San Martín de Piérnigas

Las grandes catedrales de románico son una maravilla, es verdad, pero te plantas junto a una ermita románica sola en medio del campo y sientes como un nudo de emoción. Si quieres hacer la prueba y ya conoces San Pedro de Tejada no tienes más que presentarte en Piérnigas. Ni siquiera tiene ornamentación que te distraiga, es un edificio de piedra de sillería, sólido y austero, pero elegante, con un ábside, una espadaña, un óculo y una portada. Una belleza casi abstracta, entre la tierra y el cielo, con el horizonte como punto de fuga.

Llegamos a Piérnigas por Briviesca, tomando primero la carretera CV-632 y luego la BU-V-5104 que conduce al pueblo; allí hay que tomar la dirección al cementerio y enseguida se divisa la mole de San Martín.

Hemos visto una foto cenital estupenda en el fb de Enrique del Rivero y nos las prometíamos tan felices pero al llegar entendemos que esa foto o está hecha con ayuda de drom o Enrique tiene la capacidad de volar, que también es posible. En vista de que no tenemos drom ni disponibilidad alguna de emular a Diego Martín Aguilera el Colega -que es ágil- trepa a un ribazo un poco más alto que la pequeña explanada en la que se levanta la ermita.

Teniendo en cuenta que esta zona fue repoblada entre los siglos XI y XII, se cree que la iglesia puede datarse un siglo después. De hecho, en un documento de donación del monasterio de Oña de 1254 aparece como testigo un Martín, abbat de Piérnigas.

Es una construcción de planta basilical, de una sola nave, presbiterio recto y cabecera semicircular. Me planto en el hastial occidental, donde se abre la portada, tan simple como el resto del edificio, formada por un arco apuntado y abocelado, rodeado de tres arquivoltas, igualmente aboceladas. Sobre ella se abre un óculo tetralobulado, que ilumina el templo en la tarde, mientras que una saetera abierta en el eje del ábside permite el paso de la luz de la mañana. A cada lado de la saetera, dos aspilleras separadas por contrafuertes.

También los muros norte y sur de la nave están recorridos por contrafuertes, que aportan sensación de verticalidad a la ermita. La espadaña se levanta sobre el arco triunfal, compuesta de dos pisos con dos troneras en cada uno. En su estructura recuerda a la de San Fagún de Los Barrios de Bureba, excepto que esta remata a piñón y en la de San Martín, si existió el remate ha desaparecido.

La iglesia permanece cerrada pero sabemos que el interior se cubre con bóveda de cañón en la nave, con dos arcos fajones en apean en pilastras semicruciformes y un arco triunfal muy reforzado para soportar el peso de la espadaña. Nos sorprende que el tejado sea de lastras de piedra y no de teja árabe, como es habitual en esta tierra.

La ausencia de cualquier ornamentación y las marcas en algunos sillares de la pata de oca, signos de cantería del Temple, ha inducido a algunos estudiosos, incluido el historiador burgalés Luciano Huidobro, a relacionar la ermita de San Martín con la Orden de los Templarios. U elemento que aumenta el halo un poco mágico de la iglesia.

Hemos venido en una apacible y suave mañana de domingo y estamos solos en el lugar hasta que por el camino aparece un centauro motorizado que llega hasta la explanada y se apea de la moto tamaño XL. Cuando se quita el caso comprobamos que no es centauro sino un hombre joven del tamaño de un armario ropero. Buenos días, saluda el Colega. Pero el ex centauro o no le oye, o sí, pero no responde. Saca de la coraza de cuero un móvil y de un salto se planta en el ribazo. Le vemos hacer unas fotos del edificio y, con el mismo sigilo que ha llegado, se va.

Lo mismo es un templario que viene a inspeccionar su ermita, le digo al Colega. A lo mejor, responde él, con su proverbial escepticismo.

Fotos: ©Valvar

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