Si un día transitas por la autovía A-231, conocida como del Camino de Santiago y vas sin prisa, toma la salida a Sasamón y desde allí, por la BU-640 en unos minutos te encuentras en Villegas. Regálate un rato de disfrute. No te arrepentirás.
Villegas es una población con un centenar de habitantes y una larga historia. Fundada en los años de repoblación de finales del siglo IX por un foramontado de nombre Egas, desde 1491 se fundió con la vecina Villamorón. Durante siglos estuvo bajo el señorío de los Villegas hasta que en el siglo XVIII aparece como villa realenga.



A poco que mires con atención enseguida comprendes que la economía de la villa está en su producción agrícola y que los siglos medievales debieron ser algo belicosos por estos lares. Esta impresión se deduce de contemplar la iglesia de Santa Eugenia, parroquial de Villegas, más fortaleza que oratorio, con su imponente torre, de remate renacentista. De probable origen románico, en tiempos de bonanza se remodeló con arreglo a los nuevos gustos góticos. La ornamentación interior prueba que la villa gozó de prosperidad entre los siglos XV y XVII. Rodea la iglesia una cerca amurallada que va a unirse con el segundo de sus monumentos: el Conjuradero, la demostración palpable del interés de los villeguinos por proteger sus cosechas, esto es, su economía.

Al contrario que en la mayoría de pueblos, que el visitante encuentra la iglesia cerrada y no hay nadie que pueda mostrarla, en Villegas cualquier vecino indica quién puede enseñar su magnífica iglesia fortaleza. Introducidos por la Asociación de Amigos de Villamorón, nosotros tuvimos la fortuna de contar con Javier, sabio y amable guía, que nos mostró la riqueza de la iglesia y los secretos del Conjuradero.

El interior de Santa Eugenia se distribuye en tres naves, la central de mayores dimensiones que las laterales, con cabecera poligonal, bóvedas de crucería. El coro, del siglo XVI se ubica a los pies, en el espacio correspondiente a la torre.

El magnífico retablo renacentista, que siempre se creyó era obra de Domingo de Amberes, ha resultado ser de Juan de Esparza, autor de los relieves y estatuaria de sus tres cuerpos y el Calvario del ático.



Muy hermoso también es su púlpito, labrado en piedra, en cuyas cuatro caras se identifican a Adán y Eva, el martirio de San Esteban, un clérigo con un libro y báculo y dos cruces en aspa.


Si quieres empaparte bien de la riqueza ornamental de Santa Eugenia clica aquí donde el doctor Félix Martín Santos te informará pormenorizadamente.

A mí me gustó sobremanera el Cristo de los Angelitos, una pequeña talla de autor anónimo de la escuela castellana, del siglo XIV. Un Cristo crucificado al que José de Arimatea se abraza para intentar descenderlo, escena que la Virgen y San Juan contemplan desde los brazos de la Cruz.



De la etapa románica Santa Eugenia conserva una portada de cuatro sencillas arquivoltas, algunos canecillos y una preciosa pila bautismal, rodeada en su basa por una serpiente, un león y un caballero armado.


Concluida la visita a la parroquia, Javier nos condujo al Conjuradero, un pequeño tesoro local. Los conjuraderos -en Castilla-, esconjuraderos -en Aragón- comunidors -en Cataluña- son pequeñas torres construidas entre los siglos XV al XVIII cerca de iglesias o ermitas, abiertas a los cuatro puntos cardinales, desde las que se trataba de combatir las tormentas y evitar el temido pedrisco sobre las cosechas. Una ceremonia de origen pagano para invocar las fuerzas de la naturaleza que la iglesia enseguida incorporó a la liturgia católica. Mediante el toque de campanas o estruendos varios se intentaba ahuyentar o aligerar las nubes de su temida descarga. En su interior era habitual instalar un pequeño altar y una pila de agua bendita. El sacerdote o persona de autoridad en el pueblo, recitaba las palabras del conjuro, ordenando a las nubes que se alejaran para evitar daños en las cosechas, mientras el campanero tañía el toque de tentenublo con el propósito de que las ondas sonoras tuvieran la suficiente fuerza para deshacer el pedrisco que podía arruinar la cosecha y, con ella, el trabajo de todo el año.

Aunque con frecuencia estos ritos eran tildados de brujería, algunos estudiosos corroboran el fundamento científico de estas prácticas de sabiduría popular en las que, al parecer, el estruendo era capaz de alejar el temido pedrisco.


Durante 2021 la Junta de Castilla y León restauró el libro de Conjuros “contra todas tempestades De Truenos, Granizos, Rayos, y contra las Langostas.…” de Pedro Ximénez que se conserva en Villegas. Actuación con la que el Gobierno regional pretende “reconocer, valor y salvaguardar en su diversidad el patrimonio cultural inmaterial de Castilla y León”. Además del Conjuradero de Villegas, en esta Comunidad se conservan los Conjuraderos de Poza de la Sal, también en la provincia de Burgos, Cozuelos de Ojeda (Palencia) y Cuenca de Campos (Valladolid).
Fotos: ©Valvar
