Hace muchos, muchos años entrevisté al pintor Néstor Sanmiguel que, aparte de cosas sustanciosas sobre arte, me dijo que para sentirse vivo necesitaba ir al mar al menos una vez al año. Cosas de la juventud, aquello me pareció una boutade de artista. Una glaciación después, ahí vamos el Colega y yo despepitados hacia el mar con excusa o sin ella.

Nos encaminamos hacia Peñíscola con una parada en El Grao a comer arroz en El Galeón. Damos una vuelta por el puerto para bajar la comida y seguimos camino. La costa levantina, singularmente en el territorio que corresponde a la Comunidad Valenciana, ha sufrido un deterioro urbanístico terrible, lo que constatamos a un lado y otro de la carretera y corroboramos al llegar a Peñíscola, tan hermosa y tan mal tratada.

Visitar en temporada baja estos lugares turísticos tiene la ventaja de que no hay agobios de gente y la desventaja de que muchos de los servicios están cerrados. Hemos reservado en el Hotel Porto Cristo, uno de los pocos que están abiertos, en primera línea de la playa norte, con buenas vistas sobre el Castillo. Nuestra sorpresa al llegar es que nuestra habitación es con vistas al muro de otro hotel que, si estuviera abierto, podríamos darnos la mano con sus ocupantes. Nos aseguran que no pueden darnos otra habitación porque está todo ocupado. Ya es mala suerte, viajar a media semana de marzo y que el hotel esté lleno, protesto por lo bajinis.
Pelillos a la mar, salimos a pasear por el casco antiguo de Peñíscola, casi desierto a esa hora, excepto por un grupo de jubilados encabezados por una guía vocinglera, que los apremia a llegar al autobús. No es extraño que los turistas escojan este lugar para pasar sus vacaciones o establecerse. No hacen otra cosa que seguir la estela de los ilercavones, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos y árabes, que aquí se asentaron desde antiguo. Su emplazamiento como península fortificada por la Naturaleza y la bondad de su clima son motivos harto suficientes.




Peñíscola fue musulmana entre los años 718 a 1233, cuando pacta su entrega a Jaime I. En 1251, el rey desatenderá los pactos firmados con los musulmanes, les quitará sus bienes y propiedades y se los entregará a los cristianos. La población conocerá ya entonces un primer despegue económico y demográfico.


En 1294 Jaime II cedió la plaza a la Orden del Temple. Desde ese año y hasta 1307 Berenguer de Cardona, maestro de la Orden en Aragón, y Arnaldo de Banyuls levantaron un nuevo castillo sobre los restos de la fortaleza árabe y sobre los sólidos cimientos de la roca que conforma la península, 64 metros sobre el nivel del mar. Fue la última fortaleza templaria, pues en 1312 el papa Clemente V firmó la disolución de la Orden.
Un siglo después el castillo se convirtió en sede pontificia por obra y gracia de Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII, más conocido como el Papa Luna, uno de los protagonistas del Cisma de Occidente, quien, al ser desautorizado, abandonó Aviñón y en julio de 1411 se autoexilió en Peñíscola. Desde el imponente castillo templario dirigió y administró la parte de la iglesia católica que seguía su mandato, emitió bulas, escribió tratados, discutió con los papas de la otra facción, defendió sus derechos y escribió “El libro de las consolaciones de la vida humana”. Murió con 96 años, el 23 de mayo de 1423, y sus partidarios eligieron a Gil Sánchez Muñoz, aragonés como él, con el nombre de Clemente VIII quien acabó renunciando al cargo en 1429, terminando así el cisma. Peñíscola pasó entonces de sede pontificia Peñíscola a villa de realengo del reino de Valencia.





En el siglo XVI Carlos I y Felipe II dotaron al castillo medieval de un sistema defensivo renacentista, fortificación encomendada a Victoriano Gonzaga, en la vertiente norte, y a Bautista Antonelli, en la parte levante. Este refuerzo defensivo es conocido como Parque de Artillería, una zona ajardinada entre el castillo y el mar.
En la Guerra de Sucesión Peñíscola se declaró partidaria del candidato Borbón, lo que le valió, por un lado, permanecer dos años sitiada por las tropas inglesas partidarias del candidato austríaco, y, por otro, que el vencedor Felipe V le concediera beneficios fiscales, y la declaración de Muy Noble, Leal y Fidelísima Ciudad.




