Alquézar es una población de la comarca del Somontano, en Huesca, cuyo nombre, del árabe al-Qasr, significa fortaleza. Alude al castillo levantado en el siglo IX por el califa Jalaf ibn Rasid como parapeto de Barbastro ante los ataques cristianos. Está declarada Conjunto Histórico-Artístico, forma parte de los Pueblos más Bonitos de España y recientemente la Organización Mundial del Turismo le ha elegido como uno de los 32 mejores pueblos turísticos del mundo.


Mientras preparábamos el viaje el Colega no paraba de predicar sobre las maravillas de la Sierra de Guara; por mi parte, pasaba revista a las bailarinas del Maestro de Agüero para compararlas con la Salomé de uno de los capiteles que se conservan en el castillo-colegiata, además de fotografíar a la Santísima Trinidad, esculpida en el mismo lugar. A medida que nos aproximábamos el paisaje parecía empeñado en demostrar que el Colega estaba en lo cierto, incluso que quizá se había quedado corto. Realmente, los cañones de Guara son impresionantes.


Como viene siendo habitual en los lugares de turismo cultural, el tráfico rodado está prohibido en el núcleo urbano. En TODO el núcleo urbano. El Ayuntamiento ha dispuesto aparcamientos para turismos y autobuses en dos puntos de acceso a la villa, uno arriba y otro abajo. Nos apeamos del coche y constatamos que las vistas son magníficas. Nada hay en su caserío que desentone, fotogénico total. Solo una pega, desde el primer aparcamiento el castillo se ve lejos, al otro extremo de la población y se intuyen cientos de cuestas. Yo no llego hasta allí, le advierto al Colega. Claro que llegas, responde él, animoso. Viva, no creo, aviso.
A un mozuelo que pasa le pregunto si los ancianos no estamos eximidos de la prohibición del tráfico y responde que en Alquézar, salvo los vecinos, en coche no entra ni dios. ¿Cuántos jubilados han muerto en el trayecto?, insisto. Ninguno, contesta el chico, muy digno. Pues a lo mejor inauguro yo la lista, comento. No exagere, desde aquí parece más de lo que es, ya verá como es un paseo muy bonito, me anima. Empiezo el camino rezongando que esto es un plan para acabar con el jubiladato y ahorrarse las pensiones, pero el Colega solo piensa en llegar al mirador de los cañones del Guara y ni me oye.



Atravesamos la puerta de la muralla y vamos callejeando por intrincadas rúas medievales flanqueadas por casas de piedra muy bien conservadas. Muchos de los bajos están ocupados por tiendas de productos típicos de la comarca, de artesanía y recuerdos. Nos llama la atención una piedra con dos siluetas de calzado grabadas. Procede del taller de un zapatero y estas eran las plantillas del calzado que gastaban los alquezranos.


Al cabo de un rato de agradable paseo nos topamos con una muralla de piedra en cuya cima se asientan los muros de la colegiata. Esto no es un castillo, esto son los Apalaches puestos de punta, le digo al Colega, que sigue sin oírme y ya ni me mira, embelesado como está en el mirador sobre los cañones.
Mientras vuelve en sí, aprovecho para releer que Alquézar fue conquistada hacia 1067 por Sancho Ramírez. Bautizada como Castrum Alqueçaris, el rey la concedió fueros y privilegios. De las murallas de ese tiempo quedan algunos tramos, una torre albarrana y las ruinas de una torre cuadrangular. La fortaleza fue perdiendo valor militar cuando la reconquista va alejándose hacia el sur, acrecentándose entonces su importancia religiosa. En 1099 Sancho Ramírez fundó aquí una comunidad de agustinos dependiente de Roda de Isábena. Durante los siglos XII y XIII la población aumentó considerablemente, debido en parte a los muchos árabes convertidos al cristianismo, lo que obligó al caserío a expandirse fuera del recinto amurallado.




La colegiata románica también resultó insuficiente ante este crecimiento demográfico, por lo que en el siglo XIV se levantó una nueva, ya tardogótica. De la primitiva construcción queda solo un fragmento del claustro. En los muros del claustro se conservan frescos con escenas del Nuevo Testamento, realizados en los siglos XVI y XVIII.


Cuando el Colega vuelve en sí la colegiata sigue allá arriba. No hay ni escaleras automáticas ni ascensor, solo una pendiente matadora bajo un sol que empieza a calentar. Con el pensamiento puesto en los capiteles de la Trinidad y de la bailarina y la cámara a cuestas tomo el camino con el mejor ánimo del que soy capaz. Ese mismo camino, que debe servir en las escuelas militares para explicar el concepto de posición inexpugnable, es el que recorren cada año miles de jubilados. Si el muchacho ha dicho verdad y en la subida no se han producido bajas no cabe duda de que somos una generación resistente.
A mitad de la cuesta le informo al Colega que puede estar a punto de quedarse viudo pero, sea porque no le desagrada la idea, sea porque va abstraído, no se da por aludido. Cuando hago cumbre estoy sin aliento y a punto de deshidratación, me lanzo hacia una fuente sin saber si el agua es potable o no.


