Clermont-Ferrand y Arcachon

Llegamos a Clermont-Ferrand en la penúltima etapa de nuestro jubileo del cuarto y mitad de siglo. Hemos escogido esta ciudad por la sola razón de estar a mitad de camino entre Autun y Arcachon, donde pensamos cerrar el viaje, sin pensar que podía tener algún encanto añadido. Errores a los que conduce la ignorancia.

El paisaje que nos encontramos ha cambiado notablemente, han desaparecido los grandes campos de cereal, ahora transitamos por el Macizo Central, en la región de Auvernia-Ródano-Alpes, un territorio volcánico -la cadena de los Puys- que en 2018 fue declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO como fenómeno geológico excepcional, al nivel del Cañón del Colorado en Estados Unidos o la Gran Barrera de Coral de Australia.

Circulamos entre más de 80 volcanes inactivos, incluido el Puy de Dôme, cuya vista emociona especialmente al Colega. Imagínate subir hasta allí en bici, dice, a sabiendas de que no he conseguido aprender a tenerme en bicicleta. La de tardes que he visto este etapa del Tour, remacha. Hay un tren que te lleva hasta la cima sin tantas ínfulas, le digo.

Clermont -que significa bosque sagrado- es heredera de Nemessos, ciudad antigua mencionada por Estrabón, a la que luego se unió la medieval Montferrand, de cuya fusión resultó su actual nombre. Esta mezcolanza es perceptible cuando se llega a la ciudad.

Aparte de por su vieja historia, Clermont-Ferrand es conocido por ser el lugar donde en 1889 los hermanos Édouard y André Michelin crearon la fábrica de neumáticos Michelin, cuya primera patente se registró en 1891. La deslocalización ha mermado la influencia de la empresa en la ciudad, así y todo aún es perceptible incluso en su urbanismo, donde eran habituales las áreas deportivas o las viviendas construidas para sus empleados, conocidas como bips, en alusión a su famoso icono, Bibendum.

Como ha perdido de vista las extensiones de cereal que le traían a mal traer, el Colega está de buen humor y aprovecha para recordarme mis vínculos con Michelin, que tiene una factoría en Aranda de Duero, mi pueblo, como ya conté aquí. Te sentirás en casa, dice.

Le devuelvo la pelota, dándole la turra con detalles de la huelga de 1976, que acabó de mala manera, como también he contado ya. (Si eres de los pocos que no lo sabes y tienes curiosidad, puedes enterarte clicando aquí).

Hemos reservado un hotel céntrico y no caro, que encontramos a la primera, GPS mediante. Entendemos lo del buen precio en cuanto abrimos la puerta: la cama está en una especie de altillo, que muy pomposamente presentan como “duplex”. Esto va a ser la venganza de Michelin porque si esta noche tengo que bajar al baño me abro la cabeza, comento en voz alta.

Nos echamos a la calle y enseguida llegamos a la catedral gótica de la Asunción, que aparece como encastrada entre las calles del casco antiguo. Es un edificio de 100 metros de altura, oscuro, casi negro, porque en su construcción se empleó la piedra de Volvic, rica en antracita. Iniciada en 1248, por iniciativa del obispo Hughes de La Tour y según las directrices del arquitecto Jean Deschamps, las obras se alargaron durante siete siglos con múltiples interrupciones. Tuvo que venir el arquitecto Viollet le Duc, ya en el siglo XIX, para construir la portada y los torres occidentales -símbolo de la ciudad- siguiendo la inspiración del gótico de Île de France. Del interior destacan especialmente una Virgen lactante de los siglos XIV-XV y las vidrieras, también del XIX, que no pudimos ver porque la iglesia estaba cerrada. Que esas cosas no pasan solo en España, aunque en Francia sea menos frecuente.

Justo enfrente de esta fachada, en un edificio que hace esquina a la plaza de Gras, se ha encastrado un relieve procedente del dintel de la iglesia de Saint Pierre, destruida durante la Revolución de 1789, que representa el lavatorio de los pies del Jueves Santo.

Nos pareció que la catedral es el auténtico corazón de la ciudad por su importancia monumental, también porque las calles de alrededor eran un constante bullir de visitantes que entraban y salían en los numerosos bares y restaurantes u ocupaban sus terrazas.

Siguiendo el plano que nos proporcionaron en la Oficina de Turismo, nos encaminamos a la iglesia de Nuestra Señora del Puerto, obra del primer tercio del siglo XII, construida en piedra arenista. Es Monumento Histórico de Francia desde el siglo XIX y en su interior guarda una Virgen negra que goza de mucha devoción local y exterior, al encontrarse en el Camino de Santiago.

Esta iglesia románica ha vivido vicisitudes sin cuento, desde su primera construcción en el siglo XI hasta la Revolución del XVIII, que estuvo a punto de arruinarla del todo, pasando por un terremoto en el siglo XV. Recuperó su condición religiosa en 1802 y durante los dos siglos siguientes ha estado en rehabilitación, finalizada en 2008.

También aquí hemos llegado fuera del horario de visita y solo pudimos contemplarla desde el exterior de la verja que la protege. Aparte del ábside, tiene una curiosa portada a la que se han adosado piezas procedentes de otros emplazamientos, en la que se mezclan los profetas Isaías y San Juan Bautista y un tímpano con restos de policromía que relata la infancia de Cristo: la adoración de los Magos, la presentación en el templo, el bautismo. En la parte superior, un Cristo Pantocrátor flanqueado por dos ángeles con los pies apoyados sobre un león y un toro, que simbolizan los evangelistas San Marcos y San Lucas. En la parte superior izquierda hay un relieve de la Anunciación y a la derecha una Natividad.

Sorprende que en el centro de Francia exista una iglesia bajo la advocación de Nuestra Señora del Puerto, pero aquí puerto -del latín portus: almacén- es el lugar por donde entraban y donde se almacenaban las mercancías. Cerca del templo hay una fuente que desde antiguo alivia la sed de los peregrinos.

Aún nos da tiempo a callejear por la ciudad, toda ella teñida del color de la antracita. De la renacentista Fuente de Amboise dicen que es la más antigua y la más bella de las fuentes de Clermont-Ferrand. Realizada también en lava por el escultor Chapart, en el año 1515, su nombre recuerda al obispo Jacque d´Amboise, que encargó su construcción. Los jardines en los que se encuentra están dedicados a “Olimpe de Gouges. 1748-1793. Mujer de letras y pionera del feminismo”.

Clermont-Ferrand tiene varios museos: el Bargoin, de Arqueología, el de arte Roger-Quilliot, el de Henri-Lecop, el de Rugby, y, naturalmente, el de Michelin, ninguno de los cuales llegamos a ver. En cambio, contemplamos reiteradamente el Puy de Dome, visible desde cualquier punto de la ciudad.

Tras pasar la noche en el hotel de marras, más adecuado para una pareja joven que para dos jubilados (spoiler: tuve que bajar al baño y sobreviví), salimos raudos hacia Arcachon, de la que nos separan 450 kilómetros.

Cuando llegamos encontramos cerrado nuestro restaurante favorito –La Cabane del Aguillon– así que buscamos en el Mercado un lugar donde comer ostras con caviar, que es a lo que he(mos) venido. El Colega pide un lenguado como de medio kilo, que se come sin despeinarse. Brindamos con champán. Después de todo, no voy a volver a cumplir cuarto y mitad de siglo.

Fotos: ©Valvar

3 respuestas a «Clermont-Ferrand y Arcachon»

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