A media tarde de un caluroso día de junio distinguimos la silueta de la basílica de Santa María Magdalena sobre la colina eterna de Vézelay, etapa de la llamada Vía Lemosina, uno de los cuatro caminos europeo que conducían a Santiago de Compostela.


Habíamos reservado alojamiento en el Hotel Les Glycines, situado en la calle de Saint Pierre a escasos 100 metros de la antigua abadía, que era nuestro objetivo. Desde el hotel nos habían informado del itinerario que debíamos seguir para llegar al alojamiento, con la advertencia de que el tráfico de coches por la ciudad está bastante limitado. Con eso y el preceptivo GPS llegamos sin problema a la plaza en la que se levanta la basílica. Descargamos el equipaje con intención de llevar el coche a la zona de aparcamiento, también junto a la iglesia. El GPS insistía en que estábamos junto al hotel pero los paletos (semi)reciclados que somos no lo veíamos porque el frondoso jardín de la fachada tapaba el nombre.

Sea porque nos vieron la pinta, sea porque la hospitalidad del hotel es de un nivel superior el caso es que nos dieron una habitación digna de nobles. Dimos las gracias y rápidamente salimos a descubrir “nuestro” Vézelay.

Íbamos prevenidos de que lo bueno de Santa Magdalena no es la fachada, obra neorrománica del siglo XIX, cuando Violet-le-Duc se puso a homogeneizar todo monumento que tocaba, así que lo echamos una rápida ojeada, subimos la escalinata y entramos directamente a ver el nártex de la fábrica del siglo XII. Ninguna de las muchas fotos que habíamos visto le hace justicia. Tener allí, al alcance de la mano, el Cristo en majestad del tímpano de la portada central nos dejó patidifusos.

Este suelo que pisamos es lugar de culto antiguo. Cerca de aquí, hacia el 858, Girard del Rosellón fundó una abadía femenina bajo la autoridad directa de Roma, fundación que duró poco. Un ataque normando acabó con ella en el 873. Años después se construyó una nueva iglesia en la cima de la colina, encomendada a una comunidad de monjes en la órbita de Cluny.




La abadía prosperó rápidamente, de manera que en 1104 se iniciaban las obras de una nueva iglesia, que fue devorada en un incendio la noche del 21 al 22 de julio de 1120, víspera de la fiesta de Santa Magdalena, causando 1.127 muertos y destruyendo el edificio. Rápidamente se construyó una nueva iglesia, consagrada en 1132. El nártex de la entrada se realizó entre 1140 y 1150. El presbiterio es también del siglo XII mientras que el ábside y la girola son del XIII, ya en estilo gótico. Ese fue el periodo de esplendor de Vézelay, convertida en una obra maestra de la arquitectura románica borgoñona.
Un factor decisivo en este esplendor es el hecho de que durante el siglo XI los monjes de Vézelay aseguraron haberse hecho con las reliquias de Santa Magdalena, que, según la tradición, había sido enterrada en Sainte-Baume, de donde desaparecieron durante una invasión musulmana. En 1058 el papa reconoció como auténticas las reliquias depositadas en Vézelay, lo que aumentó su interés como lugar de peregrinación. Aquí fue donde en 1146 San Bernardo predicó la segunda cruzada y aquí se encontraron en 1190 Ricardo Corazón de León y el rey francés Felipe Augusto para iniciar la tercera cruzada.
Acababa el siglo XIII -1279- cuando la autoridad eclesiástica vino a afirmar que las auténticas reliquias de Santa Magdalena no estaban aquí sino en Sainte-Boume (Provence), donde los dominicos acababan de fundar un nuevo convento. Como por entonces el culto a las reliquias movía a las masas como ahora el turismo, los visitantes a Vézelay decayeron y con ellos su riqueza. El 1567 la abadía se secularizó; dos años después fue saqueada por los hugonotes durante las Guerras de Religión. En 1790 quedó en simple iglesia parroquial. La Revolución dañó sus edificios y sus obras.