En memoria de aquel sitio el gobernador militar de la ciudad, Sancho de Echevarría, construyó la iglesia de la Virgen de la Ermitana, lo que explica la abundancia de motivos militares que adornan su portada. La imagen original de la Patrona desapareció al comienzo del levantamiento militar de 1936, para que no faltase la imagen de la Virgen en las fiestas patronales en 1939 se hizo una copia en escayola, que es conocida como la Camarera. Desde 1953 recibe culto en el altar mayor una nueva imagen.
Peñíscola sufrió grandes daños durante la francesada. Actualmente forma parte de la red de Grupos más Bonitos de España.



Nosotros entramos a Peñíscola por la Puerta de San Pedro, mandada construir por el Papa Luna, cuyo escudo permanece en una de las dovelas del arco. Se entre por donde se entre no queda más remedio que remontar cuestas sucesivas hasta alcanzar el castillo. Remontamos tras sucesivas pausas para disfrutar del paisaje.

Así llegamos a la Casa de las Conchas, el resultado del ingenio de una familia, Timoteo y Justa, y sus hijos Agustín, Gloria y Joaquín, que, para subsistir, decidieron convertir su casa en atractivo turístico cubriendo la fachada con conchas y abriendo junto a ella una tienda de recuerdos.


A la hora que llegamos el Castillo ya ha cerrado. El Papa Luna, en cambio, permanece inmutable en su trono, atendiendo las cuitas de quien le visita. La escultura de bronce -de dos metros de altura y 700 kilos de peso- es una más que digna obra de Sergio Blanco -el cantante del dúo Sergio y Estíbaliz- instalada en noviembre de 2007. El lugar evoca la frase evangélica de tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia.

La ciudadela es un imponente balcón sobre el Mediterráneo. Mirando detenidamente el horizonte creemos ver una imagen fantasmal, ni barco ni isla. Preguntamos y nos indican que es la estructura del Proyecto Castor, el fallido depósito de gas natural que provocó movimientos sísmicos en la costa, razón por la que fue suspendido proporcionando una sustanciosa indemnización a sus promotores, entre los que se encuentra Florentino Pérez como socio mayoritario. De ahí no saldrá nada pero la deuda vamos a pagarla nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos, nos dicen. Con razón nos parecía una imagen fantasmal.


Paseando por los jardines del Parque de Artillería encontramos dos cañones que parecen apuntar a la estructura fantasmal. Alejamos los malos pensamientos contemplando el ir y venir de una pareja de gaviotas que miran ora al castillo del Papa Luna, ora al mar, como meditando acerca de la mutabilidad de las cosas de este mundo.




Mientras el sol se esconde tras la cercana y sobreedificada montaña, damos la vuelta a la península casi solos, lo que resulta un verdadero placer. Su fotogénica belleza ha hecho de Peñíscola escenario de varias producciones de cine, entre las que se recuerdan Calabuch (1956) y París Tombuctú (1999), ambas dirigidas por Luis García Berlanga, o El Cid (1962), por Anthony Mann, y de series de televisión, como Juego de Tronos o El Ministerio del Tiempo, escenarios que se han convertido en un interesante itinerario callejero.




A la mañana siguiente repetimos el trayecto hasta llegar al Castillo, que aún no ha abierto, en invierno abre de 10,30 a 17,30. La entrada, 3,50 euros los jubilados. Recorremos las instalaciones, bien conservadas y acondicionadas, especialmente este año que se cumple el VI centenario de la muerte del Papa Luna.




El faro de Peñíscola se recuesta en el Castillo.




Desde el patio de armas se accede a las dependencias: salón gótico o de audiencias, cuyo carácter de lugar virtuoso se aprecia en la alternancia de sillares blancos y negros; casa del agua o cisterna, donde estuvo la rebotica; iglesia, dedicada a la Virgen y a los Reyes Magos; y sala del cónclave, la antigua bodega donde fue elegido el sucesor del Papa Luna. Una escalera en el ala sur conduce a las dependencias papales. Emociona pensar que en este sencillo lugar trabajó y escribió, y quizá debatió consigo mismo, don Pedro Martínez de Luna, “el gran aragonés de vida limpia, austera, generosa, sacrificada por una idea del deber”, como reza una lápida en su Castillo.
Fotos: ©Valvar

Toda la vida yendo por ahí y no he comido arroz donde decís!!
Me gustaMe gusta