Autun está a 86 kilómetros de Vézelay, distancia que recorremos en hora y media, la mitad del tiempo con el Colega protestando por la manía que tienen los galos de poner obstáculos al paso de las ciudades, que obligan a los conductores a ir haciendo eses. Entre las carreteras y el cosechón de cereal los franceses le están dando el viaje.
Como no conduzco ni distingo las distintas variedades de cereal aprovecho para contemplar el Parque Natural de Morvan y los bosques que surten a Autun, famosa por su industria maderera, que da trabajo a medio millar de trabajadores empleados en las 130 empresas del sector.



Cuando por fin llegamos el Colega se olvida de los obstáculos en las carreteras y de la buena cosecha. Tras atravesar la muralla, encontramos sitio en un aparcamiento desde el que se ve la aguja gótica de la catedral. Vamos a lo que vamos, esto es, contemplar al fin la catedral de San Lázaro y, por mi parte, la Eva de Gislebertus.
Las murallas de Autun no son cualquier cosa. Sus seis kilómetros de longitud hablan del pasado galorromano de esta ciudad, cuna del emperador Augusto (27 a.C-14 d.C.) de quien tomó el nombre: Augustodunun. El emperador quiso hacer de su ciudad una demostración del poder romano para lo que la dotó de una gran muralla con cuatro puertas -de las que quedan dos, las de Saint-André y Arroux; el mayor teatro de la Galia, con capacidad para 20.000 personas; un anfiteatro; y un templo fuera de la muralla.


En el siglo VIII los cristianos de Autun levantaron una catedral en honor a Saint Nazaire, cerca de la actual, construcción que pronto se quedó pequeña para recibir a los muchos peregrinos que pasan por aquí camino de Santiago. Cuatro siglos despues, el obispo Etienne de Bagé decide construir una iglesia más grande que, además, recibirá las reliquias de Saint Lazare, anfitrión y amigo de Jesús. La nueva catedral se levantó entre 1120 y 1146. El sepulcro del santo patrón ocupaba el centro del coro como una iglesia dentro de la iglesia. Se destruyó en 1766, con la puerta lateral.

El tímpano de la puerta románica es obra de Gislebertus, maestro que había sido asistente del maestro de Cluny. Tenido como uno de los escultores franceses más importantes de la Edad Media, a la altura del Maestro de Cabestany o Gilabertus de Toulouse, aportó dinamismo a sus figuras, que se encuentran entre las más conmovedoras de la escultura románica.








El tímpano se inició en 1130 y representa el Juicio Final. En el centro, Cristo en Majestad en mandorla, que significa la Gloria, rodeado por cuatro ángeles. A la derecha de su Hijo, en la parte superior, la Virgen María; los apóstoles, santos. A la izquierda, la balanza que pesa el bien y el mal en la vida de los hombres cae del lado del bien a pesar del esfuerzo de los demonios para inclinar el plato. Sobre el dintel, los elegidos elevan sus ojos hacia Cristo. Los condenados, menos numerosos, arrastran la causa de su mal: la bolsa del avaro, el tonel del borracho… Como en Vézeley, la arquivolta superior muestra los signos del zodíaco y los trabajos de cada mes; la del centro se adorna con motivos vegetales y la interior es lisa. En el parteluz encontramos al santo patrono acompañado de dos figuras. A cada lado de la portada, tres columnas que rematan con capiteles historiados.

El maestro debió quedar satisfecho de su obra porque firmó en el centro mismo del tímparo: “Gislebertus hoc fecit” (en la foto, el interior del subrayado).






























La catedral se ha sometido a un proceso de renovación aún no concluido, razón por la que ha permanecido cerrada. La nave central se abrió en 2019 pero en nuestra visita -junio de 2022- permanecía cerrada la sala donde se encuentra el famoso capitel de los Tres Reyes Magos. Nos consolamos contemplando el magnífico despliegue de capiteles de la nave.

Cerca de la catedral se encuentra el Museo Rolin, donde se depositaron algunas de las esculturas procedentes de la desaparecida portada lateral de la catedral. Se trata de un museo pequeño pero interesante.

Allí se encuentra una escultura que por sí sola justifica la fama de su autor, Gislebertus. El cuidador de esa sala, un ciudadano portugués, nos explica con orgullo las características de esta Eva maravillosa y, de paso, corrige mi pronunciación de Autun. ¡Qué envidia, pasar el día en compañía de esta mujer extraordinaria!, le digo, y él asiente, complacido.


Con esta Eva Gislebertus rompió el discurso tradicional que atribuía -y atribuye -ay- a las mujeres todo lo malo que acontece a la humanidad, la tentación, el peligro, lo pecaminoso. El relato bíblico señala que por culpa de la primera mujer el hombre debe ganarse el pan con el sudor de su frente y la mujer debe parir con dolor, relato que el arte, en manos masculinas, ha venido reproduciendo desde sus albores hasta ayer mismo. El románico -o la interpretación que se hace de su iconografía- abunda en la misma interpretación: Eva aparece como cogida en falta, avergonzada y sumisa, con la famosa manzana en una mano, tapándose el sexo con la otra, mientras vemos a Adán la mano en la garganta, arrepentido de haber mordido el fruto prohibido que ella le ha ofrecido.

Nada que ver con esta Eva de Gislebertus, que ocupaba el dintel de la puerta norte del transepto, por donde los peregrinos entraban a la iglesia, acompañada por Adán y el santo patrón. Nuestra Eva sigue el canon en cuanto que apoya las rodillas en el suelo, en señal de penitencia. A partir de ahí, estamos ante una mujer desnuda, sensual, indiferente a la mirada ajena, que apoya el rostro en la mano derecha -y quizá le habla a Adán- mientras que con la izquierda coge una fruta -que aquí es una granada- con firmeza, como expresión de su voluntad libre. Entre el ramaje del ángulo superior derecho se distingue la mano del demonio. Todo en ella es hermoso, atractivo, moderno. Esta Eva de Autun representa a todas las mujeres que cogen su granada y deciden el tipo de vida que desean, adónde van, cómo y con quién hacen el camino.


Llegada la hora de comer, encontramos abundancia de oferta sin salirnos del área. El Colega, que tiene un olfato especial para reconocer dónde se come bien, elige La Catedral, un bistrôt junto al ábside de la iglesia. Él pide unos huevos meurette, cuyo recuerdo aún le emociona, y una ternera a la borgoñona. Yo tomo una ensalada de la casa y unos estupendos caracoles a la borgoñona, que para eso estamos en la Borgoña. De postre, una cassissine, un pastel relleno de licor de grosella cubierto de chocolate negro. Rematamos con un café, que está bueno. No me atrevo a preguntar si está hecho con la mezcla artesanal prescrita por Charles Maurice de Talleyrand, que fue obispo de Autun entre 1789 y 1791, para quien el café debe ser negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y dulce como el amor.


Hemos rematado la jornada en Autun tan contentos que nos hacemos el propósito de volver alguna vez a la ciudad. Para ver el capitel de los Tres Reyes Magos, justifica el Colega. Una buena razón.
Fotos: ©Valvar

Que belleza y que gusto ver el relato. Gracias!!
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