Hasta que en el siglo XIX apareció también por aquí Próspero Merimée, en su condición de Inspector general de Monumentos, y en 1840 encomendó al también omnipresente Eugène Violet-le-Duc la restauración del edificio original. En 1870 fue declarado Monumento Histórico, lo que garantizaba su conservación. En 1979 la basílica y la colina de Vézelay fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad. Actualmente, cuidan del conjunto monumental y del acogimiento a los peregrinos la Fraternidad Monástica de Jerusalén.

Cuando nos reponemos de la impresión entramos en la iglesia con tan buena fortuna que coincidimos con el oficio de vísperas cantado por las monjas y monjes de la abadía. Son unos momentos de una belleza imposible de describir.



La iglesia es de tres naves de diez tramos cada una, crucero y nártex a los pies. Los arcos fajones que refuerzan la bóveda y los formeros que separan las naves muestran dos tonos de color que evocan vagamente el interior de los edificios musulmanes. La impresión es de un espacio majestuoso, sus columnas se coronan con capiteles originales del siglo XII, a cual más hermoso. En estos capiteles y en la portada occidental que se abre en el nártex de Vézelay la escultura románica alcanzó niveles difíciles de superar.













La iconografía es extraordinaria, mezcla de escenas paganas con otras bíblicas: ahí están Adán y Eva, la muerte de Caín, Jacob, David en el foso de los leones, Judith y Holofernes, varios santos, y el bestiario habitual en el románico, todos ellos desarrollados con dominio e imaginación. Buscamos hasta hallarlo el capitel del Molino místico, símbolo de la unión del Viejo y el Nuevo Testamento: Moisés echa el grano de la vieja ley y San Pablo recoge la harina de la nueva.

El conjunto se encuentra en tan buen estado que dudamos si será la escultura original o una reconstrucción posterior. Para salir de dudas, el Colega coge por su cuenta a una religiosa que pasa por allí, quien le insiste que toda la iconografía es original pues la restauración del siglo XIX respetó los modelos encontrados.






Tal maestría se atribuye a un Maestro de Cluny que trabajó en Vézelay entre 1120 y 1135 o 1140, cuyo estilo se identifica en las proporciones de sus tallas, cuerpos pequeños, cabezas y extremidades grandes, rostros esquemáticos, ojos almendrados, ropaje con pliegues elegantes y efectistas.




La portada occidental representa la aparición de Cristo a los Apóstoles el día de Pentecostés. En el tímpano, Cristo Maiestas Domini en mandorla, bajo el que se agrupan los apóstoles, todos ellos en posiciones que dan impresión de dinamismo. En lo que asemeja sin serlo una primera arquivolta, una representación simbólica de los fieles. La arquivolta exterior al tímpano muestra en círculos los doce meses del año y los doce signos del zodíaco. Sobre el dintel aparecen los bienaventurados a la derecha de Cristo y los condenados al infierno a la izquierda.


Ya en el exterior, abunda la oferta cultural. En el antiguo dormitorio monacal se ha habilitado un museo con las piezas depositadas durante la restauración de Violet-le-Duc. En la Casa del Visitante se muestran el arte y las técnicas de construcción de la basílica. El Museo Zerbos ocupa la casa del escritor Romain Rolland, donde se puede contemplar una colección de arte moderno.




Urbanísticamente, la ciudad sigue el modelo del Camino de Santiago, una población que se extiende a lo largo de las calles de Saint Etienne y Saint Pierre flanqueadas por edificios nobles, hasta acabar en la basílica. A la caída de la tarde callejeamos casi solos, bordeamos la antigua abadía por el paseo de ronda, vemos sus murallas y las dos puertas fortificadas. Desde la elevación del jardín contemplamos abajo el valle del Cure y el Morvan, a nuestra espalda la cabecera de la iglesia. Este espacio ajardinado dispone de varios bancos en los sentarse a asimilar tanta belleza.
Después de descansar confortablemente, y a la mañana siguiente dar cuenta de un buen desayuno, nos despedimos con emoción de Vézelay, camino de Autun.
Fotos: ©Valvar

Un gustazo viajar con vosotros.
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