Mientras esperamos el turno para entrar en la Colegiata descubrimos la torre de la muralla que es el esconjuradero de Alquézar. Construido en el siglo XVI y recrecido en el XVIII, está abierto a los cuatro vientos. Desde este lugar se conjuraban a las tormentas para que no descargaran sobre los sembrados. Por entonces se creía que las tormentas estaban provocadas por las brujas, de hecho, en documentos de la Inquisición se recogen las confesiones de la bruja Dominica la Coja asegurando haber conjurado una gran granizada con cantos y bailes, orinando en el suelo y lanzando el barro al cielo. En el siglo XVIII los esconjuradores de la Colegiata bendecían diariamente los campos y conjuraban las tormentas tañendo las campanas e invocando a Santa Bárbara.


Entramos por fin en la Colegiata, obra reformada en 1525, según los planos de Juan de Segura, el mismo arquitecto que realizó la catedral de Barbastro. El acceso turístico al monumento se realiza directamente al claustro. Es un claustro de forma trapezoidal, del que solo la panda norte es románica original del siglo XII, si bien con la arquería modificada. Tampoco los capiteles respetan el orden cronológico de las escenas.


El primero de ellos, empezando por el este, representa el sacrificio de Abrahám en el momento en que el Ángel le ordena matar a Isaac;



le sigue el capitel de la consagración de la colegiata, en el que aparecen San Pedro y San Pablo y el obispo San Ramón de Roda bendiciendo a los asistentes;



adosado al machón central se encuentra el famoso capitel de la Trinidad -una sola figura con tres cabezas humanas- en el momento de la creación del primer hombre (o mujer, que no se distingue bien); cuatro ángeles formando mandorla con Adán en posición horizontal semejando una cruz.

Al otro lado del machón, el Arca de Noé, un barco que más parece un crucero, con departamentos para las aves, los cuadrúpedos y la familia noética.



Le sigue el capitel del Génesis: la tentación de Adán y Eva, la expulsión del Paraíso y Caín y Abel.



Finalmente, mi capitel, el banquete de Herodes, el baile de Salomé y la decapitación de San Juan Bautista. Compruebo que el cantero de Alquézar nada tenía que ver con el Maestro de Agüero pero no deja de emocionar el trabajo de los constructores románicos, su labor didáctica y el arte con que la desarrollaron. Algunos de estos capiteles conservan aún la policromía original.
Todos los visitantes que han entrado en nuestro turno han pasado a la Colegiata mientras yo sigo peleándome con el sol que a estas horas cae casi en vertical formando unos claroscuros que no hay manera de conseguir una buena foto de los capiteles. No podemos esperar a que el sol se mude de posición porque la visita dura media hora improrrogable, así que disparamos la cámara a lo que salga.


Entramos, por fin, a la iglesia. Además de su valor monumental, destaca en su interior el retablo mayor de madera dorado policromada, dedicado a la Virgen María, el órgano del siglo XVI, que pasa por ser una de los más valiosos de Aragón y un precioso Crucificado conocido como Cristo de Lecina, con rasgos románicos y góticos.






En el segundo piso, añadido al claustro original, se ha dispuesto un pequeño museo, con algunas obras interesantes, incluida una Sagrada Familia atribuida a Murillo. El Colega aprovecha la atalaya para contemplar el paisaje.


El descenso es menos trabajoso pero igual de arriesgado que la subida pues la piedra es lisa y resbaladiza. Que sepas que la fortaleza se conquistó gracias a una mujer, le digo al Colega. Subiría en andas, ironiza él. Subiría como pudiera pero, una vez arriba, descabezó al gobernador, respondo.
Según la leyenda, por esa manía que desde tiempo inmemorial tienen algunos hombres de medir su poderío en carne femenina, el gobernador de la plaza exigía a los cristianos de alrededor el pago de un tributo en doncellas. Harta de la situación, una doncella de Buera al servicio del gobernador maquinó con los cristianos un plan para acabar con el mandamás. Cuando esta se quedó a solas con el jefe, previamente adormecido con sus artes, sacó un puñal que había escondido en su peinado a modo de peineta y le rebanó el cuello. Seguidamente, mojó su pañuelo en la sangre del difunto y lo mostró por la ventana, señal que esperaban los cristianos para atacar el castillo. Los musulmanes, desconcertados y sin jefe, montaron sus caballos y se arrojaron por los acantilados para evitar ser apresados por los atacantes. Se cuenta que en noches de viento desde los acantilados aún se escuchan los gritos de los guerreros muertos y el relinchar de los caballos. Así que ve con cuidado en los cañones, bromeo.



Terminamos la visita a Alquézar comiendo cerca de la iglesia de San Miguel, desde donde se divisa el Castillo allá a lo alto. Como está, realmente.
Fotos: ©Valvar


Y digo yo, no es posible un aparcamiento más cercano? O un poco más tiempo que media hora para ver todo lo que dices?? Me imagino la visita corriendo porque lo veo imposible.
Por ahí una huelga de visitantes y además de conservar se hacían más humanos.
Besos a miles y mucho ommmmmmm
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