismo hotel. Enseguida estábamos dispuestos a recorrer el recinto que tanto nos había interesado. “Alojarse en el Hotel Fontevraud es vivir en el seno de la mayor ciudad monástica de Europa”, habíamos leído. Empezábamos a entender lo que significaba ciudad monástica.

La abadía, fundada en 1101 por el monje Robert d’Arbrissel, se extendía sobre trece hectáreas en el corazón del Valle del Loire, tuvo su momento de esplendor bajo la protección de los Plantagenet, especialmente de Leonor -aquí Aliénor- de Aquitania. Fontevraud fue una fundación peculiar. Para empezar, fue un monasterio dúplice -conventos de monjes y monjas- pero dirigido por una abadesa. El declive de los Plantagenet afectó también a Fontevraud, a mediados del siglo XV algunos de los conventos estaban abandonados. Después de la guerra de los Cien Años la protección a la Abadía fue sustituida por la de los Borbones. Durante siete siglos acogió a muchos personajes de sangre real hasta que en 1792 la Revolución cerró todos los monasterios. Por entonces quedaban aún unas doscientas monjas y algunos prioratos de monjes.

En 1804 Napoleón transformó las instalaciones abaciales en una de las prisiones más duras de Francia. Durante la invasión nazi -entre 1940 y 1944- aquí fueron encerrados muchos miembros de la Resistencia francesa; 10 de ellos fueron fusilados, 14 murieron a consecuencia de malos tratos y cientos fueron deportados a campos de concentración, donde conocieron el horror de la barbarie nazi», reza una placa en uno de los edificios que fue cárcel. Permaneció como prisión hasta 1963, cuando fue cedida al Ministerio de Cultura.

En 1975 se convirtió en Centro Cultural de encuentro, manteniendo el sueño de Ciudad Ideal que animó a su fundador. Una amplia programación cultural, exposiciones y propuestas innovadoras reúnen a visitantes, artistas, residentes y congresistas, que viven su propia experiencia. Desde 2021 acoge también un Museo de Arte Moderno de cerca de un millar de obras. Declarado patrimonio mundial de la Unesco, Fontevraud es símbolo de cultura, del arte de vivir y del sentido de la hospitalidad.

La ciudad monástica se distribuía en edificios de funciones específicas: Santa María Magdalena servía para el retiro espiritual de las monjas, San Juan para los hombres, San Lázaro para los enfermos… Disponía de una cocina romana, extraña construcción en la que se ahumaban los pescados del Loire…

El complejo monástico de hoy consta de dos monasterios restantes de los cuatro originales. El priorato de San Lázaro, convertido en hotel, como ya se ha dicho, y el monasterio de Grand-Moûtier, el más importante, que alberga la iglesia abacial -con abundancia de ornamentación románica historiada, inusual en la Orden cisterciense-, la cocina románica y la capilla de San Benito del siglo XII, así como el claustro, los edificios conventuales, incluida la sala capitular, y enfermerías del siglo XVI.

Durante la etapa Borbón la sala capitular era el centro de la vida monacal, allí se pronunciaban las predicaciones, se decidía la admisión de novicios, se elegía a las abadesas y semanalmente se organizaba el “capítulo de culpas”, las monjas confesaban públicamente sus pecados, recibían latigazos y entonaban el mea culpa. Durante el periodo carcelario sirvió de depósito y de tribunal. Sus hermosas pinturas murales -muy restauradas- no pueden evitar que nos recorra un escalofrío al pensar lo que habrán visto y oído esas paredes.

Aparte de su función monástica, Fontevraud fue panteón real de la dinastía Plantagenet, que durante tres siglos reinó en Inglaterra. En la iglesia abacial ocupan lugares preferentes los sepulcros de Enrique II (muerto en 1189), de su hijo Ricardo Corazón de León (1199), de Leonor de Aquitania (1204) y de Isabel de Angulema (1246), que aquí residió en sus últimos años, esposa de Juan sin Tierra, que había sucedido a su hermano Ricardo en el trono de Inglaterra. Leonor quiso descansar con un libro en las manos, la suya un poco más elevada que el resto de sepulturas, como explicando su posición a las generaciones futuras.

Uno de los privilegios de los huéspedes del hotel es el de poder pasear libremente por el recinto amurallado a cualquier hora del día o de la noche. La iglesia permanece abierta hasta las 2 de la madrugada. En la semipenumbra de la tarde recorrimos el antiguo territorio abacial; también salimos del recinto para conocer el pueblo que lo acoge. Entre que los franceses se recogen pronto y que la mayoría de establecimientos estaban cerrados por la pandemia de covid, la impresión es que estábamos en una población abandonada. Contradicciones del siglo XXI: volvimos a nuestra abadía abriendo la puerta de la muralla con un mecanismo digital.

Madrugadora como soy, antes de amanecer ya estaba en pie a ver cómo el sol salía sobre la ciudad medieval. Decenas de rostros pétreos me miraban con una sonrisa secular. Un rato después se me unió el Colega. Confieso que pasear solos por los lugares donde vivieron y oraron miles de religiosos, donde sufrieron y fueron ejecutados o dejados morir de hambre cientos de presos o situarse frente a los sepulcros de los Plantagenet en la inmensidad de la iglesia es una de esas emociones que difícilmente se olvidan. Viajar es una manera de aprender sobre terreno.

Guardo en un cajón varias pastillas de jabón que compramos en el hotel y de vez en cuando meto la nariz para volver a Fontevraud, la ciudad ideal, un refugio evocador.

Fotos: ©Valvar

3 respuestas a «Abadía de Fontevraud»

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