La ermita de Quintanilla de las Viñas

El atractivo de viajar no radica en la importancia del destino ni en la distancia a recorrer ni en el tiempo de la expedición. Hay lugares con magia propia, con un encanto por encima de su apariencia, poseedores de secretos no revelados. Si la suerte acompaña al lado de casa te topas con la aventura.

Quintanilla de las Viñas es una pedanía de Mambrillas de Lara, en la comarca del Alfoz de Lara, al este de la provincia de Burgos, en el camino de San Olav, por donde pasó el Cid camino del destierro. Pero lo que le da nombre a la localidad es la ermita, distante un paseo corto a las afueras del pueblo. Es un edificio exento, ubicado en un valle a la sombra de farallones calizos, un paraje que por sí solo tiene el poder evocador de la leyenda y de la historia, como te cuentan con detalle en estos enlaces. ⬇️ ⬇️

Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre si se trata de un templo visigótico del siglo VII, antes de que el territorio fuera invadido por los musulmanes; prerrománico, del IX o X, de la época de la repoblación cristiana; o estamos ante un templo no cristiano o herético.

Aunque en las primeras décadas del siglo XXI la zona forma parte de eso que se ha dado en llamar la España vaciada este territorio ha ofrecido morada a grupos humanos desde la prehistoria. No lejos de aquí, en el mismo término de Mambrillas de Lara, se encuentra el Dolmen de Cubillejo, monumento megalítico del tipo de sepulcro de corredor. Se sabe que hubo asentamientos celtibéricos y que donde hoy se encuentra Lara de los Infantes hubo una ciudad romana: Nova Augusta.

Más aún, se cree que la ermita de Quintanilla pudo construirse sobre el solar de una villa romana. Monumento Nacional desde 1929, es tenida como una de las grandes joyas de la arquitectura prerrománica española. La muy fiable web Arteguías la define como “un edificio misterioso que ha dado pie a todo tipo de teorías sobre su autoría y datación”.

Lo que nos ha llegado es una parte de la fábrica original, de planta de tres naves, transepto con dos cámaras en los extremos y ábside rectangular, de lo que solo se conserva la cabecera y el transepto, pues las naves se hundieron en el siglo XIV. Fue construida con grandes sillares de caliza y arenisca de dos colores colocados a la manera visigoda, a hueso, esto es, sin argamasa.

En el exterior lo más interesante está en la cabecera, recorrida por tres frisos esculpidos; el superior ocupa solo el testero, los inferiores se prolongan por los muros orientales del transepto. En el friso inferior se ven roleos dobles continuos rodeados de hojas y racimos. En el central, medallones con distintas aves y flores hexapétalas y tres monogramas de incierto significado. En el superior, animales cuadrúpedos: grifos, leones, leopardos y toros. Todos de perfecta ejecución, elegantes y muy hermosos. En las plantas sagradas y algunos animales de su ornamentación, así como las inscripciones de Sol y Luna basan sus sospechas quienes sostienen que quizá el templo acogió creencias arrianas, gnósticas o maniqueas orientales.

Del interior destaca el arco triunfal, considerado el más perfecto de la arquitectura prerrománica española. Sobre la clave hay una piedra tallada con un Cristo en actitud de bendecir. Las dovelas se decoran con un friso a base de aves, palmetas y racimos. En la parte inferior del arco se encuentran dos relieves extraordinarios: en el del sur se ven una pareja de ángeles sujetando un medallón en cuyo interior aparece un busto humano con cabellos como rayos y la inscripción: SOL. En la parte superior del sillar la inscripción “OC EXIGVVM EXIGVA OFF(ert) D(e)O FLAMMOLA VOTUM”, traducido como “La humilde Flamola ofrece este pequeño presente como un voto a Dios”. El sillar gemelo del lado norte está roto en parte, uno de los ángeles ha desaparecido, el que queda sujeta un clípeo con una efigie humana con una luna creciente en su cabeza y la inscripción: LUNA.

Hasta hace unos años en el interior se guardaban dos bloques tallados: uno de ellos representaba una mujer -la Virgen María- con dos ángeles y otro con un personaje con una cruz patada y dos ángeles y otros dos bloques más pequeños en los que se habían tallado supuestamente evangelistas. Todas ellas piezas descontextualizadas, restos de la obra primitiva. Pero las dos piezas más pequeñas fueron robadas y, para evitar un posible expolio, las dos restantes fueron trasladadas al Museo de Burgos.

En 2019 las piezas robadas fueron encontradas en un jardín privado del norte de Londres. Sus propietarios aseguraron que las habían comprado sin conocer su origen ni su valor. Abundando en el carácter mistérico de estas piedras, parece que desde su llegada la desgracia acompañó a los sillares robados. Cuando el marido murió la esposa quiso deshacerse de ellos, momento en que un detective los encontró y fueron devueltos a España. Después de una exhaustiva restauración, pueden verse en el mismo Museo de Burgos.

Nosotros hemos visitado la ermita muchas veces, solos, con las herederas adolescentes, con amigos… podemos decir que las fotos en Quintanilla de las Viñas retratan el curso de nuestras vidas.

En agosto de 2021 quedamos con nuestra amiga Delma Vicario, que es de la zona, en acudir a la explanada de la ermita a contemplar la lluvia de Perseidas. Previamente, picoteamos en la Cantinilla de Quintanilla, disfrutamos de la hospitalidad de Rafi Eslava en su acogedor jardín y, cuando la noche había oscurecido lo suficiente nos encaminamos a la ermita.

La noche era oscura como boca de lobo, frase hecha cuya expresión comprendí cabalmente allí. Con ayuda de la linterna del móvil llegamos hasta la pequeña explanada de la cabecera de la ermita. En el corto trecho el Colega encontró una luciérnaga -el gusano de luz de nuestra niñez, tan escaso ahora-, como estrella caída del cielo. Extendimos las mantas que habíamos llevado y nos tumbamos sobre ellas a contemplar el firmamento. Hacía años que no veíamos la Vía Láctea en todo su esplendor. Enseguida empezaron a caer las lágrimas de San Lorenzo sobre nuestras cabezas, caídas que celebrábamos con alegría infantil.

Permanecimos un rato callados, sobrecogidos por el silencio y el espectáculo que se nos brindaba. Hasta que Delma comentó que aquel era un lugar mágico, telúrico… y me entró el canguelo. El Colega, que ha pasado más de una noche al raso, corroboraba la opinión de nuestra amiga, pero yo soy de naturaleza urbanita y donde ellos creían sentir el palpitar de la tierra, yo sentía la presencia de la ermita y de la misteriosa quebrada donde anidan los buitres y alimoches y me parecía oír un eco lejano de las huestes del Cid o la voz de Gonzalo Gustioz, prisionero de Almanzor, llamando a sus hijos muertos: Diego, Martín, Fernando, Suero, Enrico, Veremundo, Gonzalo… Los siete Infantes de Lara -o de Salas-.

Ha sido una noche mágica, insistía Delma. Realmente, lo fue. Arrimaos para que se vea la ermita, ordenó nuestra amiga. Ahí estamos, arrimados.

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